Es difícil hacerse a la idea. Es difícil de hecho acometer la aventura cuando, durante la semana que culmina en el vuelo vivido este domingo, se han estrellado dos practicantes de este deporte: uno en Algodonales contra el asfalto y otro en el pantano de Bornos.
Pero, ¿no es volar, y hacerlo en las condiciones más parecidas a cómo lo hacen las aves, el más quimérico sueño que siempre tuvo el ser humano? Pues avión comercial, ultraligero, avioneta Cessna, helicóptero de la DGT o globo, todo ello ya vivido, no era suficiente.
En efecto, hemos hecho parapente y, cumpliendo otro sueño, descubrimos que volar acompañado por los buitres en la Sierra de Líjar nos acerca aún más a la experiencia de la libertad de movimientos sólo sujeta al criterio de las bolsas térmicas de aire y los vientos.
Subir con las primeras tras el esfuerzo necesario para alcanzar la adecuada que nos lleve a los 1.500 metros de altitud y quedar sometidos a los vientos que, ora del Este ora del Norte, te hacen cambiar de rampa de despegue es un ejercicio sorprendente.
Antonio y Adrián son avezados instructores. Parapentes Biplaza, la empresa con la que hemos vivido la experiencia. La charla en la mesa del merendero de la pista de lanzamiento, entre indicaciones serías, bromas y experiencias vividas por ellos, enriquece.
Luego, arnés y casco puesto, es tremendo correr hacia el precipicio confiados en que el parapente se elevara como debe. Ellos conocen la potencialidad de las condiciones meteorológicas. Pero no impide que lo primero que se ponga por las nubes sea la adrenalina.
A partir de ahí, a una hora llegó mi vuelo. Y ello gozado en la compañía de buitres que aprovechaban las mismas condiciones y que se han criado sabiendo de esos compañeros de poliester y nylon. No en balde se vuela en Algodonales desde los años setenta.
Y, tras despegar desde la cara norte de Líjar, tenemos a la vista, primero, La Muela, Coripe, Montellano y Villamartín y, más tarde, los más lejanos Gibalbín y Bornos o, una vez girados hacia la cara de Levante, Zahara, el pantano, El Gastor y Algodonales a nuestros pies.
Unos veinte parapentes volaban esta tarde de domingo componiendo, bajo códigos que sólo apreciamos una vez arriba, una hermosa coreografía en la que ellos, los buitres, fueron compañeros leales. Me quedo corto en el relato. Me quedo largo en las ganas de repetir.