viernes, 31 de enero de 2020

Apuros de un botijo en alta mar

Era expresión de un viejo amigo de la familia, cuando mi historia me tenía de niño viviendo en La Atalaya y aquel veterano vigilante nocturno de nombre tan exuberante, Abundancio, se convertía en séneca cabal con exquisitas salidas de pata de banco como la que refería esos dramas nada dramáticos que son celofán de la vida actual.

Y el crío que fui acertaba a imaginar ese castizo contenedor de agua cuyo barro cocido navegaba sin hundirse, que no era para tanto, aunque sin saber bien hacia donde iba. Luego fui entendiendo que son demasiadas las veces que llenamos el mar de nuestra existencia de botijos cuya única utilidad consiste en aliviar la sed y no en provocar desasosiegos.

Ahora es dicho que me traslada a tantas cosas como mi cincuentena relativiza apelando a diario a la botella medio llena que solidifica una felicidad que aparta de sí malezas como la ambición, la envidia o el estrés sobrevenido por un exceso de preocupación. Búcaros medio llenos vengan a mi vida para que no haya apuro posible, ni en alta mar.