Que el Altísimo nos cubrirá con su sombra, parafraseo desde los evangelios, es la mejor interpretación para los negros nubarrones que asoman en la aplicación de mi móvil para esta inmediata madrugada.
Con la fe de la que afortunadamente dispongo y la actitud de espíritu con la que llego a esta Semana Santa, lo primero es algo innegable. Lo segundo, por contra, es algo que todos esperamos no ocurra. Sea lo que Dios quiera.
Pero los riesgos no son malos. Ponen en guardia. Los que apuntan lluvia, por ejemplo, nos hacen prevenidos. Ya se bromea, o quizá no lo sea, con que según qué cofradía habitualmente medrosa tuviera decidido no salir.
Advertir riesgo es siempre causa del training necesario para ser mejores en aquello sobre lo que seamos llamados a prestar mayor atención. Y me preparo para revestir el alma del hábito de la templanza y el compromiso.
Que los negros nubarrones pasen de largo y se nos permita transitar por la vida con el ánimo de esa felicidad compartida que nos lleve hasta el cielo prometido, aquél que tú y yo soñamos un día y construimos a diario.