miércoles, 30 de agosto de 2017

Como elefante en cacharrería

Ceuta está aislada entre el Estrecho y un país distinto. Ello le confiere las singularidades propias de una vecindad apretadita en tan limitado territorio. Es así como las diferencias se toleran o incluso se comparten con mayor alegría, necesidad obliga, que en la península.
Es sin embargo ventaja que puede terminar conmocionando si, como nos ha sorprendido estos días a cuantos hemos quedado boquiabiertos ante los vídeos que han circulado por las redes sociales, acceden a una iglesia cristiana unas parihuelas portando a una deidad hindú.
Ganesh (cuerpo humano y cabeza de elefante) era portado por la alegre comitiva de sus fieles cuando, dentro del templo y ante la Virgen de África (patrona ceutí), se le dedicaban cánticos rocieros con letras dirigidas realmente a María Santísima.
El despropósito, reprobado por el Obispado de Cádiz-Ceuta convenientemente, me deja con el sentimiento lastimero de quien, abogando por el diálogo interreligioso subyacente de fondo, comprueba que se queman cartuchos en gestos sin sentido.
Los tiempos que nos toca vivir exigen que nos entendamos. Y hacerlo desde las convicciones religiosas y sus expresiones culturales es vacuna contra otros desquicies provocados por el desconocimiento. Incluso los generados por el odio más secular.
Pero a mí me parece, con toda modestia, que si ciertos intentos derivan en disparates encuentran lógico coto. Y así se ha actuado desde la sede episcopal correspondiente. No en balde pueden terminar siendo obstáculo para que unos y otros se miren con el mayor de los respetos.
Por los demás, haya el mayor diálogo posible por favor incluso entre aquellos que históricamente se hayan tratado sin esperanzas de entendimiento. Al fin y al cabo para Dios, al que en más de un credo consideramos misericordioso, nada es verdaderamente irreconciliable.

miércoles, 23 de agosto de 2017

El manicomio de los cuerdos

El verano da para adelantar la lectura pendiente al punto que permite, tras pasar páginas en varios a la vez, llegar a dos puntos finales en apenas cuatro días. También en éste es protagonista la muerte, pero para destacar que la vida es un regalo que agradecer como milagro cotidiano.

Ahora es Paulo Coelho quien, llevándonos al manicomio de Villete en los años de la independencia eslovena de la antigua Yugoslavia, nos coloca junto a las víctimas del doctor Igor. Sus experimentos con la salud de los ingresados en la institución no hacen sino mostrar corduras impensables.

Son Veronika y su infelicidad conducente al intento de suicidio pese a su juventud y belleza, Eduard y los 'paraísos' con los que saltarse los convencionalismos alimentados por su padre diplomático, Marí y su síndrome de pánico al exterior, Zedka y su aversión a la 'normalidad' conveniada.

"Es grave forzarse a ser igual: provoca neurosis, psicosis, paranoia", asegura Igor mientras las conversaciones entre pacientes revelan la sensatez en unas actitudes etiquetadas como locura. Locura de brillantes conclusiones vitales y excelente punto de partida para las reflexiones del lector.

He ganado ansias de vivir. Más aún. Y así como el descubrimiento de la capacidad de regresar al mundo no hace a los personajes perder la lucidez ganada en Villete, tampoco yo salgo tras leer 'Verónica decide morir' sino espoleado al deber al que mi convicción me encamina, sea o no políticamente correcta.

lunes, 21 de agosto de 2017

Ventanas abiertas

'La Clandestina' es sitio de Cádiz más que recomendable. Ya me avisó Carmen. La posibilidad de tomar un café y que te llegue un libro a la mesa casi en la misma bandeja es sugerente combinación propuesta en calle José del Toro desde un espacio cultural diferente, lugar de encuentro e intercambio. Lo dice su web pero también ese boca a boca cercano que nos llevó al lugar una tarde de marzo pasado.

Ellos tienen la provechosa culpa de la caída en nuestras manos de esta novela del egipcio Naguib Mahfuz. "Qué libro quiere?", dijo la chica que atiende la librería de esta cafetería. Y yo abierto al descubrimiento sólo di una pista tan abierta como para que el excitante sabor de la sorpresa mezclara bien con el té que ya me estaba tomando. "Novela histórica, por favor", dije. Tres opciones puso sobre la mesa, 'Jan Aljalili' entre ellas.

Cinco han sido los árabes que han recibido el Premio Nobel. Tres de ellos el de la paz no sin severa controversia en algún caso. Pero convulsiones históricas aparte, me resulta curioso descubrir a un químico entre ellos y, por mi parte y de modo más especial, a este escritor que recibió el mencionado galardón de la academia sueca en la edición de 1988. Aún no sospechaba en 1945, fecha de esta obra en nuestras manos, que habría de acudir a Estocolmo para recibirlo.

El libro quedó en la estantería de casa esperando la llegada del mejor momento para esa lectura a dos en voz alta que tanto nos gusta pero que requiere encontrar los momentos adecuados. Por ello llegó el verano, para regalarnos el reencuentro con la publicación de Alianza Editorial y una lectura parsimoniosa que concluimos ayer domingo, casi coincidiendo con los ecos del execrable atentado terrorista producido hace apenas cuatro días en Las Ramblas.

La casualidad ha querido que, a la vez que nos sorprenden en la tele las imágenes crudas de esa acción asesina con protagonistas árabes, nos viéramos empapados de los trazos de la vida cotidiana en El Cairo de la Segunda Guerra Mundial. En el entonces indudable "corazón palpitante del Islam" (Mahfuz dixit), una familia de clase media, huyendo atemorizada de los bombardeos alemanes, se refugia en el viejo barrio que da nombre a nuestra novela. 

Asoma sugerente, en 'Jan Aljalili', la frustrada historia sentimental de dos hermanos de carácter antitético enamorados de una misma joven escudriñada desde sus respectivas ventanas. Ello da pie al autor para recrear ante los lectores una minuciosa descripción de los ambientes populares, burgueses e intelectuales de su ciudad natal, así como para el análisis de una sociedad que se ve obligada a tomar partido ante los dramáticos acontecimientos que se suceden.

La mujer en un mundo aferrado a sus tradiciones cobra protagonismo en un relato que evidencia que, con todo, ya en los años cuarenta iban produciéndose cambios sustanciales. Setenta años después sabemos lo que no sé si podría sospechar Naguib Mahfuz entonces: que todo puede ir a peor. Pero el libro nos deja la esperanza de aquel mundo árabe tan respetuoso o más con su fe islámica pero con ventanas abiertas al resto del mundo.