Ya llegó el primer cofrade que tiene, este año, el mal gusto de hacer el chiste de marras. Sí, aquél sobre lo que haría, formalmente, con la salida de la Virgen del Rocío. Que si habría que poner zancos al paso, que si tal capataz al frente, que si la banda, que si las filas, que si... Pero luego son los primeros que no faltan a la cita con la Romería de Pentecostés. La Blanca Paloma los llama. O, quizá, otra cosa. Y aunque se consideren seguidores de Ella, quizá no terminen de conectar con la verdadera esencia de un marianismo de exaltación fervorosa en estado puro. O, tal vez, no sea más que un chiste fácil que nada pone en solfa.
Esta próxima noche nos reencontraremos con la procesión. Pero, sin embargo, otra me tiene ahora ensimismado. Menuda procesión la que acabo de ver, sólo en parte claro, en este Sábado de Presentación. Nada, con permiso de la propia presencia en las calles de la Aldea de la Madre del Pastorcito Divino, reúne de mejor modo los brillos peculiares del rocierismo como movimiento sorprendente y diverso desde las esencias comunes que aúnan a semejante universo devocional. Quizá alguien, desde un estudio antropológico sesudo o por pura jibia, le encuentre también las sombras. Y, con todo, la admiración preside todo el día.
Llega la Matriz con sus estandartes y el alarde posesivo de quienes son custodios del espíritu rociero. Ellos reciben a Villamanrique de la Condesa, aquellos que se permitieron alguna vez poner en duda la 'paternidad' de la Virgen y que reciben tratamiento de filial, sí, pero la número uno. El sol está en todo lo alto y el espectáculo es grandioso, pero no hay jerezano que, por mucho que luzcan las onubenses carretas de concurso o la escuadra de piteros trianeros, piense en otro sitio en el que estar en ese momento que no sea Muñoz y Pavón. La espera de la Hermandad de Jerez es mucho. Y no sólo los propios lo valoran.
El canto tiene formato de coro, de coros en realidad, y todos somos capaces de demostrar nuestra capacidad. Las palmas echan humo cuando están libres y soltaron botellas o catavinos. Las teteras reparten rebujito sobrevolando cañeros y flores en las cabezas de los integrantes del gentío. Los caballistas hacen sobreesfuerzos para evitar que el animal que montan se ponga nervioso en medio de tal muchedumbre. Y ello no es más que el prolegómeno de la incorporación de los jerezanos, en la esquina con calle Almonte, a la comitiva general, la que marcha en dirección del Santuario. El amigo del chiste tonto lo llama tramo en esa jerga cofrade.
Así están las cosas cuando 'Radio Gomilla', como llama Fefo a nuestra emisión por razones que otro día contaré, me coloca en situación de dar paso a Marco Gómez. Su inhalámbrico se convierte, siempre, en una incógnita cuando se encuentra en el ojo del huracán festivo. Ya hubo tiempo para formalidades luego, por Almonte, Carretas y la explanada de la ermita. Mientras, que disfrute el compañero. El Sábado de Presentación ha vuelto a ser lo que siempre, un espléndido escaparate de esas vanidades individualizadas en cada hermandad convertida en embajadora de su pueblo pero también el testimonio de un denominador común: la Virgen.
Esta próxima noche nos reencontraremos con la procesión. Pero, sin embargo, otra me tiene ahora ensimismado. Menuda procesión la que acabo de ver, sólo en parte claro, en este Sábado de Presentación. Nada, con permiso de la propia presencia en las calles de la Aldea de la Madre del Pastorcito Divino, reúne de mejor modo los brillos peculiares del rocierismo como movimiento sorprendente y diverso desde las esencias comunes que aúnan a semejante universo devocional. Quizá alguien, desde un estudio antropológico sesudo o por pura jibia, le encuentre también las sombras. Y, con todo, la admiración preside todo el día.
Llega la Matriz con sus estandartes y el alarde posesivo de quienes son custodios del espíritu rociero. Ellos reciben a Villamanrique de la Condesa, aquellos que se permitieron alguna vez poner en duda la 'paternidad' de la Virgen y que reciben tratamiento de filial, sí, pero la número uno. El sol está en todo lo alto y el espectáculo es grandioso, pero no hay jerezano que, por mucho que luzcan las onubenses carretas de concurso o la escuadra de piteros trianeros, piense en otro sitio en el que estar en ese momento que no sea Muñoz y Pavón. La espera de la Hermandad de Jerez es mucho. Y no sólo los propios lo valoran.
El canto tiene formato de coro, de coros en realidad, y todos somos capaces de demostrar nuestra capacidad. Las palmas echan humo cuando están libres y soltaron botellas o catavinos. Las teteras reparten rebujito sobrevolando cañeros y flores en las cabezas de los integrantes del gentío. Los caballistas hacen sobreesfuerzos para evitar que el animal que montan se ponga nervioso en medio de tal muchedumbre. Y ello no es más que el prolegómeno de la incorporación de los jerezanos, en la esquina con calle Almonte, a la comitiva general, la que marcha en dirección del Santuario. El amigo del chiste tonto lo llama tramo en esa jerga cofrade.
Así están las cosas cuando 'Radio Gomilla', como llama Fefo a nuestra emisión por razones que otro día contaré, me coloca en situación de dar paso a Marco Gómez. Su inhalámbrico se convierte, siempre, en una incógnita cuando se encuentra en el ojo del huracán festivo. Ya hubo tiempo para formalidades luego, por Almonte, Carretas y la explanada de la ermita. Mientras, que disfrute el compañero. El Sábado de Presentación ha vuelto a ser lo que siempre, un espléndido escaparate de esas vanidades individualizadas en cada hermandad convertida en embajadora de su pueblo pero también el testimonio de un denominador común: la Virgen.
(La Voz, 31-05-09)