De nazareno, el negro de San Lucas trazó el camino del Señor de las Tres Caídas. Tras el Nazareno del Miércoles Santo, los mil y un problemas que los jerezanos vienen sufriendo se alineó en tan interminable muchedumbre que no existen gráficos que dibujen mejor la crisis. La Hermandad de las promesas, pedidas o agradecidas, se echó a la calle portando sobre los hombros de su cofradía la cruz de tantas situaciones domésticas como la actual coyuntura plantea, incluso para economías que jamás habían sufrido inestabilidad.
La estampa de una calle Larga, por ejemplo, repleta de personas tras la estela dejada por Nuestro Padre Jesús de la Salud en sus Tres Caídas no era nueva para la ciudad. Pero lo de ayer, miles y miles de personas como cuerpo de devotos compacto tras el paso, estremeció a cuantos, desde las aceras, observaban semejante procesión de necesidades y oraciones. El brillo de la esperanza depositada a las plantas del Caído refulgía, sin embargo, enmedio del negro panorama que impulsaba a hombres y mujeres a tal clamor.
La dirección de la cofradía tiene esa traba, una fuente de indudables quebraderos de cabeza, resuelta diligentemente a lo largo de toda la tarde-noche de ayer. Pero las Tres Caídas, la antigua Hermandad de los Dolores, dispone en ello de uno de sus mejores capitales. Y la administración de esa piedad popular tan capaz de creer que las Alturas tendrán respuestas a los problemas no es sólo una pieza más a contemplar cada Semana Santa sino también un modo de expresión de la fe de la gente sencilla o no tanto.
Las circunstancias proporcionaron, además, un signo de sencillez no preparado. El robo, durante la Cuaresma, de las cantoneras de la cruz del Señor de la Salud permitió que, por la decisión posterior de la junta de gobierno de no sustituirlas por ningunas otras, su ausencia, tampoco exenta de belleza para el conjunto, procurara la sugerencia de una dejación de ostentación solidaria con la situación difícil que están viviendo esas personas que sufren las dificultades mencionadas.
Para cuando el centro se quedaba con la sorprendente imagen de la multitud ya la cofradía sabía del cruce de una collación de San Lucas de la búsqueda de la Carpintería Baja o su paso por la Tornería. Y lo hizo dejando la impronta de una sobriedad siempre dispuesta a soportar la cháchara de quienes, no sometidos a las reglas de las Tres Caídas, se reúnen cada año para cumplir su promesa. También ello es un servicio a la sociedad. Las cofradías son paño de lágrimas disponible siempre. Y los de San Lucas supieron, un año más, estar a la altura de las circunstancias.
Para los curiosos, llamó la atención la nueva bandera de hermandad que ha sido confeccionada con bordados procedentes del antiguo guión corporativo. Tampoco pasó por alto al público la presencia ante el paso de palio de Nuestra Señora de los Dolores de Tomás Sampalo como capataz de una cuadrilla un año más y con problemas que resolver bajo el umbral de la puerta de salida. Pero había oficio, dentro y fuera del paso. Como también ha había ante el altar procesional del Señor con el entrañable Rafael González Cazalla al frente.
La cera chorreada en esa preciosidad de paso que cerraba la comitiva de San Lucas sabía, ya por Cruces, Barranco o plaza de Belén a estación consumida al amor de María Santísima, la del 'pucherito tierno' como algún cabal de la Hermandad define el llanto hondo pero sereno de los Dolores. Alguno de ese cariz se apreciaría en aquella muchedumbre pesarosa pero esperanzada que, un año más, caracterizó a la Hermandad de las Tres Caídas en la calle. (La Voz, Jueves Santo, 09-04-09)
La estampa de una calle Larga, por ejemplo, repleta de personas tras la estela dejada por Nuestro Padre Jesús de la Salud en sus Tres Caídas no era nueva para la ciudad. Pero lo de ayer, miles y miles de personas como cuerpo de devotos compacto tras el paso, estremeció a cuantos, desde las aceras, observaban semejante procesión de necesidades y oraciones. El brillo de la esperanza depositada a las plantas del Caído refulgía, sin embargo, enmedio del negro panorama que impulsaba a hombres y mujeres a tal clamor.
La dirección de la cofradía tiene esa traba, una fuente de indudables quebraderos de cabeza, resuelta diligentemente a lo largo de toda la tarde-noche de ayer. Pero las Tres Caídas, la antigua Hermandad de los Dolores, dispone en ello de uno de sus mejores capitales. Y la administración de esa piedad popular tan capaz de creer que las Alturas tendrán respuestas a los problemas no es sólo una pieza más a contemplar cada Semana Santa sino también un modo de expresión de la fe de la gente sencilla o no tanto.
Las circunstancias proporcionaron, además, un signo de sencillez no preparado. El robo, durante la Cuaresma, de las cantoneras de la cruz del Señor de la Salud permitió que, por la decisión posterior de la junta de gobierno de no sustituirlas por ningunas otras, su ausencia, tampoco exenta de belleza para el conjunto, procurara la sugerencia de una dejación de ostentación solidaria con la situación difícil que están viviendo esas personas que sufren las dificultades mencionadas.
Para cuando el centro se quedaba con la sorprendente imagen de la multitud ya la cofradía sabía del cruce de una collación de San Lucas de la búsqueda de la Carpintería Baja o su paso por la Tornería. Y lo hizo dejando la impronta de una sobriedad siempre dispuesta a soportar la cháchara de quienes, no sometidos a las reglas de las Tres Caídas, se reúnen cada año para cumplir su promesa. También ello es un servicio a la sociedad. Las cofradías son paño de lágrimas disponible siempre. Y los de San Lucas supieron, un año más, estar a la altura de las circunstancias.
Para los curiosos, llamó la atención la nueva bandera de hermandad que ha sido confeccionada con bordados procedentes del antiguo guión corporativo. Tampoco pasó por alto al público la presencia ante el paso de palio de Nuestra Señora de los Dolores de Tomás Sampalo como capataz de una cuadrilla un año más y con problemas que resolver bajo el umbral de la puerta de salida. Pero había oficio, dentro y fuera del paso. Como también ha había ante el altar procesional del Señor con el entrañable Rafael González Cazalla al frente.
La cera chorreada en esa preciosidad de paso que cerraba la comitiva de San Lucas sabía, ya por Cruces, Barranco o plaza de Belén a estación consumida al amor de María Santísima, la del 'pucherito tierno' como algún cabal de la Hermandad define el llanto hondo pero sereno de los Dolores. Alguno de ese cariz se apreciaría en aquella muchedumbre pesarosa pero esperanzada que, un año más, caracterizó a la Hermandad de las Tres Caídas en la calle. (La Voz, Jueves Santo, 09-04-09)
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