Crujieron las piedras de la iglesia de San Juan de los Caballeros en la hora de la Cruz Verdadera y la cofradía que cunde culto extraordinario al Lignum Crucis fue el resultado, en la calle, de todo un año de espera. Desde la aparición de las andas del relicario el Jueves Santo tuvo, de nuevo, fragancias a adelantado Viernes Santo. Tras esa cruz del sudario, portada a hombros por cuatro nazarenos privilegiados, otros de negro, en dos filas, completaron el camino que llevaba hacia el Calvario de las tres cruces.
La Hermandad de la Vera-Cruz fue antesala del día grande del culto al signo del martirio cuando no era preciso llegar al Viernes Santo, tampoco para ello, a la hora de encontrar el cansancio por cuanto había dado ya de sí la Semana Santa. Pero las pilas puestas ante la 'Madrugá' que aguardaba se notaba en la tarde preciosa de la aparición de las mantillas. Y ese ambiente se concentraba en la plaza de Melgarejo, mientras avanzaba la cofradía dibujando sinuosas trayectorias entre el gentío que se prolongaba por San Juan y hasta la Porvera por calle Chancillería.
Sonaba la música de capilla aún en el interior del templo sirviendo motetes y coplas con la diligencia con la que el paso del Santísimo Cristo de la Esperanza iba, paso largo 'racheao' sobre los adoquines del tiempo. Estábamos ante la cofradía más antigua de la Semana Santa de Jerez nacida expresamente para conmemorar la Pasión de Cristo de modo procesional. Así lo atestigua Repetto en el libro de la historia de la Hermandad. Y ese sabor fue dejando por las calles de su itinerario camino de la Catedral.
El gustazo de lo bien hecho alcanza en la Vera-Cruz las glorias de un afán permanente. La tarde de ayer, con trazas de entrada en la máquina del tiempo, propició la contemplación de una propuesta que parecía específicamente dada a la admiración estética, aquella forjada, desde tiempo ha, a base de helecho de cuero o paniculata y que, hoy en día, consolida la fidelidad a un modelo cuajado de exquisiteces. Y vengan mantillas -tampoco una desmesura- y también gente arreglada como no hicieron los días anterioren en la misma medida.
Acaso los pasos no andaban lo sobrados, en lo costalero, que en momentos aún recientes en los que el fenómeno apuntaba una referencia en San Juan. Pero la dedicación y el esfuerzo volvieron a conseguir mucho cuando, anoche, la cofradía brindaba toda su belleza ya por Carrera Oficial ya, de vuelta, por Peones y Carpintería Baja, Tornería y Rivero, Compañía o Francos. Borja Díaz y José Manuel Otero, a los llamadores del Cristo de la Esperanza y la Virgen de las Lágrimas, respectivamente, señalaron un nuevo rumbo para las cuadrillas de la cofradía.
La Vera-Cruz adula y el público que contempla la cofradía en la calle se deja embelesar. Así, a los sones de la Banda del Maestro Hidalgo, de Puerto Real, la estampa de la trasera de ese palio de orfebrería de la Viuda de Villarreal y el manto de Paleteiro se volvió a quedar en la retina de los amantes del buen gusto para apostar por la memoria para que, a lo largo del año, la espera hasta volver a vivir un Jueves Santo como el disfrutado ayer sea más aliviada.
La Hermandad de la Vera-Cruz fue antesala del día grande del culto al signo del martirio cuando no era preciso llegar al Viernes Santo, tampoco para ello, a la hora de encontrar el cansancio por cuanto había dado ya de sí la Semana Santa. Pero las pilas puestas ante la 'Madrugá' que aguardaba se notaba en la tarde preciosa de la aparición de las mantillas. Y ese ambiente se concentraba en la plaza de Melgarejo, mientras avanzaba la cofradía dibujando sinuosas trayectorias entre el gentío que se prolongaba por San Juan y hasta la Porvera por calle Chancillería.
Sonaba la música de capilla aún en el interior del templo sirviendo motetes y coplas con la diligencia con la que el paso del Santísimo Cristo de la Esperanza iba, paso largo 'racheao' sobre los adoquines del tiempo. Estábamos ante la cofradía más antigua de la Semana Santa de Jerez nacida expresamente para conmemorar la Pasión de Cristo de modo procesional. Así lo atestigua Repetto en el libro de la historia de la Hermandad. Y ese sabor fue dejando por las calles de su itinerario camino de la Catedral.
El gustazo de lo bien hecho alcanza en la Vera-Cruz las glorias de un afán permanente. La tarde de ayer, con trazas de entrada en la máquina del tiempo, propició la contemplación de una propuesta que parecía específicamente dada a la admiración estética, aquella forjada, desde tiempo ha, a base de helecho de cuero o paniculata y que, hoy en día, consolida la fidelidad a un modelo cuajado de exquisiteces. Y vengan mantillas -tampoco una desmesura- y también gente arreglada como no hicieron los días anterioren en la misma medida.
Acaso los pasos no andaban lo sobrados, en lo costalero, que en momentos aún recientes en los que el fenómeno apuntaba una referencia en San Juan. Pero la dedicación y el esfuerzo volvieron a conseguir mucho cuando, anoche, la cofradía brindaba toda su belleza ya por Carrera Oficial ya, de vuelta, por Peones y Carpintería Baja, Tornería y Rivero, Compañía o Francos. Borja Díaz y José Manuel Otero, a los llamadores del Cristo de la Esperanza y la Virgen de las Lágrimas, respectivamente, señalaron un nuevo rumbo para las cuadrillas de la cofradía.
La Vera-Cruz adula y el público que contempla la cofradía en la calle se deja embelesar. Así, a los sones de la Banda del Maestro Hidalgo, de Puerto Real, la estampa de la trasera de ese palio de orfebrería de la Viuda de Villarreal y el manto de Paleteiro se volvió a quedar en la retina de los amantes del buen gusto para apostar por la memoria para que, a lo largo del año, la espera hasta volver a vivir un Jueves Santo como el disfrutado ayer sea más aliviada.
(La Voz, Viernes Santo, 10-04-09)
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