
Estoy hasta los ojos de trabajo, estresado verdaderamente. Quien me conoce no necesita más detalles e, incluso, me evita una llamada que, sabe bien, puede descabalgarme del ritmo que llevo esta mañana. Y, sin embargo, no concibo vivir este día sin una sonrisa. Estoy haciendo en directo La Mañana en Jerez. Y un micrófono de Cope en las calles de la ciudad me refiere tanto las penumbras de Las Angustias y la Catedral, con la Virgen de besamanos, como la luz con que Jerez está viviendo el día.
Una primera túnica nazarena cuelga ya en mi casa para pasado mañana. Y otra espera hasta que llegue el Miércoles Santo. Pero ya hoy vivo el día como enfundado en el hábito de la responsabilidad y el compromiso. Y no sólo con mi fe, que es impulsora de vida y de entrega en medio de la sociedad, sino también con un mundo que necesita mirar hacia adelante con los ojos esperanzados con los que yo miro, esta mañana, desde el balcón de la radio que da a calle San Agustín.
Es Viernes de Dolores y el recuerdo se va a aquellos vía-crucis con el Cristo del Perdón que recorrían las plazas de la Barriada de la Plata. Es Viernes de Dolores y la mente se me va a Las Viñas para desear el adelanto de las horas y que llegue la noche con la función principal de mi Hermandad del Consuelo. Es día de traje negro, camisa blanca y corazón entregado. De medalla en el pecho, juramento ante el Evangelio, ciriales solemnes evolucionando en el presbiterio y canto extraordinario en el templo.
A aquellos que sientan este día como quien suscribe llegue mi felicitación. A quien no ha descubierto la alegría de una vivencia inolvidable llegue mi invitación. A todos entrego esas buenas vibraciones que hoy, pese a los líos laborales, me tienen en pie.
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