lunes, 15 de noviembre de 2021

La noche que no confunde

La vela no es imposición, ni aun en el caso de llegar como es el caso por la necesidad que la situación nos plantea sin paliativos. La noche se abre, en la penumbra de la habitación del hospital en la que escribo, al pensamiento reflexivo, a la escucha de los silencios, al aguardo de la luz de un nuevo día.

Y, junto a la cama ocupada por el ser querido, el ánimo que se serena tras día tan intenso es un premio para quienes vivimos, cada vez más, gozando de las botellas medio llenas. Es entonces cuando la noche no es oscura. Ni confunde, como afirmaba aquel personaje que buscaba achaques a sus desmesuras.

Ahora pasan mil escenas por mi mente y otros tantos minutos en mi reloj. Apenas la luz de la pantalla que regula el gotero, en un rincón. Y la de la rendija del baño encendido, en la otra. Pero la noche es luminosa. Cosas de esa necesidad del pensamiento sosegado mientras observo normalidad en la paciente.

Avanzan las sombras sin conseguir, pues, esa pretensión oscurecedora que la trae al final del día. Más negros los presagios que sugiere los temas que Expósito desgrana a través de la radio. Pero, botellas medio llenas siempre, lo que me llega a través de los auriculares tampoco consigue imponer la desazón.

Hay noches para pensar percibiendo los brillos pendientes de catalogar en el día a día de tan inútil correteo, mucho más improductivo que esta espera junto al lecho del dolor. Aquí se masca la vida. Sí, entre goteros, enfermeras velando por la salud y eficaces auxiliares repartiendo infusiones de media noche.

lunes, 1 de noviembre de 2021

Sensatez, altura de miras y claridad

He leído muchas cosas bonitas estos días, querido Miguel. Ninguna de las que se ha dicho al acabarte de marchar me han parecido de esas lisonjas baldías de las que a veces acompañan las despedidas.

Sabes que, una vez diplomado en Magisterio, el bendito virus del docente vocacional jamás encontró en mí vacuna en el periodismo. Y de entre los compañeros de profesión era algo que solo tú entendías.

Tú, creo, te veías mayor entre tanto jovenzuelo cubriendo ruedas de prensa. Pero era admirable verte impartiendo magisterio desde un pedestal de sensatez no pretendido pero que era imposible abandonar.

Me encantaba escucharte. Y cuando, desde las tertulietas sobre educación, filatelia, deportes o la inevitable política, tu pensamiento brotaba libre a mí se me hacían agua los oídos. Daba gusto un rato contigo.

Ya no hay aquellas ruedas de prensa con sus esperas previas y sus preguntas posteriores. El periodismo ya era otra cosa cuando hace veinticinco o treinta años te conocí. Ahora ni te cuento. He envejecido yo también.

Hacía tiempo que no sabía mucho de ti cuando tu yerno Juan Carlos me dijo el pasado miércoles que estabas "muy malito". No me terminan de gustar los eufemismos. Y a ti tampoco. Cómo lo recuerdo!

Sabía lo que significaba la frase de aquel mensaje de Messenger. Y entonces te recordé en tantos momentos buenos. Tus demostraciones de sensatez, altura de miras y claridad de ideas.

Cuando esa claridad iba más allá de la mente, que era muchas muchas veces, se convertía en la exposición directa de lo que pensabas sobre el asunto de marras. Valiente porque no había nada que perder.

Así quiero recordarte, querido Miguel Rubio Caballero. Así quiero parecer cuando sea mayor, que va siendo ya pronto. Un abrazo, viejo maestro de tantas cosas, las más importantes de la vida casi siempre!