(De mi segunda Exaltación en el Calvario, 26/02/2016)
A
la esperanza invocamos llegando ya al final. A la esperanza en medio de un
mundo en cambio, ése que he venido a señalar a la hora de volver a exaltar a
Cristo y a María Santísima en la Real Capilla del Calvario. Y a nuestro papel
como cristianos, como cofrades, también invoco en medio de las incertidumbres y
las zozobras en las que parece que nos toca vivir a día de hoy.
Es
ahora el momento de pediros disculpas si esperabais de mi palabra esta noche el
simple canto laudatorio de estas devociones a las que nos agarramos con fuerza.
Es ahora el momento de pediros perdón si no me perdí en mis versos en el
callejero cofradiero para evocar lo que habremos de vivir esta próxima Semana
Santa. Es ahora el momento de pediros…
Pero
han pasado diez años desde que ocupé este atril la última vez. Y no han sido en
balde. Han ocurrido cosas. En el mundo, en el entorno más cercano, en mí mismo.
Espero que también a todos vosotros. Y los cambios no son malos por se. Los
cambios son… una pregunta abierta al futuro desde un cierto apego al pasado con
inestabilidades en un presento lleno de interrogantes.
El
Papa Francisco comenzó lanzándonos a las periferias del mundo y sus
circunstancias. Y en ésas estamos. Luego nos hizo el regalo precioso del
Jubileo de la Misericordia. Nos recuerda el Perdón del Señor, para nosotros y
para quienes quizá al borde del abismo a fuerza de salir a la periferia de lo
cómodo, de lo acostumbrado o de lo políticamente correcto, se coloca en una
posición no comprendida.
He
leído a Federico Mayor Zaragoza, profesor y político español que llegó a
dirigir la Unesco. Y le he leído recientemente algo sobre la necesidad de la
palabra, que a la postre es mi herramienta esta noche entre vosotros. “El siglo
XXI es el siglo de la gente. Durante siglos, el pueblo no ha figurado en el
escenario. Ha sido admitido, a lo sumo, como espectador”.
Estamos
en el siglo de los incomprendidos. Estoy seguro. Y entre ellos hemos estado
siempre los cofrades. Insertados en las capas más populares de nuestra
sociedad, supimos desde la Edad Media vertebrar las necesidades asistenciales
de la gente más humilde, transformamos nuestra realidad entre las exigencias
del mundo cambiante. Y nos adaptamos sin perder la esencia del Evangelio.
Vamos
a ser nosotros los que tengamos miedo a los cambios? Nosotros fuimos, somos y
seremos siempre el motor del cambio. Eso es la conversión a la que nos invita
la Cuaresma. Esto es a lo que nos llama ese Cristo yaciendo en la urna. A ello
nos impulsa Nuestra Señora de la Piedad, inmersa en la aventura de aceptar
llena de incertidumbres la muerte de su Hijo.
Y
si la muerte es el mecanismo necesario para el cambio de nuestras vidas… Si el
hombre viejo es, en el llamamiento de este tiempo litúrgico que nos lleva hacia
la Semana Santa y la Pascua, la necesaria piel que quitarnos durante estos días
para nacer al hombre nuevo redimido en Cristo resucitado… Cómo no habremos de
abrazar los cambios que la vida nos proponga?
Queridos
amigos, no me he apartado ni un ápice del objetivo de la Exaltación del
Calvario. Sí he querido, sin embargo, enarbolar la bandera de nuestras
convicciones, de nuestras tradiciones más genuinas, de la necesidad que el
mundo tiene de nosotros, para que el aire que sopla no sea más que aliado en la
enésima predisposición de nuestras queridas cofradías a prepararse para un
mundo nuevo.
A
ti Cristo vivo de la urna, a ti María Santísima y Piedad nuestra, os invoco en
estos tiempos en los que abrazar los cambios que nos toque vivir en el mundo,
en España, en nuestra tierra más cercana y en cada uno de nuestros ámbitos
personales. Somos especiales sembradores del Reino de Dios en el mundo. Ésa es
nuestra ideología. Vengan los cambios que vengan a nuestras vidas.
Y aunque cambiara mi vida
nunca lo hará la hermosura
de esa fe con la estatura
que registré promovida
junto a ti, Piedad tan pura!
Que eres, Madre, a mi andadura
tan eficaz centinela
que acunaste duermevelas,
vigilaste travesuras
y tejiste entretelas.
La que pusiste canela
en mi arroz de Viernes Santo,
la que salió entretanto
yo esperaba en la puerta
de este templo en el que canto.
Quien me enseñó con su llanto
que las lágrimas nos secan
y el vacío desalienta,
pero que extienden su manto
a cosas buenas que llegan.
Y, bajo el tuyo, quien peca
es abrigado con mimo.
Cada ‘chicotá’ un destino,
cada ‘arriá’ una condena…
Que has de seguir el camino!
Pepe Puerto, te conmino,
agarra el llamador,
que llevas a lo mejor
que conozco desde niño:
a la que es Madre de Dios!
La Piedad es el amor
que llena la tarde ufana
con sones de Astigitana
envolviendo al Redentor
que revivirá mañana.
Ay Señor, mi alma sana
para soñar que tu Reino
procesiona en el empeño
junto a la enlutada Dama
que llevo ya en mis adentros.
Siento que tu voz me llama,
del ‘pasopalio’ me aparto
y entre las filas me encargo,
entre terciopelo y sarga,
de alcanzar también tu paso.
Y alcanzar también tu paso
es subirme ya a la urna
para que yo no me hunda
y, agarrado a tu milagro,
mi vida también me cunda.
Aunque mi vida ya abunda
aires de resurrección
necesito redención
que beber junto a tu urna,
Dios yacente, mi Señor!
Necesito tu Pasión,
este año especialmente…
Necesito, santamente,
contar con tu bendición…
Necesito conmoverme…
A exaltar cristianamente
vine al Calvario esta noche…
Tras el silencio, mil voces
yo reuní serenamente
para que mi alma ose…
… a contaros, sin reproche,
pregonadas confidencias…
Junto a la urna… en conciencia…
dejo mis lastres, que glosen
la Vida que nos ahuyenta…
… las sombras de la presencia
de la que es tu Muerte Santa.
Yacente Señor, se encarta
que lleguen ya de Palencia
las cornetas con sus marchas!
Aquí acaban mis palabras!
Aquí queda mi verdad!!
Yo ya sueño la heredad
que a todos ya nos aguarda
a la espera de que salgan
el Yacente y la Piedad!!!