Quizá la pandemia me tiene ya lo suficientemente desquiciado. Eso ayuda a que ahora no termine de saber bien cómo reaccionar. De hecho, si lo tuviera cerca y no me pegaran dos guantazos bien dados los responsables de su seguridad, apostaría por cogerlo de las solapas y gritarle porqué destruye el mito con el que crecimos.
No tenemos motivos para declararnos monárquicos, no en balde sabemos que hay repúblicas cercanas que funcionan casi igual hoy en día. Por eso, criado en esa Transición a la que mantenemos nuestra admiración por acunar la convivencia que ha llegado hasta nuestros días, sí que me declaro juancarlista. Gestos históricos claves lo avalan.
Defenderé siempre que es padre de aportaciones más importantes para España que la mayor parte de ciertas progresías antimonarquicas en boga. Por eso, y ante éstos otros, nos deja algo huérfanos y, si somos críticos, quejosos por sus deslices, que no delitos hasta que no haya una sentencia que lo acuse de algo.
Soy además de la opinión que, si termina cayendo sobre él el peso de la Justicia, nunca olvidemos lo muy bueno que hubo a lo largo de 40 años que pacificaron un país eternamente dividido. Lástima que los que lo ponen verde (lo contrario que los que enarbolan en lema V.E.R.D.E) están apostando por la vuelta a la España maniqueista de siempre.
Pero tiene vacuna este virus de la Corona. Juan Carlos tuvo que llenarse el pecho de medallas ante la tele para controlar una situación muy comprometida. Felipe ha echado reaños tomando decisiones sobre su amado padre. Y eso merece que me descubra. Que su sensatez, prudencia y firmeza le lleven a que pierdan peso en nuestra memoria ciertos despropósitos.