San Benito en el centro. Ello fue la presencia de la Hermandad de la Clemencia en la Carrera Oficial abriendo una jornada del Martes Santo francamente agradable. En lo climatológico y también en las propuestas de la que antaño se conoció como el jornada de Semana Santa más pobre por cuanto durante tanto tiempo quedó como el día de menos número de cofradías en las calles de la ciudad. Y fue ésta la que, primero, se sumó a las restantes y, después, supo colocarse a la altura de las demás desde su juventud.
Así lo advirtieron los jerezanos que le salieron al paso y que no la dejaron sóla ni siquiera a lo largo de esas grandes avenidas y viales que la condujeron, a media tarde, desde el Polígono hasta el Palquillo. Su cortejo blanqueó de sargas abotonadas de rojo Marañón, García Lorca, Las Marinas, García Figueras... Y los vecinos fueron los primeros provilegiados con la estampa exquisita del alargado conjunto de afiladas agujas al cielo abierto de aquellos grandes espacios que aún no presumían la oficialidad del centro.
Ya entonces, mientras Los Gitanos -la sevillana Agrupación Musical de la Salud- trinaba clamores procesionales en la zona, se podían apreciar, enmedio de otros tantos elementos que hermosean la cofradía en la calle, los paños nuevos de bocina que les ha confeccionado Pedro Pablo Gallardo. Ya hubieran querido, también, enseñar el otro gran estreno que, presumiendo cercano en el tiempo el segundo paso para la cofradía, recordaba que la Virgen de la Salud y Esperanza aún se queda en la parroquia. Ya hay varales, sin embargo para Ella.
El beso primero que la Clemencia, la Hermandad en la calle y no el de Judas al Señor que se recrea en el misterio, ofrecía al entorno del centro fue localizado, un año más, a la altura del convento de los Padres Capuchinos. Recepción, hermanamiento y mezca colorista de los blancos de San Benito con los morados de la Defensión concibieron, a la puerta de la calle Divina Pastora, un encuentro que, antes de la salida y colocación detrás de ésta otra cofradía, ya tenían el sitio lleno de público que sabía que veía a dos de una tacada.
Es a partir de ahí que, como le ocurre a otras, la Hermandad de la Clemencia vio truncada la aspiración natural de andar decididos, y con diligencia. El ritmo es otro en la Carrera Oficial y sólo consoló a los hermanos de San Benito saberse admirados, desde los palcos, por aquellos que gustan de las cofradías por derecho. Y ésta lo es concebida como está para dar gusto a los paladares que buscan patrones cofradieros con criterio. Desde la cruz de guía hasta la estampa de Getsemaní, todo lo tiene en la primera del Martes Santo.
Es preciso detenerse, justamente, en ese misterio que se ha convertido en ejemplo de armonía por la belleza de cada una de las piezas individualmente contempladas así como por la comunicación entre ellas como elemento de invitación al público congregado en las aceras. Las esculturas de los Ortega Alonso dan para ello cuando se aprecia la clemencia que brinda el rostro del Señor, la falaz actitud de Judas mientras intenta el beso de la muerte y romanos y judíos, de un lado, o los tres apóstoles -Pedro tomando la espada-, del otro.
Delicioso conjunto se contempló ayer en la calle. Y extraordinario trabajo el realizado por los hombres de Eduardo Biedma, capataz cabal que ha sabido generar en torno a sí un importante movimiento costalero que, sin protagonismos, nos acerca a la presunción de una naturalidad digna de la categoría con la que se ofreció la Hermandad para feliz apertura de un Martes Santo espléndido.
(La Voz, Miércoles Santo, 08-04-09)
Así lo advirtieron los jerezanos que le salieron al paso y que no la dejaron sóla ni siquiera a lo largo de esas grandes avenidas y viales que la condujeron, a media tarde, desde el Polígono hasta el Palquillo. Su cortejo blanqueó de sargas abotonadas de rojo Marañón, García Lorca, Las Marinas, García Figueras... Y los vecinos fueron los primeros provilegiados con la estampa exquisita del alargado conjunto de afiladas agujas al cielo abierto de aquellos grandes espacios que aún no presumían la oficialidad del centro.
Ya entonces, mientras Los Gitanos -la sevillana Agrupación Musical de la Salud- trinaba clamores procesionales en la zona, se podían apreciar, enmedio de otros tantos elementos que hermosean la cofradía en la calle, los paños nuevos de bocina que les ha confeccionado Pedro Pablo Gallardo. Ya hubieran querido, también, enseñar el otro gran estreno que, presumiendo cercano en el tiempo el segundo paso para la cofradía, recordaba que la Virgen de la Salud y Esperanza aún se queda en la parroquia. Ya hay varales, sin embargo para Ella.
El beso primero que la Clemencia, la Hermandad en la calle y no el de Judas al Señor que se recrea en el misterio, ofrecía al entorno del centro fue localizado, un año más, a la altura del convento de los Padres Capuchinos. Recepción, hermanamiento y mezca colorista de los blancos de San Benito con los morados de la Defensión concibieron, a la puerta de la calle Divina Pastora, un encuentro que, antes de la salida y colocación detrás de ésta otra cofradía, ya tenían el sitio lleno de público que sabía que veía a dos de una tacada.
Es a partir de ahí que, como le ocurre a otras, la Hermandad de la Clemencia vio truncada la aspiración natural de andar decididos, y con diligencia. El ritmo es otro en la Carrera Oficial y sólo consoló a los hermanos de San Benito saberse admirados, desde los palcos, por aquellos que gustan de las cofradías por derecho. Y ésta lo es concebida como está para dar gusto a los paladares que buscan patrones cofradieros con criterio. Desde la cruz de guía hasta la estampa de Getsemaní, todo lo tiene en la primera del Martes Santo.
Es preciso detenerse, justamente, en ese misterio que se ha convertido en ejemplo de armonía por la belleza de cada una de las piezas individualmente contempladas así como por la comunicación entre ellas como elemento de invitación al público congregado en las aceras. Las esculturas de los Ortega Alonso dan para ello cuando se aprecia la clemencia que brinda el rostro del Señor, la falaz actitud de Judas mientras intenta el beso de la muerte y romanos y judíos, de un lado, o los tres apóstoles -Pedro tomando la espada-, del otro.
Delicioso conjunto se contempló ayer en la calle. Y extraordinario trabajo el realizado por los hombres de Eduardo Biedma, capataz cabal que ha sabido generar en torno a sí un importante movimiento costalero que, sin protagonismos, nos acerca a la presunción de una naturalidad digna de la categoría con la que se ofreció la Hermandad para feliz apertura de un Martes Santo espléndido.
(La Voz, Miércoles Santo, 08-04-09)
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