martes, 18 de noviembre de 2014

Mi madre no se cree a Monago

Vayamos sumando la proverbial intuición femenina con aquella tan propia de esa edad en la que una mujer viene ya de vueltas así como con la generada por la crudeza de una historia cuajada de ejemplares sobreesfuerzos y terminaremos dando con mi madre, por ejemplo. Escucharla es, a veces, creerla fuera de la roá por la que la vida actual circula aunque en otras más bien es ella la que parece dotada de esa sensatez tan respetada en los mayores por las grandes culturas de la Antigüedad.

Esos ojillos casi octogenarios miran la tele y analizan palabras, actitudes y referencias a la actualidad con su personal forma de contemplar realidades que, sin ser nuevas, tuvieron más pragmáticas conclusiones en otros tiempos que lo que ahora nos brindan las circunstancias. Retranca popular y serena visión de las barbaridades que suceden últimamente se dan la mano en ella para concluir de un modo singular y sorprendemente incontestable ni por su hijo periodista que alguno más vale que no se justifique más.

Y cuando ve a Monago en su enésima explicación sobre su credibilidad increíble aún por muchos de nada valen mis insistencias sobre lo razonable que parece cuanto dice, papeles en mano, sobre los viajes atribuibles a su responsabilidad política y cómo aquellos otros personales están más que detallados en los justificantes de su banco. "Pero escúchalo, mamá; yo creo que el hombre se explica bien", digo sin tenerlas todas conmigo pero atendiendo al empeño inconfundible de quien ofrece posibilidades.

"Que deje de ponerse bien puesto", esgrime sin que por ello haya traza ideológica de fondo porque a la hora de cogerles en renuncios mi madre es tan hábil con el presidente extremeño como con Pablo Iglesias o Alfredo Rubalcaba. Y no puedo evitar pensar que escenas similares están ocurriendo en tantos hogares en los que, hasta el gorro de ver dónde cae el corrupto del día, cuanto se explica en la tele termina siendo juzgado sin mayor contemplación desde el sofá de casa. Aunque tuviera razón el susodicho.


sábado, 15 de noviembre de 2014

Entre la 'zoleta' y la palabra

Estoy muy decepcionado con la RAE. Va a resultar que los señores académicos se me muestran muy capaces de registrar en el diccionario de marras cualquier expresión actual que, fruto del uso y el abuso, se imponga en el lenguaje colectivo de la calle y ahora encuentro que no me tienen entre los vocablos legitimados algo tan nuestro como la 'zoleta'. Denuncia, sentencia y titulares de prensa tiraron, con buen criterio, de la palabra azada... pero tenía fundadas esperanzas al respecto de una inclusión tan merecida.

Con todo, y superado el trauma lingüístico, me aventuro primero a reñir al maestro Paula, que hay actitudes que no caben en la vida y él lleva ya alguna que otra en esta línea, y luego a hacer uso del asunto de su amenaza -artefacto rural en ristre- para convenir que nos está faltando urgentemente capacidad de diálogo. Y no hablo ya de mi admirado torero, que portaba con más arte la muleta que la mencionada herramienta, sino de la generalidad de unas relaciones tan faltas de... todo.

Creo que las posibilidades, sin darnos cuenta realmente, de estar regresando a la caverna son tan grandes como preocupante ha de verse la crispación en medio de la que vivimos. Y fruto de ello, los pulgares agarrotados por las aceleradas respuestas por whassap a aquello que no nos gusta de nuestro interlocutor se convierten en uno de los mayores emblemas del 'trogloditismo' del siglo XXI. Los garrotazos son ahora tecnológicos. Y este universo electrónico, encima, se permite imponernos un corrector insufrible.

Dime la verdad, cuántas veces has llorado a tu móvil que te haga el favor de no aplicar ese mamarracho de corrector que te impide el uso de palabras que te apetecen pero que se niega en reconocer? O, peor aún, cuántas en las que realmente estás utilizando bien el lenguaje pero se empeña la aplicación de marras en negarte la razón y hacerte decir cualquier gilipollez? El caso es que, entre la 'zoleta' empuñada con agravio y la palabra escupida cara a cara o por redes, quizá no haya gran diferencia. Para vergüenza nuestra.

Cierto es, sin embargo, que para lo que seríamos capaces de hacer con aperos a la mano cuando el encabronamiento nos sale en medio de una conversación de whassap maltraída... mejor siempre la distancia que la tecnología nos facilita. Quién dijo que tanto aparato estaba desnaturalizando nuestras relaciones interpersonales? Ya pudo el Paula ponerle un whassap al abogado en lugar de 'invitarlo' a cavar zanjas juntos y terminar en los tribunales. Un motivo más para aceptar de buen grado el avance del progreso!

domingo, 2 de noviembre de 2014

La muerte no es el final

No me educaron para otra cosa. No presiento otra cosa. No concibo otra cosa. No soporto otra cosa. No creo en otra cosa. Sé que no hay otra que vivir esta realidad temporal, espacial y física que llaman 'vida', y que las más de las veces no lo es, como un camino sin más destino que otra aún mejor. Ésa sí que merecerá la expresión que reconoce el gozo expreso que sólo a ratitos contados, y si estamos atentos y los sabemos disfrutar, podemos llevarnos de ésta existencia terrena.

La muerte no es el final. Pero es que casi del mismo modo aseguraría con rotundidad de provocador pese a todo circunspecto que la vida no es el principio. Por ello mi reflexión, en un día como éste tan poco dado ya a que hagamos lo que siempre hicimos (visitar a los difuntos en sus sepulturas y honrarlos, serenar el biorritmo para afrontar el tabú de la muerte, seguir llorándolos de algún modo...), no es otra que la del que viniera de vuelta de todo ello.

Raro, sí, pero es así. Y quizá por ello relaciono tan directamente mi recuerdo a los seres queridos, con mi padre encabezando el panteón personal y concitando las mayores invocaciones a la hora de hablar de algo de lo que nunca me dio miedo, con la necesidad de no angustiarme por los infiernos presentes, cotidianos, generadores de una infelicidad que de suyo no merecemos las más de las veces. Y entonces es cuando comienzo a preguntarme qué es realmente vida.

De verdad es lo que perdemos cuando cruzamos el umbral del final de esta existencia física?? No. Vida es echarse los problemas al zurrón del camino afrontado con determinación. Vida es estar convencido que cada abrazo y cada "te quiero" ha de ser ofrecido como si fuera el último, aunque sin angustias. Vida es dejar aparcadito el estrés en la seguridad de que todo será culminado con bien en nuestro cotidiano esfuerzo profesional o personal. Vida es vivir, pero por derecho.

Así, en el momento sublime de la transformación ésa a la que a veces te conducen circunstancias de las que abominas pero que luego agradeces, dejo sentado que vivir es no cruzar el umbral y ganar el cielo porque llegues al final creyendo que ya cumpliste con el infierno aquí, en este mundo. La vida que nos espera, mejor sin duda que la actual, lo va a seguir siendo sin necesidad de doblegarnos aquí a una existencia de sacrificios abrazados con más resignación que la justa.

Llama como quieras a Aquél que te reciba en la otra vida. Mi Señor no me saldrá al encuentro más que valorando la vida que haya sabido disfrutar, que para eso me la regaló, y cómo haya sabido dar vida a mi alrededor, cómo me haya esforzado por vivir y no por dejarme morir en el empeño. Espero que el tuyo no sea menos benigno. Creo, por otra parte, que acabó el duelo. Y es posible que hasta ahora no lo haya podido asegurar de modo tan rotundo. A mi padre, casi cuatro años después.