A ella sin embargo, de la que ya quedó meridianamente clara su cansinísima insatisfacción, le lucía verse y que la vieran atractiva y joven. Los dos habían cruzado el ecuador de la cincuentena pero las actitudes resultantes a causa de la edad eran tan dispares...
Ella con aspiración de guapa. Él con vocación de santo. Mucho más difícil, claro está, resultaba el logro del objetivo de este hombre de compleja vida interior que tanto hacía a diario, sin embargo, para adaptarse a ella, a sus necesidades, a sus requerimientos.
Él contaba, sin embargo, con el mejor aliado. El Señor, asi lo llamaba. Ella por su parte disponía de otras herramientas. Un encanto personal, por ejemplo, que le hacía parecer buena persona y que dejaba para el fuero interno de ésta, como de otras relaciones anteriores, su brutal egoísmo.
Así pasaron los días y sus respectivas noches durante unos ocho años. Así se cruzaron los rubicones de tantos empeños a los que condujeron egoísmos de un lado y cesiones del otro en la esperanza que alguna vez se valorara todo lo puesto en liza para salvar el matrimonio.
Y fue llegada la separación definitiva cuando resultó fácil advertir una condición y la otra. Las prisas porque en su perfil apareciera pronto la palabra 'divorciada' y alentara nuevas ocasiones de seducción. En la otra banda se implementaba, desde el dolor, la espiritualidad preexistente.
(Ficción literaria, apuntes para una novela aún sin título)