miércoles, 8 de agosto de 2012

La fe y la política

Un político se ha metido esta mañana en un jardín refiriendo en la fe un valor importante, pero para otros. Acusando a aquellos en sus antípodas ideológicas de tenerla mala, en una acepción de la misma equivalente más a mala leche que a la religiosa metida con calzador por el interfecto, terminó por mirar a quien suscribe metiéndolo en un ajo que pocos entendían desde la literalidad de sus palabras. Cosas de ser periodista indiscretamente cristiano, supongo.
La rueda de prensa, que bastante tenía con poner en orden esa mezcla de aportaciones económicas con las que proponer alternativas frente al ERE municipal y consideraciones personales contra sus antagonistas políticos, discurría por el camino del interés manifiesto (no todos tienen propuestas reales) cuando el bueno de mi amigo compareciente (como él mismo se ocupó de reconocer en plena rueda de prensa) mencionó la cuestión de marras.
Dijo Joaquín, avezado y comprometido servidor público desde la izquierda, que la derecha en el Gobierno municipal jerezano tiene mala fe. Y habló de la fe. "Que no la tengamos nosotros es lógico, pero que no la tengan ellos es otra cosa", dijo. Más o menos. Me miró y dijo que nadie se preocupara que él y yo somos buenos amigos. Y porque, en efecto, lo somos me animo a dejar en estas líneas la tácita constancia de varias decepciones con las que me fui del lugar.
Conozco a gente de derechas sin fe religiosa y a gente de izquierda comprometida con sus creencias. Por ello me pareció tan pobre como sectaria una afirmación que dejaba en mal lugar a quienes, en unos u otros lugares del espectro ideológico, podrían sufrir una afirmación que, para más inri, niega la posibilidad de tener fe en el futuro en medio de la crisis que provoca tantas medidas que no nos gustan si la situación le pilla a uno en el lugar equivocado.
Todos los políticos, querido Joaquín, tenéis el derecho (y el deber, creo yo) de proponer la construccion de un mundo mejor desde la fe inquebrantable que las personas a las que servís necesitan en estos momentos. Por ello, ser hombres (y mujeres) de poca fe no es sino una carencia de la que nadie debiera alardear. En qué se tenga fe es cosa de cada cual. Pero estoy convencido que tú, querido amigo, tienes más de la que quizá estés dispuesto a reconocer.