No consta invitación en el cajón de mis cosas importantes, ni la encuentro tampoco en ninguno de los otros. Los cambios vitales en los que te da miedo entrar, por si localizáramos entre sus causas verdades inesperadas que cuestionen los asertos de convicciones no reflexionadas, no borran de un plumazo todo lo que, en favor de tus olvidos, se sumó también al marasmo.
Y ahora y en la hora del preeminente fasto no conviene hacerlo. Explotaría la pompa y quitaría brillos al boato. Garantizaría caras poco festivas. Es lo más fácil. Lo entiendo. Sea ése mi regalo. Sea ésa una nueva generosa aportación a las muchas que en veintisiete años se han conocido. Sea en nombre de la paternidad más responsable: la que sufrió, aguantó y luego legó felicidades.
Borrados fueron sin embargo aquellos brazos que te sostuvieron, aquel 'sin fin' de horas laborales para el sustento, borradas las causas del desarraigo que me convirtieron en visitante de un lugar mal llamado hogar y también las soledades atesoradas cuando una salida al encuentro de la sangre (recuerdas?) hubiera sido apenas ínfima parte de la gratitud esperada.
Te casas. Sé feliz. Pero déjame, con cargo también al regalo, que sume este consejo que te dejo: ahora que comienza tu aprendizaje sobre qué es y qué debe ser una relación matrimonial, jamás olvides que nunca tendrás garantías de cuál sea el destino final del camino que inicias. Amparo creerás tener ante toda situación. Consuelo faltará, sin embargo, a la hora de la hecatombe.
Queden para siempre entre tus posesiones más recordadas del momento las fotos y, en los repasos que les darás especialmente al principio, las constancias que ellas ofrezcan. Para ti serán presencias y ausencias. A mí siempre me quedará ésta que ilustra mis palabras y que enarbolo con todo el cariño de un padre que fue como pudo. No más imperfecto que tú necesariamente. Sé feliz!