domingo, 8 de noviembre de 2020

La aventura de ayudar

En un mundo tan individualista como éste en el que vivimos es extremadamente fácil entender que esa nota predominante que consideramos tantas veces involucionista viene aparejada por grandes dosis de insolidaridad. Pero hay ocasiones en las que bien demostrado queda que no hay porqué entender una cosa y la otra permanentemente cogiditas de la mano.

Dos experiencias de esta tarde de domingo me traen a esta reflexión. Ha bastado, de un lado, conocer el robo de unos seis mil euros a las religiosas Hijas de la Caridad, ésas que están quitando el hambre a alrededor de un centenar de personas a diario en Jerez. Seguramente estén ahora cercanas de ver duplicado lo perdido a base de donaciones.

Son esos movimientos entre la rabia espontánea y el empeño de no dejar sin respuesta semejante injusticia para con los hacedores del milagro cotidiano de dar de comer a tanta gente. Lástima que tantas veces lo somos menos en la distancia corta, en las cosas quizá más pequeñas, en lo menos épico pero tanto o más necesario. Pero está bien.

Lo otro es privado y ahí quedará. Pero es bueno entender que es tan importante aprender solidaridad cotidiana como saber recibirla, entender que toca, advertir sin remilgos que también se quiere riñendo, que se es solidario a la inversa, ayudando al que ayuda, poniéndoselo más fácil. La entrega hay que recibirla siempre de buen grado.