Me perdí el sol de La Albarizuela cuando abría el alma a Cristo y María en un nuevo Domingo de Ramos. Los Desamparados reafirmó su espiritu bajoandaluz, pese a que es la Patrona de Valencia la que da nombre a la capilla. Y ello ocurrió mientras salían nazarenos y nazarenos convertidos en aquellas golondrinas que, dice la leyenda, quitaron las espinas de la frente del Señor. El cortejo de la Coronación de Espinas constituyó, un año más, uno de los grandes atractivos del primer día de cofradías en Carrera Oficial.
Arcos, Gaspar Fernández, Bizcocheros, Antona de Dios... La cofradía se arremangó las vueltas negras de sus capas al viento y, por el callejero de su feligresía de San Pedro ilustró, seguro, las trazas más genuinas de una jornada dada a arremolinarse en torno a los pasos de la calle Don Juan. Por eso no había sitio libre mientras sus filas ocupaban uno de los tramos más preciosistas del callejero cofrade de Jerez. Era momento de comenzar a escuchar a Santa Marta tras el misterio y a la Municipal de Villalba del Alcor para la Paz y Aflicción.
La Hermandad apenas si estrenaba otra cosa que la junta de gobierno de Javier Lucena. Pero era Domingo de Ramos y el espíritu en la calle no era sino el de la novedad basada, fundamentalmente, en la renovación de la tradición. Lo de siempre, sin más, fue estrenado mientras el barrio abría sus entrañas para depositar en el Palquillo el tesoro de su mejor y más acendrada piedad. Manolo Campos se ocupaba de dirigir a sus costaleros para que el romano del pie en la banqueta del Cristo de la Coronación casi pudiera ponerlo en el control horario.
Sedente, la imagen de Pedro Grass y Elías Mer hizo aparición en Carrera Oficial mientras la Banda del Cristo de la Caridad oficializaba la entrada y el público congregado se disponía a disfrutar de las trazas de semejante espectáculo costalero. Ya entonces se presumía la gloria de una dolorosa espléndida que ocupa uno de los pasos de palio más equilibrados estéticamente de toda la Semana Santa. Isaac Núñez, pequeño de estatura pero grande de capacidad, cuadraría la estampa de la Virgen en la retina de todos, una a una.
El diseño de Landa refulgió en la tarde luminosa que aguardana a la Virgen de la Paz en su Mayor Aflicción. Apenas si hizo falta que los candeleros de Villarreal cundieran, necesariamente, sus luminarias que, llegada la noche apurarían su cera al servicio de la causa de una estación brillante cuando, de recogida, me la encontré por las calles Honda y Arcos. Tras la penitencia sobria efectuada en mi cofradía, toparme con los candelabros de cola de Villarreal constituyó la plasmación de la virtud que el día encontraba en la diversidad de sus cofradías.
Así alcanzaría, entre nazarenos de terciopelo negro y lana blanca, el canasto de Guzmán Bejarano, trono señero para una escena primorosa con la que regresar a La Albarizuela y constatar que hay cosas que no cambian en una celebración pasionista que proporcionó anoche, de nuevo en la capilla del Refugio de los Desamparados, el aire alentador de una tradición que, entre los naranjos de ese tramo de la calle Arcos, supo a nueva mientras la brisa de la noche aupaba la espectación entre las miles de cabezas del público allí agolpado.
(La Voz, Lunes Santo, 06-04-09)
Arcos, Gaspar Fernández, Bizcocheros, Antona de Dios... La cofradía se arremangó las vueltas negras de sus capas al viento y, por el callejero de su feligresía de San Pedro ilustró, seguro, las trazas más genuinas de una jornada dada a arremolinarse en torno a los pasos de la calle Don Juan. Por eso no había sitio libre mientras sus filas ocupaban uno de los tramos más preciosistas del callejero cofrade de Jerez. Era momento de comenzar a escuchar a Santa Marta tras el misterio y a la Municipal de Villalba del Alcor para la Paz y Aflicción.
La Hermandad apenas si estrenaba otra cosa que la junta de gobierno de Javier Lucena. Pero era Domingo de Ramos y el espíritu en la calle no era sino el de la novedad basada, fundamentalmente, en la renovación de la tradición. Lo de siempre, sin más, fue estrenado mientras el barrio abría sus entrañas para depositar en el Palquillo el tesoro de su mejor y más acendrada piedad. Manolo Campos se ocupaba de dirigir a sus costaleros para que el romano del pie en la banqueta del Cristo de la Coronación casi pudiera ponerlo en el control horario.
Sedente, la imagen de Pedro Grass y Elías Mer hizo aparición en Carrera Oficial mientras la Banda del Cristo de la Caridad oficializaba la entrada y el público congregado se disponía a disfrutar de las trazas de semejante espectáculo costalero. Ya entonces se presumía la gloria de una dolorosa espléndida que ocupa uno de los pasos de palio más equilibrados estéticamente de toda la Semana Santa. Isaac Núñez, pequeño de estatura pero grande de capacidad, cuadraría la estampa de la Virgen en la retina de todos, una a una.
El diseño de Landa refulgió en la tarde luminosa que aguardana a la Virgen de la Paz en su Mayor Aflicción. Apenas si hizo falta que los candeleros de Villarreal cundieran, necesariamente, sus luminarias que, llegada la noche apurarían su cera al servicio de la causa de una estación brillante cuando, de recogida, me la encontré por las calles Honda y Arcos. Tras la penitencia sobria efectuada en mi cofradía, toparme con los candelabros de cola de Villarreal constituyó la plasmación de la virtud que el día encontraba en la diversidad de sus cofradías.
Así alcanzaría, entre nazarenos de terciopelo negro y lana blanca, el canasto de Guzmán Bejarano, trono señero para una escena primorosa con la que regresar a La Albarizuela y constatar que hay cosas que no cambian en una celebración pasionista que proporcionó anoche, de nuevo en la capilla del Refugio de los Desamparados, el aire alentador de una tradición que, entre los naranjos de ese tramo de la calle Arcos, supo a nueva mientras la brisa de la noche aupaba la espectación entre las miles de cabezas del público allí agolpado.
(La Voz, Lunes Santo, 06-04-09)
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