martes, 7 de abril de 2009

A solas y con el cáliz de la Cena en su mano


La impresionante estampa ofrecida ayer por el Señor de la Sagrada Cena ha quedado, para siempre, en la memoria de todos. A sólas y sobre el paso cedido por el Santo Crucifijo de la Salud, la imagen de Luis Ortega Bru jamás fue imaginada en semejante tesitura y, pese a perder la compañía del Apostolado, el veredicto de la generalidad del público que lo contempló no podía ser más concluyente. Gratamente recibido a lo largo de su itinerario resultó el altar procesional y la presentación de la imagen, que acudía a la cita de un nuevo Lunes Santo con un manto del Mayor Dolor.
Nunca hizo falta esa atractiva novedad para que la cofradía de San Marcos encontrara en la muchedumbre su marco natural. Pero lo de ayer, a lo largo de todo el recorrido, fueron palabras mayores. La expectación creada a resultas de cómo se resolvió la ausencia del paso de Castillo Lastrucci que se encuentra en proceso de restauración resulta fundamental para describir la jornada procesional de ayer. Y no fue en balde porque la adecuación al inusual paso fue mucho más que una salida de emergencia ante la situación creada. Realmente resultó estampa digna de ser repetida.
Así, si ya se trataba, desde hace años, del mayor atractivo para los costaleros de toda la ciudad, la Sagrada Cena tuvo, con el popular Martín Gómez al frente, una presencia que, por las hechuras del paso que sustituía al habitual, así como la presencia solitaria de la imagen, alguna corrección con respecto a los modos de evolucionar en la calle que son característicos desde los inicios de este capataz. Menos evidentes los tradicionales costeros pero espectacular también cuando la tarde del Lunes Santo no tenía ojos más que para novedad tan exquisita como la que se presentaba.
Y, con todo, no podía verse más que con extrañeza cómo la excelencia musical de la Agrupación Musical de la Estrella de Dos Hermanas tocaba -al nivel al que nos tiene ya acostumbrados- tras el paso del Santo Crucifijo de la Salud, la hermandad erigida desde San Miguel en el gran silencio de la madrugada del Viernes Santo. Por delante, las filas rojiblancas de los nazarenos de San Marcos fueron adelantando las trazas de una cofradía cuajada de atractivos. Este año, sin embargo, se sobredimensionaba la capacidad de brindar sugerencias añadidas.
Un montículo elevaba al Señor de la Cena colocando sus potencias casi a mayor altura que el palio de Santa María de la Paz y Concordia. Por detrás, la Virgen, cubierta por el singular techo del bordado de inspiración mudejar, marchaba, sin novedades dignas de mayor mención, al albur de una expectación concentrada delante de sí. Las caídas de plata reflejaban la luz de la tarde con el brillo propio de una Madre preparada para contemplar el protagonismo del Hijo. La Sagrada Cena demostraba, así, toda la teología que es capaz de evidenciar una cofradía en la calle.
Julián Cerdán, demostrando los sanluqueños su condición de extraordinaria formación musical, daban alegría a una dolorosa que fue presentada con un exorno precioso. La cera volvió a evidenciar el buen gusto de una cofradía que lleva, al menos, un par de años pintando su identidad heráldica con los pinceles del primor cofradiero. Así, chorreada de regreso, la obra de arte que lucían los candeleros se fue haciendo a sí misma a cada paso en un itinerario que fue degustado de modo especial por cuantos fueron a buscar a la hermandad.
Un año más fue la Tornería la que, camino de nuevo hacia San Marcos, advirtió el sentido de barrio propio que parecen requerir los últimos metros de cada itinerario. Y la calle de la que alguna vez se bromeó al respecto demostró, sin escrituras de por medio, que, en efecto, es de aquellos que rodean al Señor de la Cena no sólo el Lunes Santo sino también el resto del año en la sede de la parroquia de los Cuatro Evangelistas.

(La Voz, Martes Santo, 07-04-09)

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