Lo del jueves en el Bodegón Cruzando Doñana resulta de un inverosimil extremo a poco que, ahora, se reflexione sobre todos y cada uno de sus detalles. El Pregón de la Feria de Jerez, como fue llamada la ronda poética con la que recuperaban las Bodegas Garvey aquella cita nacida de la mano de la peña Karkomedo, reunía a tres amigos que rotaron sobre el escenario con la guasa con la que tres paseantes por el González Hontoria lo harían catavino en mano y ganas de pasarlo bien por montera.
Una convención de sumilleres nos llenó el lugar de señores con un rara medalla al cuello que nos miraban con extrañeza y que, no más que para celebrar una cena propia del mencionado encuentro, son ahora pieza clave cuando me propongo recordar lo que protagonizaron aquella noche Andrés Cañadas Salguero, un tal Gabriel Álvarez Leiva y Enrique Víctor de Mora y Quirós pesentados por Pepe Antonio González de la Peña que haciendo pocker del mencionado trío se sumó a la fiesta que les cuento.
Presididos por la concejala Loli Barroso, la organizadora Paloma Ruiz-Mateos y el tan evocado durante el acto Miguel Ruiz y acompañados por las sevillanas del grupo dispuesto a ello, la triada pregonera comenzó a hacer llegar sus cosas a un auditorio que pronto aprendió que estaba allí para hartarse de reir más que para solemnizar su satisfacción por el asunto con los más convencionales aplausos. Aquello era, en efecto, una versión ferial del Club de la Comedia presto a mil y una sorpresas impensables.
Ya estaba preparado el San Patricio y el Ochavico sobre el barril que sirvió de castizo atril cuando Cañadas abría plaza con una carta abierta a Miguel Ruiz, creador del pregón hace treinta años. Las copas iban y venían cuando el segundo el liza, quien suscribe, se preparaba para subir al escenario. Trastabillado en la escalinata de acceso, me ocupé de que el final del primero de mis poemas, 'Un feriante en el Hontoria', fuera adelantado y a cuatro patas llegara a unas tablas que pronto supieron del éxito de una y otro, caída y poema.
Ya les iré colgando los míos a medida que se acerque más nuestra incomparable Feria del Caballo. Pero baste decir que, entre los tres, parecíamos representar ese recorrido que mis versos primeros ilustraban con Manolo Sotelino de compañero de paseillo por el Parque. En la misma entrega llegó mi segundo poema: 'Bailar sevillanas'. Aún me preguntan las señoras y señoritas presentes en el acto si es verdad que no sé bailarlas. Mi éxito con ellas ha sido mayor por esa vía. Jajaja. Créanlo. De veras.
Los nudillos de mi mano izquierda se quedaron sobre el barril dando compás a las seguiriyas como mi pie derecho, muy analizado por Cañadas desde el banquillo y antes de volver a saltar al 'terreno de juego', coadyuvaba a la feliz historia que de palabra contaba. Y al más o menos sutil balanceo de mi cadera seguían sumándose los cuchareos de los sumillers, el regocijo del respetable y la incredulidad de todos por cómo se desarrollaba aquello que antaño giró entre distintos marco que imagino menos... dicharacheros.
Cuando subió De Mora en su primera parte ya el ambiente estaba lo suficientemente caldeado. Su memoria de la lluvia bajo la que acudieron los otros dos pregoneros y el hijo del que tomaba la palabra a un partido de Copa del Rey de su común Sevilla, las facas guardadas como tregua cofrade en la convivencia que convocará Natera, el gesto por el que "cuelgan fermosas hembras de los armarios sus parcas" y otros detalles le hicieron prever el tiempo que nos aguardará llegada la segunda semana de mayo.
Pero lo cierto es que, para entonces, se había impuesto ya ese gran 'anticiclón' que no paraba de arrancar carcajadas entre el público. Y volvería Andrés con sus cosas a modo de un romance con el que se atrevió, en un pregón de la Feria, a exaltar el papel de aquellos que dicen que no les gusta la fiesta del Hontoria. "Yo me tomo una copita y me vuelvo..." decía un tal Serafín a aquella Manuela tan flamenca como algunas de las mozas de la primera fila y más, mucho más, que alguna otra.
"¿Dónde vas tu, carnes mías?" decía Manuela a Serafín. Como yo, ahora, imagino que algunos de los que nos escuchaban nos apuntaban, como dice el fino, 'soto voce'. Pero ya íbamos, los tres, de cabeza hacia donde fuera. Cuesta abajo y sin frenos. Mientras, los de la convención con las medallas evidenciaban que todo esto no iba con ellos. Pero pronto iría, claro que sí. Antes llegué yo como mi 'pemanada' y el homenaje a Miguel Ruiz y tantas otras cosas.
Y subió Enrique Víctor y cogió el catavino y propuso al público que nos acordáramos todos de aquellos que comían mientras hablaban de sus cosas, de cosas de sumilleres supongo. Levantó la copa, se dirigió a ellos y, tras juramentarse con los otros dos con los que compartía escenario, les dedicó un cantecito. Para tenerlos un ratito al menos en silencio, claro, mientras recibían semejante homenaje entre las carcajadas de aquellos que sí que fueron para disfrutar del mencionado Pregón de la Feria.
Cantaba 'Háblame del mar, marinero', y lo hacía con envidiable capacidad musical, mientras a algunos se nos desencajaba la mandíbula y otros ya hacía tiempo que andaban buscándola bajo las sillas, sobre el albero del bodegón y entre la sorpresa generalizada. Apenas si llamaría ya la atención -es un decir, claro- el espléndido poema dedicado a su caseta, 'Los Cabales', porque la posibilidad de sorprender más al público hacía tiempo que se había salido de madre. Increíble, ¿verdad? Pues todo ello es absolutamente cierto. Mamen Villalba tiene la culpa de todo lo ocurrido.
Una convención de sumilleres nos llenó el lugar de señores con un rara medalla al cuello que nos miraban con extrañeza y que, no más que para celebrar una cena propia del mencionado encuentro, son ahora pieza clave cuando me propongo recordar lo que protagonizaron aquella noche Andrés Cañadas Salguero, un tal Gabriel Álvarez Leiva y Enrique Víctor de Mora y Quirós pesentados por Pepe Antonio González de la Peña que haciendo pocker del mencionado trío se sumó a la fiesta que les cuento.
Presididos por la concejala Loli Barroso, la organizadora Paloma Ruiz-Mateos y el tan evocado durante el acto Miguel Ruiz y acompañados por las sevillanas del grupo dispuesto a ello, la triada pregonera comenzó a hacer llegar sus cosas a un auditorio que pronto aprendió que estaba allí para hartarse de reir más que para solemnizar su satisfacción por el asunto con los más convencionales aplausos. Aquello era, en efecto, una versión ferial del Club de la Comedia presto a mil y una sorpresas impensables.
Ya estaba preparado el San Patricio y el Ochavico sobre el barril que sirvió de castizo atril cuando Cañadas abría plaza con una carta abierta a Miguel Ruiz, creador del pregón hace treinta años. Las copas iban y venían cuando el segundo el liza, quien suscribe, se preparaba para subir al escenario. Trastabillado en la escalinata de acceso, me ocupé de que el final del primero de mis poemas, 'Un feriante en el Hontoria', fuera adelantado y a cuatro patas llegara a unas tablas que pronto supieron del éxito de una y otro, caída y poema.
Ya les iré colgando los míos a medida que se acerque más nuestra incomparable Feria del Caballo. Pero baste decir que, entre los tres, parecíamos representar ese recorrido que mis versos primeros ilustraban con Manolo Sotelino de compañero de paseillo por el Parque. En la misma entrega llegó mi segundo poema: 'Bailar sevillanas'. Aún me preguntan las señoras y señoritas presentes en el acto si es verdad que no sé bailarlas. Mi éxito con ellas ha sido mayor por esa vía. Jajaja. Créanlo. De veras.
Los nudillos de mi mano izquierda se quedaron sobre el barril dando compás a las seguiriyas como mi pie derecho, muy analizado por Cañadas desde el banquillo y antes de volver a saltar al 'terreno de juego', coadyuvaba a la feliz historia que de palabra contaba. Y al más o menos sutil balanceo de mi cadera seguían sumándose los cuchareos de los sumillers, el regocijo del respetable y la incredulidad de todos por cómo se desarrollaba aquello que antaño giró entre distintos marco que imagino menos... dicharacheros.
Cuando subió De Mora en su primera parte ya el ambiente estaba lo suficientemente caldeado. Su memoria de la lluvia bajo la que acudieron los otros dos pregoneros y el hijo del que tomaba la palabra a un partido de Copa del Rey de su común Sevilla, las facas guardadas como tregua cofrade en la convivencia que convocará Natera, el gesto por el que "cuelgan fermosas hembras de los armarios sus parcas" y otros detalles le hicieron prever el tiempo que nos aguardará llegada la segunda semana de mayo.
Pero lo cierto es que, para entonces, se había impuesto ya ese gran 'anticiclón' que no paraba de arrancar carcajadas entre el público. Y volvería Andrés con sus cosas a modo de un romance con el que se atrevió, en un pregón de la Feria, a exaltar el papel de aquellos que dicen que no les gusta la fiesta del Hontoria. "Yo me tomo una copita y me vuelvo..." decía un tal Serafín a aquella Manuela tan flamenca como algunas de las mozas de la primera fila y más, mucho más, que alguna otra.
"¿Dónde vas tu, carnes mías?" decía Manuela a Serafín. Como yo, ahora, imagino que algunos de los que nos escuchaban nos apuntaban, como dice el fino, 'soto voce'. Pero ya íbamos, los tres, de cabeza hacia donde fuera. Cuesta abajo y sin frenos. Mientras, los de la convención con las medallas evidenciaban que todo esto no iba con ellos. Pero pronto iría, claro que sí. Antes llegué yo como mi 'pemanada' y el homenaje a Miguel Ruiz y tantas otras cosas.
Y subió Enrique Víctor y cogió el catavino y propuso al público que nos acordáramos todos de aquellos que comían mientras hablaban de sus cosas, de cosas de sumilleres supongo. Levantó la copa, se dirigió a ellos y, tras juramentarse con los otros dos con los que compartía escenario, les dedicó un cantecito. Para tenerlos un ratito al menos en silencio, claro, mientras recibían semejante homenaje entre las carcajadas de aquellos que sí que fueron para disfrutar del mencionado Pregón de la Feria.
Cantaba 'Háblame del mar, marinero', y lo hacía con envidiable capacidad musical, mientras a algunos se nos desencajaba la mandíbula y otros ya hacía tiempo que andaban buscándola bajo las sillas, sobre el albero del bodegón y entre la sorpresa generalizada. Apenas si llamaría ya la atención -es un decir, claro- el espléndido poema dedicado a su caseta, 'Los Cabales', porque la posibilidad de sorprender más al público hacía tiempo que se había salido de madre. Increíble, ¿verdad? Pues todo ello es absolutamente cierto. Mamen Villalba tiene la culpa de todo lo ocurrido.
Eres Genial!. Pregones así iluminan la feria antes de comenzar. A muchas nos hubiese gustado estar en ese pregón... Por cierto, yo podría muy gustosa enseñarte a bailar esas sevillanas.
ResponderEliminarEres genial!. Pregones así iluminan la feria antes de comenzar. Por cierto, yo podría muy gustosa, enseñarte a bailar esas sevillanas.
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