domingo, 12 de abril de 2009

Elogio de la más cabal penitencia


La calle Nueva abrió las puertas de una Buena Muerte que tuvo fragancias a promesa de vida eterna en el rostro sereno del Crucificado. La madrugada sabe siempre de esta presencia desde que los ruanes 'santiagueros' nacieron para la Semana Santa de Jerez. Y sus filas impartieron, el Viernes Santo, el ejemplo de la mayor sobriedad del mismo modo que el amable discurrir de su cortejo puso esperanzas nuevas a disposición de cuantos cambiaron el sueño por este singular disfrute.
José Vicente Montoro era, apenas, su único estreno. Su nuevo hermano mayor y el equipo que le acompaña desde el pasado otoño, ésa la novedad máxima en la cofradía. Aunque se trate de un apellido que es historia viva de esta corporación nacida al amparo del Patronato Católico el relevo nutre de expectativas a una cofradía que, cincuenta años después, persiste en las trazas de un cortejo severo que, cirio al cuadril, sabe lo que se hace en la calle y hace lo que mejor sabe: la más austera penitencia.
Todo comenzó, como la situación de cierre de Santiago del Real y del Refugio impone desde su ruina, con la Basílica de la Patrona dejando salir esas filas nazarenas a la búsqueda, por Santa María de la Merced, de unos pasos prestos para deslumbrar a los jerezanos. A esa hora salía el Nazareno, la Esperanza de las Llagas comenzaba a pisar la plaza Esteve e, incluso, la Yedra se lucía espléndidamente por la Cruz Vieja. Pero los que quisieron la intimidad de la escena por Nueva no se equivocaron.
Las imágenes de Antonio Castillo Lastrucci fueron, a la Noche de Jesús, lo que lo inadvertido, por pasar de puntillas, es a aquello más llamativo. Pero la madrugada favorece la selección de los momentos íntimos. Así fue como los jerezanos se encontraron con el Cristo de la Buena Muerte y la Virgen del Dulce Nombre por Ancha o Ponce, la Carrera Oficial o, de regreso, por ese puñado de viales que, despuntando el alba, mostraron a la cofradía enmedio de las saetas.
Hermenegildo Sabido y Pepe Crespo dirigieron los pasos hacia una gloria que lo es por la vía del silencio apenas roto por esas oraciones flamencas. Se trataba de un gozo, pese a la lluvia cuando la Hermandad regresaba a su casa, que, sobre monte rojo o entre flor blanca, mostraron al Hijo de Dios y su Madre enmedio de la más bella estampa de una cofradía de cola por una ciudad que siguió los pasos de esa muerte buena, y apresurada por las precipitaciones mañaneras.
(La Voz, Domingo de Resurrección, 12-04-09)

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