sábado, 21 de marzo de 2020

Un confinamiento raro

Una vez más el cine haciendo de las suyas. Cuatro da contenido al confinamiento sabatino con otro más rebuscado aún que el que provoca el coronavirus. Se llama 'A tres metros y medio' y me la he zampado con curiosidad.

Dos chicas, hermanas tan distintas como la conversación en la peli desvela, se han quedado encerradas en una piscina que, al cierre para el público, las deja en el agua bajo la tapa de fibra de vidrio con que es cubierta.

Las conversaciones en ese encierro son seguramente la esencia de la historia. Muy por encima de la situación tan kafkiana en la que se ven inmersas. Y ello les hace prometerse cambiar las cosas si consiguen salir de allí.

Más recomendable es nuestro confinamiento. Aquí el peligro está fuera. Pero quienes aprovechan el tiempo y piensan en ellos, en sus vidas y en los seres queridos también hacen propósitos para cuando la normalidad regrese.

El beso y el abrazo que ahora no debemos darnos, la convivencia en familia o entre amigos, salir a hacer deporte o simplemente trabajar como siempre es razón más que suficiente para que valoremos lo que tenemos.

Pero de esto has oído hablar mucho estos días y has leído también. Y no todos se lo montan tan provechosamente. Hay quien sale de fin de semana, quien se ha buscado perro para la ocasión, quien incumple insensatamente.

Quizá a mí mismo se me olvide lo que estamos aprendiendo. Y sólo me sirva para asegurar algún día que yo estuve allí. Y, en efecto, aquí estoy. Hartándome de cine, de lectura, de escritura, de comida... Es lo que toca.

lunes, 16 de marzo de 2020

Es todo tan extraño...

Confinado la vida es más difícil. Una lata sin duda. Prefiero pensarme detenido del ritmo frenético que me acompaña habitualmente. Y es en ese detenimiento, que quiero considerar con carácter benéfico, en el que hallo la botella medio llena que me gusta contemplar en toda contrariedad.

Así, veo que nos cuesta la "disciplina social" a la que somos llamados. Y también lo fácil que es dar "consejos que para mí no tengo" con cuarentenas quebradas y reproches varios. La alerta decretada necesita de policías avisando en las calles y la gente de esos héroes de la salud a los que aplaude.

Es todo tan extraño. Lo es verse inmerso en algo así cuando nos creíamos factótums de la Creación y, por tanto, necesitados de la Historia para evocar episodios pandémicos con los que sentir debilidad. Será porque África, pasto permanente de ébola y otros lejanos males, no es de este mundo.

Tan extraño que los cofrades no estamos llorando habernos quedado sin procesiones. Quién lo hubiera imaginado. Y me resisto a pensar en una subrepticia sobremaduración alcanzada espontáneamente al albur de males mayores. O no era buena la lluvia que nos ha impedido las estaciones otras veces?

Corre por ahí el video, uno de tantos, de un profeta moderno, sobre patinete y disfrazado de qué sé yo, que exorta a la conversión. Eso ha sido siempre misión de la Cuaresma, pero ésta pareciera disuelta como un azucarillo ahora que las salidas de Semana Santa han sido suprimidas en nuestra tierra.

"Vamos a ser extinguidos!", escucho. Y me da que tras este inesperado punto de inflexión que el coronavirus nos impone hay modos de ser y estar en este mundo que van a morir para siempre. Es todo tan extraño como lo va a ser la acumulación de celebraciones festivas en verano y otoño.

Espero que haya cosas que celebrar para entonces porque, si superamos bien el escollo de la salud pública, no va a pasar lo mismo con el económico. Y, a resultas de ello, vuelta a caer en el abismo de la crisis que es tiempo de oportunidades, dicen. Ya nos enteraremos para quién.

Quédate en casa. Lee más de lo que sueles. Escucha con más esmero que de costumbre. Y piensa. Piensa bien en las circunstancias de este momento histórico y en cómo nos va a cambiar la vida. Lo va a hacer, no te quepan dudas. Y lo entenderemos alguna vez. Por extraño que resulte todo ahora.


jueves, 12 de marzo de 2020

Las cegueras del coronavirus

Vuelve Saramago a casa. Y esa lectura en pareja de la que alguna vez os he hecho partícipes se enriquece ahora tras gozados hitos previos como fueron 'Las intermitencias de la muerte' y 'Memorial del convento'.

La coincidencia del coronavirus con esta otra pandemia novelesca de ceguera contagiable que da contenido al tercer libro es pura casualidad que, con cifras disparadas y medidas recluyentes, llama la atención.

Pero no es el problema sanitario el único nexo que aprecio entre la realidad que inquieta hoy al mundo y la ficción que estamos disfrutando en la publicación. También veo mucha ceguera en torno al mal que llena telediarios.

Excéntricos acopios de provisiones, tutoriales sobre mascarillas caseras, bolsas de Mercadona en la cabeza de ilusos de la prevención, partidos sin público con muchedumbres a sus puertas, bulos increíbles...

Qué lástima que ya no esté el luso Nobel de Literatura entre nosotros. Qué novelón nos hemos perdido. Apagar la coronavírica tele que nos toca para coger este 'Ensayo de la ceguera' es, de hecho, recuperar la vista.