domingo, 12 de abril de 2009

Un grito por la vida enmedio de la noche


El guardamanto de la Encarnación fue objeto de envidas cuando, a lo largo de toda la madrugada del Viernes Santo se advertía como privilegiado testigo de la gloria de una presencia que cruzó la noche jerezana dejando poso de admiración en las calles. Lo que tenía delante, pese a tanto tiempo ahí, se evidenciaba renovado, fresco, bellísimo. Y así había de ser cuando, desde las aceras, el Silencio de San Miguel llevaba a los moradores de la calle en tan especial momento de la Semana Santa el último de los ingredientes de su cortejo.
León XIII, San Miguel, San Pablo o Caballeros fueron primer marco de una Hermandad del Santo Crucifijo de la Salud que, en efecto, brindaba la novedad principal en ese manto de Rodríguez Ojeda que, restaurado por Ildefonso Jiménez, lucía espléndidamente pese a las penumbras de la noche. Y, con todo, lo que llevaba delante el primer hermano tras el paso de palio, era a María Santísima. Aunque los incapaces de subir la mirada más allá se quedaron en la impresionante pieza artística de tales bordados rescatados. Una nueva de gran valor.
En Ella, la Virgen, quedaron, sin embargo, buena parte de las súplicas que se han venido generalizando esta Cuaresma, y llegada la Semana Santa, entre los cofrades en favor de la vida. Ella que es Encarnación del Señor clavado en la Cruz es signo de la vida protegida dentro de su seno. Aunque fuera de él le aguardara la muerte que tuvo, en el primer paso en Carrera Oficial de la 'Madrugá', una expresión plástica de innegable belleza: el Crucifijo de la Salud sobre el paso de Currito el Dorador que ya sacara, cedido el Lunes Santo, el Señor de la Cena.
Ni siquiera que haya aparecido, al fin, otro crucificado de José de Arce al alcance de los jerezanos -el que se estrena en la Catedral recién restaurado, presidiendo el presbiterio y procedente de La Cartuja como el Apostolado que lucen los pilares desde 2006- le restó a éste atención prioritaria. Y cómo se disfrutó entre las estrecheces del barrio de San Pedro. Bizcocheros o Caracuel fueron marco increíble para apreciar los perfiles del Cristo cuando aún buscaba, por entonces, el Palquillo de la Carrera Oficial.
Por detrás, todo el cortejo de insignias marianas se ofrecía como la mejor colección de todos los dogmas y gracias de la Virgen expresados por los artes suntuarios del bordado o la orfebrería. Estandartes y banderines se hicieron canto a la vida sin necesidad de lazos ni proclamas de otro tipo, salvo la Oración por la Vida de Juan Pablo II que se hace tan presente esta Semana Santa en la salida de las cofradías y en su estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedal.
(La Voz, Domingo de Resurrección, 12-04-09)

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