viernes, 7 de octubre de 2016

Diario de Camino: Jerez de la Frontera, 04-09-16

Raro concepto éste de la normalidad. Dos domingos después de aquél que nos llevó a Finisterre, plantándonos ante la infinitud de ese horizonte oceánico sobre el que peregrinos de todos los tiempos depositaron sus miedos, la incorporación mañana lunes a mi puesto laboral tras las vacaciones más constructivas que haya disfrutado nunca me colocan ante ese otro abismo en el que se convierte vivir lo cotidiano con semejante acervo de experiencias que constituye el Camino de Santiago.

Si han de aparecer monstruos en mi vida que sepa heredar la fortaleza con la que aquellos que, a lo largo del Medievo o la Edad Moderna, se asomaron a la espalda del faro de Fisterra y quemaron su yo viejo conscientes que la ruta jacobea dejó en ellos huella indeleble. Así, en medio de aquellas rarezas que quedaron instaladas en el cuerpo y en la mente de Carmen y mía desde que nos quitamos la mochila, ya comenzamos a vencer al mostruo de la normalidad.

Hasta ahora no ha desaparecido el dolor lumbar que jamás sentí mientras la mochila me abrazaba pero que se apoderó de mi espalda inmediatamente después. Algunas señales marcan nuestros pies pese a la recuperación de las ampollas y cortes. Y la actividad cerebral de ambos se guarda para que la noche recupere, en sueños, nuestro paso por el puente del Órbigo, los paisajes vistos desde el Monte Irago o el bosque encantado junto a Portomarín.

Y, con todo, es otra actividad cerebral, la reacción del Parkinson en Carmen una vez finalizado el peregrinaje, la que llama más poderosamente la atención en estos momentos. Ella dice que el tercero en discordia del hagstag #3enelcamino está enfadado por la llegada del final de esta experiencia vital que tan entretenido y casi ausente en muchas etapas lo ha tenido.

Carmen reajusta las tomas de medicamento de nuevo. Pero lo hace desde la experiencia del Camino que nos enseñó a maridar las ingestas de la levodopa con las de alimento en la distancia adecuada. Y yo, también ella, asumo que ya nada será igual aquí. Al ritmo de aquellos bueyes en que quedamos convertidos junto a tanta mula transitando a tirones adoptamos el camino de la vida que comienza. Iniciático lo llamó la compañera Isabel Noci. Que así sea.

Y una flecha amarilla queda junto a la puerta de casa testimoniando bajo qué umbrales comienza cada día esa nueva etapa que dejó atrás mochilas viejas. Esta casa ya forma parte del Camino de Santiago, dice Carmen. La flecha indica la dirección que hay que seguir para alcanzar el cielo con las manos. Mi alma... nuestras almas se han quedado volando con las mariposas del camino, asegura.

Muchas cosas se han quedado en el Camino y otras se han hecho más grandes. Ojalá todos pudierais sentir de verdad esto con sólo leerlo en este diario tan poco pretencioso como sustancial de pura sencillez como subyace en cada historia vivida sobre tierra, piedras, asfalto o lechos de hojas alfombrando nuestra marcha. Así, entre espigas de trigo hechas paja en las alpacas, entre maizales, entre árboles que cuchichearon a nuestro paso, sobre puentes medievales, montañas agrestes y ríos cantarines, junto a iglesias románicas que lamentamos cerradas y aquellas otras que se abrieron a nuestra oración y a nuestras velitas encendidas y escondidas tras los pilares.

Es posible sentirse lleno, de cuantas experiencias marcaron el Camino, y a la vez vacíos, que también nosotros lo dimos todo. Por eso no acaba aquí mi diario. Aquí comienza, aquí revive, aquí alimenta!

jueves, 6 de octubre de 2016

Diario de Camino: Finisterre, 21-08-16

Es posible que dos horas y cuarto de autobús entre Santiago de Compostela y Finisterre descompongan más el cuerpo que toda una jornada del Camino recién concluido. Cualquiera de las trece etapas. Doy fe de ello. Acabo de descubrirlo. La tradición jacobea dice que, per secula seculorum, los peregrinos no concluían en la catedral que tan bellamente llama el deán, don Segundo, "la Casa de Santiago". Seguían caminando hacia el fin de la tierra conocida entonces.

Hoy en día pueblan cada mañana la enorme y muy operativa estación de autobuses compostelana y la empresa Mombús hace el resto. Lo cierto es que esto no me parece decisión ni de turigrinos ni de pilgrimpijos. Son cosas que emanan de la lógica que señala final en Santiago, junto al Apóstol, y episodio a 80 kilómetros de allí, en la Costa da Morte, allá donde, tras tanto monte y actividad agropecuaria, llega la mar y la vida pesquera y mariscadora.

Conocer estas otras realidades gallegas no son turismo para el peregrino. Más bien suponen encardinación del objetivo principal en un nuevo marco que es preciso cruzar con los ojos bien abiertos, con los poros de la piel bien dispuestos a que no se escape sensación alguna. Por ello no acudiremos Carmen y yo a Muxía, tan popular desde que el chapapote tiznara las aguas en las que hoy hemos visto las plataformas mejilloneras y los barcos sin faenar. Supongo que por ser domingo, que en estas tierras eso se respeta mucho. 

En dirección hacia el punto de la península ubicado en el enclave más occidental, en que los gallegos llaman Fisterra, han ido asomando Noia, Muros, Cee, Corcubión... En el bus, los peregrinos no hablan de las circunstancias del Camino. Sentirán todos la misma rareza que nosotros. Todos acuden, sin embargo, al encuentro con cuanto sea menester desprenderse.

Es difícil de entender la capacidad transformadora del Camino de Santiago. Y, por tanto, extremadamente complejo explicar ahora, aquí, qué hacemos en Finisterre. Los monstruos marinos protagonistas de las pesadillas medievales quizá apenas sean, salvo ese gran devorador de hombres cuyas vidas ha sesgado el mar mientras faenaban, aquellas sombras que cada peregrino deja allí, en la pira purificadora a la puesta de sol.

El Museo de la Pesca, en el Castelo de San Carlos, al otro extremo del paseo marítimo de Finisterre que es aquél desde el que más directamente se llega al propio cabo, a su faro, nos detiene casi sin proponérnoslo mientras localizábamos el lugar jacobeo pretendido en el que poner colofón a nuestro Camino. De pronto, piezas óseas de ballenas y otros 'monstruos', fotos ancestrales sobre las penurias de la vida de las familias de pescadores...

Quiso el Apóstol que no nos fuéramos 'de rositas' del pueblo antes de afrontar los tres kilómetros de subida al faro. Pero primero, a empaparnos del paisanaje de Finisterre y su más genuina vida. La flota es amplia aún. Se observa en el coqueto puerto. Para entonces el paisaje ya nos había cautivado lo suficiente. Y arriba, de hecho, ha sido elemento paliativo sustancial una vez hemos descubierto en qué se ha convertido el mojón del Camino con el simbólico kilómetro cero: un photocall para domingueros que, en buena parte de los casos, no han hecho un sólo metro en la ruta jacobea.

Nada, sin embargo, hace sombra a nuestro encuentro personal, de pareja, como gente de fe peregrina, en el tránsito hacia una vida nueva, que ha verificado, potenciado y culminado este Camino de Santiago. Y, sin embargo, nadie lo crea conocido de nuestra mano. Todos tenéis uno por descubrir. Ultreia, peregrinos de la vida!

miércoles, 5 de octubre de 2016

Diario de Camino: Santiago de Compostela, 20-08-16

Hoy he amanecido con la compostela enrollada en una caja cilíndrica que guarda dos de Carmen y dos mías. Además de la ordinaria, puede reclamarse la que añade el punto de partida y nuestros nombres en latín. Soy Gabrielem Georgius, y ello me ha hecho sentir peregrino medieval, alguien fundido en una tradición que por mucho que se conozca y valore no se termina de considerar en su justa medida hasta que uno pasea serena y distendidamente por las calles compostelanas.

Los diplomas están guardados. Siendo importantes no eran lo primero por mucho que hemos puesto empeño en el sellado a lo largo y ancho del Camino. Ellos iban señalando el sentido del itinerario iniciado en León. Y cuánto nos llenaba el corazón cuando conseguíamos que ello ocurriera en alguna iglesia. Mucho más que los registrados en albergues, bares, panaderías... Así uníamos oración al rito.

Pero el estrés de la tarde en que llegamos se incrementó al ponérsenos a tiro la posibilidad de dejar saldado el trámite en la Oficina de Atención al Peregrino. La gente eficiente al mando del sacerdote Segundo Pérez, deán de la Catedral de Santiago, nos acogió tan bien como el mencionado cura capitular en la sacristía poco después para atendernos en virtud del conocimiento que, el mismo día de ayer y de la mano de Carlos Perdigones, tuvo del caso de Carmen y nuestro reto #3enelcamino #pkjerez.

Que el mismo día de nuestra entrada en el Obradoiro, finalizando la ruta jacobea, pudiéramos ser recibidos entre sonidos de gaitas por Paula Fernández de Azpiazu, chica con Parkinson llegada para ello con su familia desde La Coruña, así como disponer de la compostela y asistir en lugar de privilegio a la misa de peregrinos era demasiado para una misma tarde.

Y de todo ello no podía hablar con cierta propiedad hasta dejar pasar una noche en Santiago de Compostela. Necesitaba serenarme y Carmen me confiesa lo mismo. Imposible digerir sin el digestivo tratamiento antiestrés aplicado en las literas del albergue Santo Santiago tanta sobreexcitación con la que finalizaba lo que al fin y al cabo no era sino una etapa más del Camino de Santiago. La final, sí, pero un tramo más de 20 kilómetros que solventar con el precio de un cansancio ya acumulativo y alguna ampolla pendiente de últimas curas en los pies de Carmen.

Es hoy, el día después, cuando empezamos a darnos cuenta. Pisamos el histórico empedrado de las calles compostelanas y advertimos, poco a poco, lo alcanzado. Y paseamos por esas últimas rúas antes de la Catedral recordando lo vivido ayer con mochila, con botas y con bordón y bastones aún.

Pero ya no hay que portar todo ello. Se quedó en el albergue antes de acudir a la Misa de Peregrinos, ser recibidos por don Segundo, acogidos por la tradición recordada por el oficiante de la celebración de la Eucaristía y asombrados tanto por el conjunto de su liturgia como, de modo singular, por el vuelo del botafumeiro. Atrás quedaron otros que, con los pájaros de la paramera leonesa, los parajes maragatos y bercianos, la avifauna de montaña en el Irago o los montes gallegos, ya tuvieron su protagonismo.

Quiso el Señor que los viéramos y disfrutáramos, junto al resto de su Creación, en primera línea. Y en primera línea se nos permitió también en el caso del botafumeiro. Perfuma y pone en acción a nuestras pituitarias aún un día después y lo hace del mismo modo que tantas experiencias vividas en estos trece días: perfumando ya nuestra vida. Y hoy empezamos a notarlo. Hoy comienza el Camino.

martes, 4 de octubre de 2016

Diario de Camino: Santiago de Compostela, 19-08-16

Es posible que siempre hubiera imaginado más euforia que estrés en el día del acceso a la Plaza del Obradoiro cumplidos tantos kilómetros caminando desde León, tantas etapas en clave peregrina, tantas emociones y también tantos sufrimientos. Para empezar, salir de Pedrouzo tras haber debido soportar el retraso del panadero constituyó, sin desayuno hasta el último instante antes de abandonar la cafetería, un primer obstáculo para un día en el que nos apetecía arrancar cuanto antes. 

Luego la lluvia. Intensa desde la madrugada, nos cayó por partida triple al entrar en el bosque de esos eucaliptos que nos acompañaron hasta Lavacolla. Nos aportaba la humedad que empapó la tierra durante toda la noche. Nos empapó con la que se desprendía de los árboles tan remojados durante tantas horas. Y nos caía directamente desde ese cielo encapotado y gris que nunca preavisa en Galicia sobre cuando acaba el aguacero. Sencillamente se acaba cuando toca. Estés preparado para ello o no. Esto es así.

Escampó, sin embargo, para que la subida al Monte do Gozo nos hubiera permitido, entrando aún en San Marcos, habernos quitado el chubasquero y, en un alarde jacobeo espontáneo, retirar la concha peregrina pintada a mano y preparada por las benedictinas del monasterio-albergue de Las Carbajalas y portada todo el camino prendida en nuestras mochilas. Carmen decidió colgarla en su pecho como si fuera una medalla. Y yo la secundé entusiasmado.

A veces los signos compartidos tienen capacidad terapéutica ante situaciones por venir. Casi de modo preventivo, nos ponen de manifiesto que la unidad entre nosotros, más allá de la común condición peregrina como es lógico pensar en nuestro caso, está por encima de diferencias puntuales que apenas si asoman para poner al descubierto que somos personas, los dos, con limitaciones e incapacidades que reconocer.

Nada contribuya pues a desvirtuar el ancestral sentido que tiene para el peregrino el Monte do Gozo. Pese a sus pequeñas decepciones. Prima ahora en él el monumento que conmemora aquella JMJ de 1989 presidida por San Juan Pablo II. Y allá que llegan los ruidosos grupos multitudinarios o los bicigrinos en patulea que, de un modo u otro, arramblan con la pequeñez que el peregrino solitario o en pareja ha ganado kilómetro a kilómetro. Todo ello para mal ver, en la lejanía y entre árboles, Santiago de Compostela.

La ventaja de hacer el Camino en soledad o en la compañía apenas de otra persona más reside en que cuando, hecha la foto familiar, los macrogrupos comienzan a descender con prisas hacia la ciudad, los empeñecidos por la corta compañía o la humildad ganada en soledad tenemos aún algo pendiente en el Monte. Todo un regalo que se les escapa a los superficiales que mirando al horizonte santiagués se pierden algo que tienen tan cerca pero les pasa inadvertido.

No sé porqué razón ha quedado tan apartado del circuito de los peregrinos ese otro monumento que andábamos buscando y no entendíamos porqué razón eran tantos los que se marchaban sin siquiera preguntar por aquellos gigantes broncíneos de gesto eufórico y, desde allí sí, con Santiago de Compostela y su catedral churrigueresca a la vista. Tardamos un poquito más en abandonar el Monte do Gozo, pero mereció la pena.

El retraso se sumó a las circunstancias urbanas que comenzaron a envolver al Camino y que nos hizo confusos aldeanos que parecieran no reconocer el ruido, el olor y el color del tráfico. El peregrinaje jacobeo prefiere marcos genuinamente rurales. Es mi impresión. Había que registrarse al paso en el albergue, casi sin quitarse las mochilas que había que continuar hasta el casco histórico y, en él, subir desde la Porta do Camiño por la Rúa das Casas Reais, Cervantes, Azabachería, plaza de la Inmaculada, las gaitas, la gente que nos recibía y el Obradoiro. Al fin!!!

lunes, 3 de octubre de 2016

Diario de Camino: Pedrouzo, 18-08-16

La rara tarde de la víspera de nuestra llegada a Santiago de Compostela viene marcada por un conjunto de sensaciones que me están pareciendo más difíciles de metabolizar que los alrededor de 300 kilómetros ya caminados desde nuestra partida en León el ya lejano 7 de agosto. Aquel domingo se iniciaba una aventura que está en nuestras piernas, está en nuestro cerebro, también reside ya en el corazón único que late para Carmen y para mí y, creedme, está del mismo modo en nuestra conciencia.

Los músculos son unos campeones, y nuestros pies también. Comenzaron acumulando molestias que, a modo de ampollas, pequeños cortes o toda nuestra biología pendiente de la adaptación a lo que nos llegaba, están tan superadas que, creo, seríamos capaces de seguir adelante si restaran aún tantos kilómetros como los ya caminados. Ahora ya sí. El peregrinaje a Santiago nos ha fortalecido.

Y cuánto hemos aprendido. Dicen muchos de los comentarios realizados en redes sociales por quienes nos han querido seguir en este camino espiritual que hemos puesto al alcance de quien quisiera por medio de videos, fotos y referencias escritas... dicen, repito, que han aprendido mucho. Otros de los habituales, como Carlos Perdigones, Fulvio Capitanio o Isabel Noci, son realmente los que nos han enseñado. Lugares, personas, tradiciones, gastronomía, historia de este secular peregrinaje.

Lo vivido de modo sorpresivo, admirable, entrañable, emocionante, fortalecedor e, incluso, dolorido ha empapado tan transformadoramente nuestro corazón que ahora es como la esponja incapaz de retener toda el agua pretendida. También él, el motor tanto de nuestro cuerpo como de las emociones, chorrea experiencias que casi no caben en él. Y sin necesidad de apretarlo.

Pero casi por encima de ello queda la conciencia de una misión que parece cumplida. No ha sido fácil responder a la pregunta de estos días sobre si esto era experiencia personal de cada cual, de pareja buscando consolidar su relación o colectiva que incluyera a cuantos, bajo el hagstag #3enelcamino, han sumado su latido desde la Asociación Parkinson Jerez u otras instancias sociales o personales que han resultado sensibles a nuestro mensaje.

Y ahora, sin embargo, la tarde es rara. Insisto. No sé como sentirme. Contento desde luego. En lo personal he encontrado un asidero importante. No es un apoyo cualquiera. Es el descubrimiento de un itinerario de vida que fortalece las decisiones recientemente tomadas, que serena en el deseo de todo lo mejor en la vida a quien estuviera frente a mí y que me impulsa en la necesidad de recuperar a quienes son sangre de mi sangre.

Cuál ha sido, sin embargo, el resultado obtenido por el empeño visibilizador del Parkinson? Carmen ha provocado tiritones de empatía. Aun en los casos en que fuera yo quien se ocupara de contar la historia. Las lágrimas de Vanesa, la madrileña que se conmovió de su valentía confesando actitud de acción de gracias ante la lenta recuperación de su padre, fue un precioso ejemplo. O Amelia, la hospitalera de nuestro albergue de Ponferrada. O los "bravíssima!" de Renata y Franco, entrañable pareja milanesa. O el grupo de peregrinos de Jaén. O el ciclista vitoriano.

Los 19 kilómetros caminados hoy, entre Arzúa y Pedrouzo, han parecido verdaderamente 'cascarón de huevo', como si no contaran porque lo por llegar lo inunda ya todo. Mañana llegamos a la Plaza del Obradoiro. Pero lo cierto es que Santiago ya llegó a nosotros.

domingo, 2 de octubre de 2016

Diario de Camino: Arzúa, 17-08-16

Bien sabíamos que el Camino de Santiago había de transformarnos. Por ello era preciso que todo nuestro ser supiese del zarandeo que merecíamos de manos del Apóstol. Y si nuestro interior estaba ya predispuesto a ello, que la experiencia llegaba en el momento justo, cómo no pensar que todo cuanto llevamos en la mochila tendría igualmente que ser pasado por el tamiz de semejante conversión. Así es que recibo con gozo la oportunidad, que se ha hecho esperar hasta el penúltimo día, de sacar los chubasqueros. La lluvia nos recibió antes de alcanzar Melide, en el ecuador de la undécima jornada, la que comenzamos en Palas de Rei y nos ha traído a la tierra quesera de Arzúa.

La bendición del agua, cayendo bajo las pautas genuinamente gallegas de ese sirimiri que nos metió en humedades casi sin darnos cuenta, de menos a más, casi partiendo de una especie de rocío mañanero venido a más, es una alegría. Es agua bien recibida por los cultivadores de maíz o frutales como los manzanos y perales que no cesan a un lado y otro del camino. Y aunque también es agua que no en pocas ocasiones genera tragedias en las familias que viven del mar cada vez más cercano, cuando la adversidad meteorológica se crece con trazas de encabritamiento contra quienes sacan del Atlántico o del confín del Cantábrico el pulpo tan rico en Melide o el bacalao de mi empanada para el almuerzo, lo cierto es que la hemos visto hoy empapar los prados de modo bonancible para mantener pintada de esos verdes maravillosos esta tierra gallega.

Era jornada larga en la que tampoco convertiré la lluvia ahora en un deseo que nos mostrara en modo alguno buscando el sufrimiento. No es ésa la tesitura en que mejor, creo, se entiende el Camino. Se busca la austeridad y el esfuerzo. Pero no el sufrimiento. Éste llega sólo. Sin ser llamado. Y se acepta. Como la vida misma. Pero procuramos que nunca turbe nuestra alegría peregrina. "Botella medio llena, Carmen!", sugiero a mi compañera cuando toca aguantar alguna dificultad. Mientras tanto, para a nuestro lado alguien con una camiseta que reza 'No hay gloria sin sufrimiento'. Pues vale. Quien la porta es uno de aquellos que apreciamos que marchan como las mulas tiran de las carretas del simpecado, con esos característicos tirones y las paradas que hagan falta. En El Rocío, las que son tiradas por bueyes otorgan un ritmo más lento pero más constante. Así caminamos nosotros en dirección a Santiago.

Atrás han ido quedando hoy Palas de Rei, donde nos despedimos esta mañana de Manuel, el hospitalero del Albergue Mesón de Benito que recibe y atiende haciendo uso de un flemático humor gallego cargado de perlas que es preciso estar atentos para no perderse. También superados ya Casanova, Leboreiro, Furelos, Melide, Parabispo, Buente, Castañeda o Ribadiso da Baixo y Arzúa. Estamos en el albergue Los Caminantes, en el que ya preparamos la penúltima noche antes de llegar a la Plaza del Obradoiro. Hospitalera tiene este establecimiento. Ana se llama. Su humor es de otra pasta. Y su carácter la convierte en un torbellino que va y que viene para que el peregrino no eche en falta nada que pueda necesitar. Entra y sale y no hay vez que pase ante el butacón que ocupo para escribir estas líneas que no termine pidiéndome disculpas. "Usted escriba, escriba, que yo procuraré no molestarle!", dice.

El hospitalero del siglo XXI es otra cosa, supongo, pero en esencia lo mismo: alguien que no echa cuentas de comprobar si le compensa tanto esfuerzo. Hay de todo pero yo veo la botella siempre medio llena.


sábado, 1 de octubre de 2016

Diario de Camino: Palas de Rei, 16-08-16

Hoy es día de San Roque. No son pocos templos que, en el Camino de Santiago, están dedicados a este peregrino francés. Recién entrados en Galicia, unos kilómetros más adelante de O Cebreiro, existe un accidente geográfico emblemático, el alto con el nombre del santo. Pero, amén del archiconocido refrán del perro sin rabo, poco se conoce popularmente de este hombre acomodado que, en el siglo XIV, vendió lo que tenía para hacer un camino espiritual que le llenara más que las propiedades materiales. 

No es que viniera a Santiago, lo suyo fue peregrinar a Roma haciendo el bien allá por donde pasó y en especial por los enfermos de peste que encontró en aquella Italia medieval. Lo demás fue la historia del sanador enfermado de ese mismo mal, su retirada a las afueras de la ciudad y la misteriosa aparición del perro que cada día le llevaba el mendrugo de pan que lo mantuvo con vida. Pero los peregrinos de Santiago lo consideramos uno de los nuestros. Aunque no uno cualquiera.

La iglesia de San Tirso, en Palas de Rei que es donde culmina nuestra décima etapa, es un templo que, por ser del siglo XII, ya existía antes que San Roque viniera al mundo. La misa presidida por el padre José Manuel junto a otros compañeros combonianos nos ha permitido eucaristía, bendición a los peregrinos y un nuevo sello que, en nuestra credencial, llena de historia esta cartilla con la que ganar la compostela en Santiago en apenas tres días.

Pero éste de San Tirso es, como me dijeron en el Albergue Mesón de Benito y confirmarían luego los combonianos, el más antiguo del Camino. Excepción hecha del propio del punto de destino de este itinerario que hoy ha proseguido, desde la boscosa ribera del Miño entre un intenso fresco húmedo de partida, bancos de niebla rotundos y el inevitable calor siempre presente cuando llega la hora.

Salvo esos bosques iniciales llenos de umbrías y musgo, de sugerencias al misterio y la leyenda, hoy ha sido día más dado al paisanaje que al paisaje. Lo reconozco. Por eso terminar con una homilía que nos ha recordado la figura de San Roque nos ha trasladada inmediatamente al recuerdo del grupo de venezolanos peregrinos con los que compartimos un instante y algo de conversación en la que pronto asomó la situación que vive ese entrañable país caribeño.

Aquellas víctimas de la inestabilidad económica y la crisis de abastecimiento fruto de un insostenible desgobierno que debe buena parte de sus despropósitos a quienes, enfermos de ideología, han olvidado que primero están las personas. Me reconocen estos peregrinos que ello está entre sus intenciones del Camino. Yo la hago también mía. Por Venezuela y también por España.

Personas, personas, y más personas. Son lo importante. Quizá cuando inicias el Camino de Santiago puedes sustraerte a la inmensidad de los paisajes. Pero llegados a este punto, ya es el prójimo el importante. Cosas de este peregrinaje que ya me está enseñando que, a la vuelta, lo importante es lo importante. Como Franco y Renata, pareja italiana con la que volvemos a coincidir. U otra originaria de Burgos aunque residente en Madrid y en la que ella, que canta música lírica como los ángeles, alivió nuestra bajada desde la cima del Monte Irago con sus arias. Hoy hemos podido agradecérselo. Especialmente Carmen. 

Y también en nuestra mente aquellos que, buscando el mínimo esfuerzo cuando se proponen su inicio en Sarria, encontraron ya el final tras apenas jornada y media de haber comenzado. Es otra pareja, matrimonio veterano cordobés, con escasas reservas físicas que pronto han quedado puestas en evidencia. Nada que un taxi no arregle. Nosotros seguimos adelante.