lunes, 24 de septiembre de 2018

Volando alto

Y si las experiencias ligeras, las simplemente divertidas, algo huecas aparentemente de provecho personal, también construyen espíritu peregrino, tanto en la ruta jacobea como en la vida? Y si una buena carcajada elevara más que un sesudo ensayo sobre la felicidad?

Si vuelves de la playa y, para el resto de la tarde, te queda, antes de la cena y el descanso nocturno en el albergue, un pasacalles en una Redondela en fiestas que se agarra a las risas y la interactuación entre figurantes y público, pues a disfrutar sin más. Los peregrinos también gozan.

El aviador tenía desparpajo, doy fe de ello. Pero la peregrina le superó cuando se fue para él y lo cogió del brazo. Fue entonces cuando el actor, entrante y con simpatía deslumbrante, fue superado por la visitante. Volar alto es el objetivo siempre. En lo importante y en lo aparentemente secundario.

Y el vuelo de Carmen, tan soñadora como realista, tan fuerte en ese gesto sonriente de la foto como en la crudeza de la sintomatologia, es tan elevado... Ya quisiera la gaviota patiamarela, con la mayor colonia del mundo en las cercanías Islas Cíes o los corvos mariños cristados o los mascatos...

Se vuela con la ilusión puesta en conseguir algo. Se vuela con el empeño puesto en abandonar la zona de confort para ello. Se vuela con el trabajo por alcanzar objetivos. Se vuela cuando empezamos a tener conciencia que el logro es posible. Y se vuela, claro que sí, en el camino sin esperar al destino.

Se vuela en un artilugio móvil con aspecto de triciclo venido a más. Pero se vuela si lo mostramos como todo un pájaro capaz de llevar nuestra alegría desde una calle céntrica de Redondela hasta el confín del mundo. Finisterres vengan para ser conquistados.

Así, el Camino, que ya admite a quienes andan, a ciclistas, a jinetes y hasta marinos a vela (según dónde pongamos la cruz en la credencial) invoque también la concurrencia de gente capaz de volar por los cielos del Campus Stelae que ofreció indicios a los peregrinos medievales.

Volar, como aquel cura lisboeta recreado por Saramago en su famosa novela del convento de Mafra, es elevarse desde el suelo en virtud del artificio mágico que nos lo permita. Pero, sobre todo, es subir desde nuestros supuestos límites, más cacareados que reales casi siempre.

Carmen es tecnología incomprensible (como las raras bolas del eclesiástico para la passarola del relato) que me permite el vuelo necesario, aquél que creyera imposible salvo que me dejara convencer por esta rubia decidida que tengo más poderes que los enarbolados hasta ahora.

Redondela en fiestas

sábado, 15 de septiembre de 2018

Cruceros

Palabras mayores. Eso es, en el Camino, toparse con una de estas referencias de la fe que trajo al Apóstol a España. Y como lo que lo hizo venir a estos pagos fue lo que fue, primero evangelizar y luego la fe de sus discípulos tras su martirio, parece que ello haya de ser reconocido.

En la ruta de cada cual hacia Compostela se cruzan, per secula seculorum, motivaciones ciertas y desmotivaciones sólo superables paso a paso, creencias y ateismos, profundidades y tibiezas, confesionalidades manifiestas y también esas respetuosas actitudes sin fe de fondo.

La universalidad espiritual de este viaje, al ser de cuanto peregrino se procura un camino pleno de verdad, es una legítima heredad cuajada con el paso del tiempo. Y ello, sin que la Iglesia consiga monopolizarlo, es riqueza que ésta también abraza recibiendo a todo hijo de Dios.

Pero el Camino es largo. Si se pone en marcha pronto desde luego, pero además si hacemos de él esa experiencia iniciática que no termina en el Obradoiro. Y, en esa condición de aliento y recordatorio cristiano, son preámbulo de la Catedral de Santiago ermitas, oratorios y cruceros.

Éstos últimos, pétreos monumentos al signo de la Cruz, conectan de modo muy especial con los trasiegos medievales que advirtieron en el origen de las peregrinaciones, incluso como indicaciones en los cruces de camino, de la inspiración primigenia de todas y cada una de las rutas.

De nuestro Camino Francés de hace dos años nos quedan en la memoria, con viveza evocadora, todos los que, entre el de Santo Toribio a la entrada de San Justo de la Vega o la mítica Cruz del Ferro y el preciosista de San Francisco en el mismo Santiago, nos invitaron al detenimiento y la oración.

El reencuentro con ellos en nuestro Camino Portugués ya nos hizo acudir al primero que, en el día de espera y preparación de Tuy, encontramos en la Plaza de la Armada Española. Y lo cierto es que no se buscan. Salen al encuentro con Cristo y María en reconocibles trazas románicas.

Llegando a la preciosa ciudad de Pontevedra, el Lugar de Santa Marina tiene frente a frente, allá por Vilaboa, ermita y crucero. Oración, sello y foto deja y se lleva el peregrino. También un último consejo de ese señor que, desde el lugar del desayuno, no dejó de aparecernos por doquier.

Tomaba café quien luego fue asomando durante kilómetros. Misteriosos encuentros de quien tanto sabía del Camino y, por mucho que avanzábamos, nos abordaba siempre en sentido contrario. Santa Marina acogió su último consejo: "Girad al bosque de la izquierda, os dejará en puertas de Pontevedra".

Una playa en el Camino

El agua se sala en el Camino. La fuente del bosque antes de llegar a Redondela tiene unos efectos especialmente gozosos, como dejamos escrito, pero la de la salida desde la capital del choco en dirección hacia la Ría de Vigo tiene otros. Son menos comunes a los que reconocíamos hasta el momento en la experiencia jacobea, pero también muy satisfactorios. 

Cosas de salir a la ruta peregrina como verdadera esponja. El Camino Portugués del interior es conocido como aquél que roza las Rías Baixas pero no las muestra. Salvo que el caminante disponga de dos habilidades sustanciales: la capacidad de llegar el albergue de pernocta con tiempo suficiente y que la empatía con los lugareños le permita conocer la posibilidad.

En el centro de Redondela, una vez admirados dos viaductos ferroviarios con los que se salva el desnivel en un pueblo ubicado en plena olla entre montañas, tocan otros descubrimientos. Un trenecito, 'Chucuchoco' se llama para que se den la mano el onomatopeya del medio de locomoción y el producto del mar que caracteriza a la localidad, nos brinda el inesperado destino.

A cinco kilómetros está la Ensenada de San Simón, justo al fondo de la ría. A ella se asoma, desde la privilegiada atalaya en que se convierte el monte que la acoge, la parroquia de Cesantes. Sin salir del concello en el que finaliza la segunda jornada de camino damos con su playa. Y nos sorprende por su belleza. El caserío se desparrama desde la arboleda y el mar lo aguarda con dorada arena.

Avanzar en sus aguas es notar que otro bosque despliega vida bajo la superficie. La densidad de sus algas abraza las piernas de estos peregrinos que se atrevieron con el baño sin haberlo previsto en su mochila. Pero no obstó, aunque se asomaron al episodio ciertas miradas de soslayo, para que el Atlántico los recibiera y el baño se consumara como parte de la aventura jacobea.

A la derecha el pueblo y, en el barrido desde el punto que muestra la foto, el recorrido de cuanto emocionó a estos caminantes varados voluntariamente en las arenas de tan espectacular paraje gallego fue ofreciendo el fondo de la ensenada y más tarde, antes del puente de acceso a Vigo que cruza la ría a nuestra izquierda, las islas de San Simón y San Andrés.

Dispares de tamaño, pese a que las dos aparecen como poco más que coquetos navíos disfrutando de la quietud de las aguas, sendos trozitos de tierra abrazados por el mar se muestran, unidos por un pequeño puente, como guardianes de los secretos de una historia cuajada de viejos relatos que hablan los ocupantes de un monasterio, un orfanato y una cárcel.

Una edificación que en la lejanía pareciera un palacio sugerente fue, sin embargo, casa de acogida de unos u otros dependiendo del momento de la historia que consideremos. En la actualidad, San Simón es llamada 'Isla del Pensamiento' y, a ciencia cierta, su actividad cultural es, auditorio y biblioteca de por medio, motivo suficiente para una nueva imagen.

Playa de Cesantes, en la Ría de Vigo

martes, 11 de septiembre de 2018

Agua fresca

El manantial de sensaciones que constituye el Camino de Santiago no se corresponde necesariamente con la permanente presencia de aguadas que calmen la sed del peregrino. Y, sin embargo, haríamos una fiesta en nuestro cálido sur en torno a cualquiera de las apariciones del líquido elemento en estos territorios gallegos en los que, por acostumbrados, no precisan de convertir cualquier fuente en lugar de asueto. Siempre está de algún modo en los paisajes y, refrescando como lo hace sin necesidad de ser arrimada a la boca siquiera, nos transmite el frescor apetecido desde arroyos, caños entre la maleza, ríos o la paleta de variados verdes que colorean estos escenarios.

Sé de alguien que, por tratarse de hombre interesado en estas cuestiones más allá de la personal satisfacción de su sed, se tomó la molestia de hacer el Camino Francés contando desde Sarria la "docena de fuentes naturales (no cloradas) aceptablemente acondicionadas para su uso de boca en todo el camino". Se trata del geólogo Antonio Castillo, curioso de una situación que llama la atención: sólo doce a lo largo y ancho de todo ese itinerario que, hasta Santiago de Compostela, supera el centenar de kilómetros! Muy pocas aunque no todas las que hubieron tiempo ha, antes que muchas fueran incorporadas a la red de abastecimiento y otras, sencillamente, quedarían inservibles.

Un ejemplo que nos llamó la atención a Carmen y a mí en nuestro Camino Portugués fue el de los lavaderos. Tantos de ellos medianamente conservados en lo arquitectónico, incluyendo en no pocos casos alguna indicación con vocación de comunicación de interés turístico, pero prácticamente ninguno abastecido por el agua que un día permitió la puesta a punto de camisas y enaguas. Y sin embargo el agua está ahí, siempre, constante en su refresco visual y sensitivo del caminante, en esta Galicia que enamora por muchas cosas pero de modo especial por el tono húmedo de sus pastizales, cultivos, huertos, setos, sotobosques y, sobre todo, sus bosques.

La espesura de la arboleda nos envolvía cuando comenzábamos a dejar de escuchar los zumbidos de los aviones que despegaban o aterrizaban en el aeropuerto de Vigo. Otro Padrón previo al que aguardamos en la última pernocta antes de alcanzar Santiago este año, más pequeño que el de Rosalía y Cela, más discreto que el que custodia el pedrón donde dice la leyenda fue amarrada la barca que trajo los restos de Apóstol a estas tierras, queda a nuestra izquierda. Es ya el concello de Redondela. Y, de hecho, en cuanto saliéramos de aquel bosque y se nos abriera la olla en la que se encuentra ubicado, comenzaríamos a sentir que el mar no esta lejos.

Pero el bosque tenía para nosotros una sorpresa. La que más pudiéramos ansiar en ese momento. El agua. El sol estaba a punto de colocarse en todo lo alto. Las temperaturas que amenazaban nuestra ruta desde fechas antes de comenzar en Tuy se estaban cumpliendo y el pegajoso calor gallego atizaba. Y, bebiendo pero sin que fuera ello lo sustancial, un mínimo claro en la arboleda, el justo para mostrar una terminación pétrea para evidente uso humano, nos refrescó como apetecíamos. Descalzarse en el Camino es, especialmente cuando el sitio parece haberse diseñado para ello, lujo de los que algunos gustan denominar asiático. Ahí está, para gozo de caminantes y sorpresa en puertas de Redondela.

Ésta es agua que se vierte sobre redondel de piedras de granito que hacen plato para que no se encharque el paraje. Agua perfectamente conducida por un canal con trazas de abrevadero cuyo extremo chorrea la vida misma sobre los pies cansados. Agua fría, agua limpiadora de sudores pero también de auras prestas a entrar en la localidad de pernocta habiendo recibido abluciones certeras y proporcionando ánimos adecuados. Redondela nos espera, sabe qué nos ofrecerá y que dispondremos de horas suficiente para disfrutarlo todo. Ha sabido salirnos al paso como hospitalero cabal, para que la actitud del peregrino sea la mejor en esa tierra que nos asomará a la Ría de Vigo. Ésa será otro agua.


Fuente en pleno bosque, a pocos kilómetros de Redondela

viernes, 7 de septiembre de 2018

Mos

Tienen un festival intercéltico que finalizó hace una semana, una raza de gallina autóctona de plumaje color caoba en los machos y hembras poniendo huevos XXL, contenedores de basuras camuflados en el Camino por empeño municipal, un dolmen en Meixoeiro, una ciudad deportiva en ciernes que el Celta de Vigo ha presentado este verano y el famoso Pazo, emporio cultural de primera magnitud que impone cuando, mochila a la espalda, lo descubrimos bien de mañana.

Mos es un lugar incomparable. No faltan personas que consideran que la etapa ha de terminar aquí y no en O Porriño. Al fin y al cabo sólo está seis kilómetros más allá. Y es cierto que cuando uno escucha estas argumentaciones propende a creer que son cosas de quienes pugnan por copar unas estancias que van rentando al albur de un imparable chorreo de peregrinos. Pero lo cierto es que, sin entrar en dónde ha de pernoctar el caminante, éste sitio merece la pena.

Pero tocó noche porriñesa y el encuentro con Mos no fue hasta poco después del desayuno, cuando la pétrea fábrica del Pazo nos detiene imponiendo gesto de admiración. A la izquierda, la casa de los marqueses, hoy en manos de una fundación creada hace doce años por la asociación de vecinos Santa Baia de Mos y la comunidad de montes vecinales comunitarios 'Salgueirón' acogiendo además la sede del Círculo Cultural y Deportivo Santa Eulalia.

La santa es honrada justo a la derecha de nuestro sentido de la marcha, frente al Pazo, en una iglesia sugerente. Y no muy lejos San Salvador y San Gregorio y Santiaguiño y Santa María y Santa Marta y San Mamede y San Xoan y Santa Mariña... El rincón es tranquilo y el solaz para nuestro detenimiento no requiere de mayor contenido que lo que tenemos por delante así como el ambientillo que genera el albergue presente en el lugar. Pero no previmos parada y fonda.

Leo en un ejemplar del Faro de Vigo de hace un año que las curvas de la A-55 extienden su leyenda negra haciendo de esta autovía, a su paso por Mos, el vial de España con más accidentes de tráfico de toda España. Dios santo, y qué tiene que ver eso con la apacibilidad que nos estaba ofreciendo este rincón? Ya dejé escrito hace un par de años los efectos del sorprendente encuentro con el tráfico recién bajado el Monte do Gozo y tras trece días apartados del mundo.

Pero prefiero esas otras leyendas que llenan el imaginario colectivo de los pobladores de estas tierras de las Rías Baixas. Creencias, miedos, misterios y sentimientos que un día trufaron el día a día de viejos relatos y supuestos testimonios que desde la Galicia rural hablaban, por ejemplo, de las nocturnas procesiones de la Santa Compaña, el baño de las 9 olas en la Playa de la Lanzada o las que dimanan de los ataques de piratas turcos, tunecinos o ingleses a la Ría de Vigo. 

Y más aún las leyendas que tienen que ver con lo jacobeo, como la boda en Bouzas que, coincidiendo con el momento de la llegada del cuerpo del Apóstol en barca, provocó que el caballo del novio se adentrara en el mar al encuentro con Santiago en un inusitado alarde de fervor. Ambos, animal y jinete, reaparecieron vivos de modo milagroso para alivio de novia e invitados aunque, eso sí, recubiertos de conchas. Cosas de la Galicia profunda.

Una parada como ésta en la sugerente Mos alienta mucho más que a la recuperación del resuello, bastante intacto aún por otra parte a estas alturas de la segunda etapa de nuestro Camino Portugués. Las estampas generadas, se mire hacia donde se mire, son invitaciones fecundas al pensamiento, a la imaginación, a la recreación de situaciones imposibles salvo que uno se encuentre aquí, ante el Cruceiro os Cabaleiros por ejemplo.

Aún falta para alcanzar la cuna de Rosalía de Castro, Padrón, pero ya toca parafrasearla cuando su poesía enarbolaba un deseo para estos parajes gallegos que uno no concibe no causen la misma admiración que a nosotros: "Vos, pois, os que naceches na orela doutros mares, / que vos quentás á llama de vivos lumiares, / e só vivir vos compre baixo un ardente sol, / calá, se n'entendedes encantos destos lares, / cal, nentendendo os vosos, tamén calamos nos".


Pazo de Mos

lunes, 3 de septiembre de 2018

Miliarios

A veces corremos riesgo de ligereza cuando distinguimos taxativamente entre cantidad y calidad. Lo matemáticamente tangible, lo medible, no tiene porqué estar exento de alma, de expresión viva del sentimiento, de la emoción, de satisfacción por el resultado de un esfuerzo, por un logro que no se aventuraba fácil y que la constatación de su dificultad se mide en cualquiera de las posibilidades del Sistema Métrico Decimal. A veces.

No hay Camino de Santiago sin distancia, sin un tiempo lo más perdurable posible en el que abrir puertas a la reflexión, al intercambio, a la transformación personal. Y mi opinión, como siempre personal e intransferible, es que hasta cuando, con San Agustín, estamos de acuerdo en que la medida del amor es el amor sin medida estamos realizando un ejercicio de toma de referencias mensurables y no una mera abstracción que no conduce a ningún sitio.

A la salida de O Porriño, la segunda jornada de nuestra opción por la ruta portuguesa nos detiene, no lejos de Mos, en un pequeñito oratorio en Veigadaña junto al que un miliario vuelve a señalarnos que estamos pisando la histórica Vía Romana XIX. Ya dije sobre ella que coloca al peregrino sobre los pasos de aquel imperio de la Antigüedad Clásica que ayudó posteriormente a vertebrar las comunicaciones en buena parte de Europa y, desde luego, de España.

Los actuales mojones del camino son herederos de aquellos miliarios romanos que, al señalar esta vía concreta, podríamos reconocer más fieles a las piedras verticales con las que las legiones iban marcando viales en el territorio conquistado que los que se revisten de marcado carácter jacobeo, adaptación memorial de aquellos pero adoptando concha y flecha amarilla. Éstos del camino luso pueden llegar a pasar desapercibidos en el reino del granito ennegrecido.

Originales o no, que al final eso es lo de menos, los miliarios tienen su originalidad verdadera, entre toda herramienta métrica que se precie, en haberse convertido con el paso de los siglos en soporte del sentimiento con el que se llena la mochila camino del encuentro con el Apóstol. Las piedras acumuladas sobre ellos pueden ser tachadas de moda o de ganas de dejar poso en la historia pero creo que, sobre todo, los hace apropiadas aras de ofrendas.  

Vilariño das Poldras, a unos 50 kilómetros de llegar a Orense por el Camino Sanabrés, y Redondela, en éste portugués que cruzamos, custodian sendos miliarios originales, joyas arqueológicas que se dan la mano con algunas prerromanas del entorno que nos trasladan a la cultura castrense. El Castro de Monte Aloia, a las afueras de Tuy, es un ejemplo y descubrirlo sobre el Alto dos Cubos toda una aventura que nos acerca a la resistencia contra el Imperio.

Un poco más adelante de Veigadaña y ese miliario de la Via Romana XIX en la foto, habremos de toparnos con el denominado Miliario de Redondela, antes de llegar a esta población de pernocta al final de esta segunda jornada. Original y atribuido a Trajano, se conoce también como el Miliario de Santiguiño de Antas y, en la Edad Media, como O Marco o Anta de Maniola por el nombre del valle que allí comienza. Se le atribuyen extraordinarios poderes fecundantes.

Mucho más que señalar calzadas, mucho más que establecer medidas, mucho más que un trozo de ese granito que uno ve unido con generosidad a la vida del hombre, a lo largo y ancho de este Camino Portugués, usado incluso de estaca para sujetar las muchas vides que se cultivan por la zona. Aliento de leyendas y oración, de convicción sobre capacidades propias tanto por lo ya recorrido hasta encontrarnos uno de ellos como por lo capaces de completarlo que nos veremos.

A veces corremos riesgo de ligereza cuando distinguimos taxativamente entre cantidad y calidad. En efecto. El espíritu lo impregna todo, hasta las piedras sin necesidad que éstas compongan templo alguno. El Camino es templo y vida, marco de encuentro con Dios o cuanto ignoto sea aquello que creamos nos hace dar un paso por delante del otro. Porque la experiencia jacobea es descubrimiento al fin y al cabo. Y a veces se nos escapa. A veces.


Miliario en Veigadaña

jueves, 30 de agosto de 2018

La palabra del peregrino

"O Porriño es pequeñino!", dice la señora que nos ofrece agua extrañada que no vayamos cantando siendo de Jerez. Este Camino Portugués nos brinda poblaciones con singularidades que enamoran. En ésta de nuestro primer final de etapa sí que nos sorprende que, con 18.000 habitantes, no haya solución mejor para la línea férrea que un paso a nivel en pleno centro, no muy lejos de la ermita del Santo Cristo en la escalinata de cuya plaza reposa Carmen.

Interactuar con los lugareños es siempre un ejercicio de intercambio entre las dos grandes familias de la ruta jacobea: los que vamos de paso en condición peregrina y quienes se quedan en cada enclave labrando las tierras, atendiendo al ganado o realizando sus labores cotidianas acostumbrados ya al paso de tanto caminante. Es una de las riquezas que nos hacen afirmar que nuestro Camino nunca ha de llegar a la dimensión de grupo amplio por riesgo de endogamia.

Un peregrino que se ha estrenado este verano afirma con convicción las virtudes de su camino en comunidad, voto de silencio incluido. Me ha dado apuro decirle que el silencio en la experiencia jacobea es una apuesta por la amputación de los efectos que el intercambio permitió durante siglos en este marco. Desde un mero "bon camiño!" (difícil encontrar un "ultreia", menos aún respondido en ruta por un "et suseia") hasta abrirse en canal con el desconocido, todo cabe.

El silencio es agradecido cuando llega el descanso en el albergue. Ahí sí, pero sólo a la hora de dormir. La palabra del peregrino es una bendición a la que nunca debe responder nuestro rechazo. Por eso, antes cabe preguntar siempre qué tal ha ido la jornada, cómo están esos pies cuyas ampollas saltan a la vista, qué vicisitudes se dieron antes de alcanzar la morada que nos une o incluso compartir con ellos algo de la comida que hayamos previsto para la cena.

O Porriño nos abre las puertas de su 'Camino Portugués', un albergue de los que podemos denominar modernos, bien equipado aunque sin perder el sentido de lo que es. En sus amplias habitaciones con literas se impone el susurro cuando no el silencio a lo largo de todo el día. Y desde luego esto último es de obligado cumplimiento cuando llega la hora de pernoctar. El aire acondicionado y las cortinillas que individualizan el espacio en cada cama hacen el resto.

Y el pueblo, con sabor en los pocos ingredientes que merece la pena visitar, no sabe de silencio en sus calles cuando el paseo vespertino tras la ducha reparadora nos pone al alcance los mencionados asunto ferroviario y ermita del Santo Cristo. Ante ésta última, asoma por primera vez un nombre propio que se hará presente en otros elementos urbanos: el del arquitecto Antonio Palacios. Firma en esa plaza una espléndida fuente artística de piedra en 1907.

La sede del Concello de O Porriño es el edificio más llamativo que encontramos en su centro. De estilo regionalista tiene el Ayuntamiento su casa, realizada allá por los años 20. También salió del talento creativo del mencionado arquitecto sin el que, visto lo visto, la localidad habría perdido mucho. Aún queda, más allá, la iglesia de Santa María de la Concepción. A veces, tras un largo día, agradece el peregrino poder disfrutar más relajadamente de menos atractivos visitables.

Y el silencio, llegados al albergue, envuelve al fin la necesidad de descanso. Ahí sí. La noche en una de estas instalaciones suele tener reglas, muy definidas en el caso de éste que también obliga, por ejemplo, a dejar fuera botas y calzado del camino. Pero siempre habrá excepciones cuyo incumplimiento de la norma merezca la consideración del 'legislador' a fin que todo tenga su sitio y no haya que declarar clandestinos efluvios roncadores ni de otra índole.

Murmulla levísimamente el aire acondicionado a Dios gracia, tanto porque apenas se escuche como por aliviarnos del fortísimo calor gallego con el que se ha despachado el primer día de Camino. Se oscurece la estancia, nos aislamos con una cortinilla en cada litera y entramos pronto en sueño rem, que es cuando el cerebro se energiza y se sueña con lo vivido en un día verdaderamente bonito desde el Miño por la ribera del Louro. 


Plaza del Santo Cristo, en O Porriño


domingo, 26 de agosto de 2018

Desde una catedral sin misas

La estampa era elocuentemente peregrina. Quiero pensar que Tuy está acostumbrada a eso. Dos personas rezan con acento andaluz, mochilas a sus espaldas, a la amanecida del día elegido. "Dios todopoderoso, que otorgas tu misericordia a los que esperan en ti y en ningún lugar estás lejos de los que te buscan, asiste a estos servidores que caminamos por tu amor hacia Santiago y dirige nuestro camino según tu voluntad..." musitaban sin ánimo exteriorizador.

Bajo su portada principal, la más antigua presencia gótica en la península, y aún admirados por las románicas portada norte y transepto o el claustro también gótico, los caminantes se encomendaban: "... que de día nos cubra tu sombra protectora y de noche nos alumbre la luz de tu gracia para que, acompañados por ti, podamos llegar al lugar de nuestro destino con más luz, más paz, más salud, más esperanza y más ciertos de tu proyecto para nuestras vidas".

Las estampitas con la imagen del Apóstol del convento mercedario de Sarria, raídas de tanto tenerlas en cuenta en el camino de hace dos años y conservadas con ilusión memorial y mimo archivístico a partes iguales, asumieron el papel que esta vez no pudo tener una misa de peregrinos que acogiera el envío que en 2016 protagonizó, en favor de esta pareja jerezana, aquel sacerdote que los bendecía en la sacristía de la colegiata leonesa de San Isidoro.

No damos crédito al anuncio que, interesados el día anterior, realizaban en la recepción de visitantes de la Catedral tudense respecto a la ausencia de misa alguna, en aquel momento estival al menos, en templo tan principal. En el primer camino nos costó asumir que tanta iglesita románica como nos salía al paso fueran mostrándonos sus puertas cerradas a la oración y el refugio espiritual del peregrino. Ahora la sorpresa crece en plena sede episcopal.

Pero la espiritualidad envuelve la partida. A la oración sincera seguirían primeros pasos monacales en un casco histórico con reconocimiento BIC para su conjunto. Las clarisas del convento contiguo, que hacen unos riquísimos pececitos y almendrados que asoman primorosos por el torno tras un celestial Ave María Purísima, dan su nombre popular al Túnel de las Encerradas, en el bajo de su sede, para paso feliz de peregrinos y cotidianos de los lugareños.

'Ribereando' algo de Miño, la salida desde Tuy es, a la fresca y antes de ascender el curso del Louro, oportunidad que pintan calva para elevar la mirada al cielo gallego y dar gracias a Dios por esta nueva experiencia. Paso a paso, y con la salida desde León de hace dos años en la memoria, nuestros cruces de miradas no se parecían a aquellos que entonces evidenciaron tanta incertidumbre ante un esfuerzo indudable y un desamparo probable.

No era el caso y el disfrute llegó pronto, en 'O chiringuito'. Se trata de una parada obligada en Ribadelouro. Kilómetros antes, junto a la ermita de la Virxe do Camiño, nos entregaron la publicidad de otro lugar de atención al peregrino sólo unos metros más adelante pero no hicimos caso al eslogan barajado, quizá por uso de una argumentación respecto a la competencia que resultó contraproducente: "No siempre las primeras opciones son las mejores".

Un jardín con aire despreocupado es descanso tempranero para tomar un zumo y escuchar a la anfitriona: una señora con la capacidad de dar tantas recomendaciones en apenas un minuto que terminas haciéndole caso en algo. A las pruebas nos remitimos: parada ante el mural que el artista Xai Óscar dedica tres kilómetros más adelante a los peregrinos del Camino Portugués y la opción en As Gandaras por el bosque que evita el tedioso cruce del polígono industrial.

Así, desde aquella catedral sin misas, el itinerario cruza paisajes gratos y paisanajes que nos detienen sin que por aquello, por la falta de la Eucaristía que pretendimos, nos falte sin embargo la compañía del hacedor de tanta belleza gallega como disfrutamos, Dios mismo como compañero de esta nuestra nueva ruta jacobea bendecida por su gracia, complacida con el brillo de la felicidad que se nos permite y alimenta en este momento de nuestra vida.

Portada gótica de la Catedral de Tuy



miércoles, 22 de agosto de 2018

El factor portugués

Cuando los romanos trazaron su calzada XIX poco sabían aún de peregrinación alguna que acunara los sueños de quienes, per secula seculorum, hicieran propio el empeño de los pioneros del Camino de Santiago. Pero aquellos que, hace más de mil años, comenzaron a rendir culto al Apóstol que evangelizó las tierras ibéricas en un viaje anterior al que hicieran sus restos mutilados, sabrían, saben y sabrán de este trazado que comienza en la Braccara Augusta de entonces, la Braga de la actualidad.

Los miliarios siguen señalando hitos en numerosos sitios de la actual provincia de Pontevedra cuando, como nos hemos propuesto en agosto de 2018, abordamos el denominado Camino Portugués. Y hay quien pregunta como llamarlo así cuando se inicia en Tuy, la española vecina de los lusos. Pero, como a quienes comenzamos hace dos años en León no se nos demanda porqué llamar francés a aquél otro no nacido más allá de los Pirineos, en esta ocasión tampoco atenderemos a menudencias.

El Camino jacobeo que llega desde Lisboa, la Lissipona que refiere el Itinerario Antonino, es la calzada XVI que, tras pasar por Oporto, el otro gran referente de inicio de la ruta portuguesa, se une a la mencionada desde Braga en una población ya bastante próxima a la frontera: Ponte de Lima. De allí a Padrón, penúltima pernocta antes de descubrir ya sin andamios y generando dulces sueños con el Pórtico de la Gloria, la calzada XIX nos llevará antes de derivar hacia el este, por Lugo hasta Astorga, y dejarnos en puertas de Santiago.

Todo ello encuadre este nuevo Camino de Carmen y mío a la búsqueda del factor portugués que le da nombre. Empezar a 800 kilómetros de casa insta al largo desplazamiento de toda una jornada al volante para requerir luego el descanso que requiere semejante sobreesfuerzo tan alejado, por cuanto añade en términos de estrés, al otro pedestre que nos aguarda con sus 118 kilómetros en seis etapas. Por ello el par de días en Tuy, veterana vigía asomada al Miño, será antesala que invite a cruzar un río que es más puente que frontera.

Se llama Valença y tiene sus mayores atractivos en una fortaleza que señala las históricas desavenencias territoriales ante las que también en la otra orilla quedan huellas: la catedral acastillada, por ejemplo. Acudimos a la ribera lusa para saber más de esa vecindad, otrora vigilante y defensiva y hoy en día materializada por el Puente Internacional con dos pies señalando fraternidades entre ambas banderas y un trenecito divertido haciendo viajes de uno a otro lado sin que se pierda el continuum urbano que las une.

Con baluartes mejor o peor conservados según el flanco que se observe, la fortaleza valenciana parece defender hoy en día el turismo para el que las sinergias con los tudenses tan importantes resultan. Ellos, como ha sido común desde décadas en las poblaciones lusas fronterizas, siguen seduciendo a los españoles con sus mantelerías y tejidos en general. Pero en agosto parece hacerlo de mejor modo la hostelería. Y 'El limoeiro', en el que nos detenemos para apreciar su arroz marinero, es un ejemplo.

Regresamos a Tuy con mochila cuajada de signos portugueses para justificar con su nombre este Camino que cruzará desde el sur las provincias de Pontevedra y La Coruña. Pero no nos equivoquemos, no bastan un par de estereotipos usados con demagoga intención etiquetadora. Nuestra admiración por lo luso ya tuvo detenimientos enriquecedores desde un año antes en Oporto, Braga, Guimaraes, Aveiro, Fátima, Lisboa, Sintra... Lo portugués es, hoy en día, emblema de la modernidad y osadía que un día echó al Atlántico a sus navegantes.

A la vuelta para pasar la noche previa al inicio de nuestra segunda ruta jacobea, desde el mirador del parque junto a la iglesia de Santo Domingo observamos el Miño y sus dos riberas, el río y sus distintas orillas, esa corriente fluvial que nos cautivó dos años antes en Portomarín y sus gentes tan similares en el fondo en uno y otro lado. Empapados de aquella Lusitania romana que vierte tantas cosas en el tramo gallego de la calzada XIX, dormirtamos en el albergue Tuihostel con recrecida motivación peregrina.

Éste es distinto al que generó la publicación de 'Peregrino Parkinson'. Quizá más nuestro, desde luego más personal, será lugar de encuentro de pareja para éstos que se prepararán, mientras cruzan Tuy, Orbenlle, Porriño, Mos, Redondela, Arcade, Ponte Sampaio, Pontevedra, San Amaro, Caldás de Reis, Pontecesures, Padrón o Iria Flavia, para el camino de la vida que deparará este próximo otoño el cumplimiento del compromiso que entonces alumbró la experiencia jacobea. Regresamos al Camino. Ultreia et suseia!


Puente Internacional, sobre el río Miño

domingo, 5 de agosto de 2018

Tu camino es mi camino

Cumples hoy 49. Y lo haces con el descaro de quien puede decirlo sin por ello sentir más que orgullo de vencer con vitalismo las señales del tiempo. Los cumples un año más en la ruta jacobea, que es gusto de cambiar las velas en una tarta por las ampollas con las que hoy llegas a la pontevedresa Caldas de Reis.

Es llegados a este punto, del Camino de Santiago pero sobre todo de la ruta de la existencia común bajo el campo de estrellas de tanta alegría compartida, que quiero dejar solemne testimonio de nuestro amor. En el sudor peregrino y en el gozo de las 'estrellagalicia' que nos zumbamos.

Envejeces a mi lado sin que se te note mientras yo engordo de felicidad (y eso sí se nota). Y en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, se cumplirán los planes que estos días alentamos con la convivencia, a ratos verdaderamente extrema, de la ruta que discierne e impulsa.

Por todo lo ocurrido, por lo que aún ha de venir, por lo que estamos construyendo y también por lo que exala de positividad cada momento juntos allá donde se tercie, te regalo la permanente oportunidad de entender cómo te sientes, la sensible capacidad de hacerte ver que tu camino es mi camino.

Felicidades, y que cumplamos muchos más buscando en la vida aquello que merecemos por el mero hecho de no esperar a ver qué nos regala sino salirle siempre al encuentro pese a las dificultades. Felicidades por cumplir, pero sobre todo por hacerlo así, con la mochila cargada de cosas buenas. Te amo!

domingo, 8 de julio de 2018

Buen camino, Peregrino Parkinson!

Querido Peregrino Parkinson, acabas de iniciar este camino para mí aún inaudito y ya te estoy echando de menos. En el hondón profundo de los secretos del alma, tan atrevidos cuando como ahora llegas a manos diversas por la puerta de la confesión, se está notando tu partida.

Y temo... Claro que sí. Llevas en tu mochila lo suficiente para que te valoren en los albergues de tanta estantería ajena? Sales de mis manos pertrechado de bordón firme para que no caigas en la incomprensión? He conseguido dotarte de la justa capacidad de convicción?

Este fin de semana te estarán leyendo buena parte de cuantos, el miércoles, llenaron el Refectorio de los Claustros de Santo Domingo. Bucean en mi herida abierta, sensaciones personalísimas ahora perturbadas por mi propia decisión de salir de mi indeseada zona de confort.

El Camino te sea benigno, buen amigo. Las ampollas no te frenen. No haya agujetas que encuentren en ti debilidades que quiebren nuestra firme vocación testimonial. Vas ya sólo. Fuimos #3enelcamino, pero ni Carmen ni yo te ayudaremos a explicarlo allá a donde llegues.

Mañana lunes sales hacia México, Milán, Arzúa, Palencia, Almendralejo, Tarragona, Córdoba, Valencia... De hecho, incrementan cada día la cola de los envíos lectores interesados desde otros puntos de España. Se te ha quedado pequeña la ruta que te dejara en Jerez o la provincia.

Pero es raro verte partir, Peregrino Parkinson. Es inusual comprobar que escapan mis sentimientos por la rendija abierta en el alma como sólo saben herir las experiencias grandes. Preciso es, sin embargo, ser generoso en el Camino y darse siendo hospitalero cuando toca.

Ahora, cuando ya no está a mi alcance controlar los efectos de lo escrito, no me queda sino encomendarme al Santo Apóstol que, de tal modo, parece cederte su caballo blanco para llegar a tantos puntos en los que encontrar sello para tu credencial. Bon camiño. Ultreia et suseia!



viernes, 8 de junio de 2018

El año que volvió la primavera

Tenemos un problema. Y a veces somos tercos en la incongruencia. Tan capaces de ponernos exquisitos en la defensa del planeta contra los efectos del cambio climático como de agarrarnos a las hojas del rábano de aquello que, sin pensarlo demasiado, nos parece agradable de semejante giro.

Resulta que, de un tiempo a esta parte, el calor nos había permitido, por el arte de birlibirloque de las anomalías aceptadas con cortoplacismo, irnos a la playa en marzo. Y resulta, además, que la memoria se diluye como puñado de arena entre dedos abiertos y conseguimos que nos parezca normal.

A base de esos veranos que, prolongados hasta casi el mes de noviembre, se dan la mano, sin el intermediario otoño, con ese tiempo en el que aquí estamos ya de zambombas nos hemos hecho a la ausencia de esa otra estación que pareciéramos encantados con enterrar para siempre.

Del mismo modo, queremos que en Semana Santa ya luzcamos el colorcito que originan esas tumbadas sesiones bajo el anhelado Lorenzo. Y nos parece lo mejor que, desde el frío, pasemos directamente hasta el tiempo estival de cuya espera este año tanto y tanto estamos hablando todos.

Teníamos también a la primavera casi de corpore in sepulto cuando, esta vez sí, se ha decidido a regresar con sus elementos meteorológicos más característicos. Las nubes y la lluvia nos acompañan hoy y, de hecho, la foto nos enseña cómo están las cosas en plena calle Larga a esta hora en la que escribo.

'Cúchame' tú que me lees: deja que caiga lluvia, deja que el sol tarde lo que deba, deja que cada día tenga su afán más propio, deja que llegue el verano en el que, conviene recordarlo, aún no estamos. Faltan dos semanas para que el ansiado solsticio. Aguanta, que puedes!

lunes, 4 de junio de 2018

Refundación

Si es preciso eliminar todo rastro de duda, la limpieza ha de ser profunda. No se trata de poner en tela de juicio a nadie sobre quien nada haya dicho la Justicia. Pero mucho me temo que la credibilidad de futuro le puede salir cara al Partido Popular.

Mañana martes tiene convocada Mariano Rajoy una reunión del comité ejecutivo nacional de la que ya hay quien espera alguna que otra pista sobre qué se quiere hacer con esta formación que, allá en 1989, nacía heredera de la antigua Alianza Popular.

Una vuelta de tuerca modernizó aquella derecha que, con otras siglas, podía resultar a alguien sospechosa aún de disponer de algún barniz más propio del régimen liquidado a finales de los setenta que de la España que estrenaba Democracia.

Lo que entonces tocó para consolidar una opción necesaria y a la que, seguramente, algunos nombres propios relevantes le resultaban una losa debe volver a ocurrir. Aunque se cometa la injusticia de cortar por lo sano en su refundación.

Ésa parece, aprovechando la oportunidad del pase a la oposición, la operación precisa para ser de nuevo, alguna vez, cuando la alternancia (ya no bipartidista) le reabra las puertas de la Moncloa y las urnas le devuelvan ocasiones de gobierno en España.

Si debe o no cambiar sus siglas y si debe dejar volar la gaviota, o adoptar otros signos identificativos para así evitar recordatorio alguno de las corrupciones que ahora sacan a Rajoy del sillón presidencial, es algo que debe comenzar a reflexionarse este martes.

Lo cierto es que no debe dudarse que se les espera en el escenario de la política nacional, autonómica y local. El suyo es hueco para el que el espectro no dispone en estos momentos de alternativa. Ciudadanos es otra cosa, aunque ahora gane parte de su electorado.





viernes, 1 de junio de 2018

El modelo de Jerez

Nadie se desgarre las vestiduras. Ni por lo que la política nos haya deparado en el pasado, lo que nos esté ofreciendo estos días o aquello que en el futuro tenga para nosotros. Tampoco lo haga nadie por esta modesta opinión que sé siguen muchos desde la evidencia o el soslayo.

Lo cierto es que veo a todo aquél que se arremolina en torno a Pedro Sánchez, que una vez investido no gobernará más que con las garantías de sus 84 diputados, y no puedo evitar ver a aquellos otros que, hace casi tres años, hicieron lo propio en el Ayuntamiento de Jerez.

Me dolía, y como no lo oculté en su día no me desdigo ahora, que una ciudad que por volumen de población requiere una corporación de 27 ediles, se tuviera que apañar con un gobierno de siete que llenaba de incertidumbres. Lo que se haya podido hacer es lo que nos ha traído hasta aquí.

Pues el resultado de la moción que manda a Mariano Rajoy a casa me resulta algo parecido. Y, pese a sus peculiaridades diferenciales evidentes, podríamos concluir que el modelo se impone. Y ahora toca reconocer qué han hecho los que en Jerez invistieron sin gobernar.

Pero la compañía del otro Sánchez (Pedro) es otra cosa. Y dan miedo los intereses con que ciertos apoyos quieran ahora cobrarse los deseos de Moncloa, a la sombra de la corrupción ajena, con que los socialistas cimentan lo que estos dos días ha ocurrido en la Carrera de San Jerónimo.


Por ello, a fuerza de ponerlos todos en los desmanes que la sentencia de la Gürtel pone en evidencia (necesario por supuesto), nos faltan ojos para la Bolsa (que se desploma), la Prima de Riesgo (que se dispara), como aplicar los 'odiados' presupuestos ajenos (impuestos por PNV), la cuestión catalana...

Pero yo, que soy de botella medio llena de un tiempo a esta parte, prefiero comenzar a pensar que quizá esto no se nos vaya a tomar por donde amargan los pepinos, ahora que comenzábamos a salir de la crisis. Quizá no haya que alarmarse... Quizá... De todo se sale. Como en Jerez.

domingo, 6 de mayo de 2018

Capital

Refugiado en casa vivo el luminoso domingo. Eso sí, conectado de algún modo con todo aquello que está sucediendo en esta ciudad capital del motociclismo, capital de las ferias y hasta de los ascensos futbolísticos desde categorías regionales pero celebrados a lo champions (felicidades XDFC!). No puedo hoy con este Jerez tan multidimensionado. Ya me gustaría pero me sobrepasa todo.

Respecto a lo primero, el 11% más de asistentes al Circuito nos permite ver crecer aquello que pareciera estar ya muy crecido. Vamos, capital del motor sí o sí. Lo segundo nos lleva al Hontoria con alardes de capitalidad europea del caballo. Y hasta del desempleo. Pero de todo se va saliendo. En fín... El caso es que, si queremos que nos crean grandes, mejor que empecemos nosotros.

Estos días previos al Gran Premio de Motociclismo hemos venido escuchando una cuña radiofónica municipal que, para saltarse capitalidades enarboladas por otro partido al frente del Ayuntamiento hasta hace tres años, ha acuñado otro mensaje al referirse a la siempre imponente cita de cada primavera con las motos: "Capital del arte, catedral del motor!". Pues vale.

Me llama la atención, sin embargo, cómo puede el argumento, por venir de boca política aunque sólo para pedir inversiones, generar controversia en Cádiz. Ganas tontas de recobrar, desde instancias institucionales más que desde esas calles con encanto de la Tacita de Plata, aquel viejuno encono que ya tiene, allí y aquí, todo el mundo más que superado. Cosas de la política, no hagan más caso.

Salvo cuando hay que arreglar algo en Tráfico o nos vemos obligados a perder todo el día en la vecina ciudad trimilenaria pendientes de trámites burocráticos o similares, qué bien puesta está la capital de la provincia en el casco urbano gaditano. Lástima, eso sí, de algunos representantes políticos que dan la talla pueblerina que uno ya apenas encuentra. Afortunadamente!


lunes, 23 de abril de 2018

Entre lo sublime y lo mundano

Es el Día del Libro. Razón de más para no esperar a terminarlo y mostraros ya el que ahora nos traemos entre manos. Vuelve Saramago a complacernos. Y lo hace con un delicioso entretenimiento sobre la historia del XVIII en ese país maravilloso que al autor ofrece todo un catálogo de las grandezas y pequeñeces del género humano.

Tuvo Portugal un rey al que la riqueza de sus colonias, tan mal repartidas que a Juan V le pesaba el bolsillo tanto como su creciente megalomanía pese al hambre ajena, le condujeron a dotarse de su propio Versalles en Mafra. Y se novela aquí con una extraordinaria mezcla de realismo y gracia, de mundanidad y prosapia regia.

Pero Saramago subraya más, como parte sustancial de la parodia de semejante grandilocuencia, la intención de hacer convento para 300 frailes en aquel conjunto arquitectónico que la de crearse el palacio pretendido. Y la historia funciona porque uno reencuentra al país que conoció y también la historia que una vez aprendió.

Érase también la gente que lo construyó ilustrando tales situaciones que, descritas como sabe el autor, a cada párrafo corresponderá un mínimo de una sonrisa, cuando no una carcajada. Así, érase una vez el soldado manco Sietesoles y su mujer Blimunda, cuyos poderes ocultos desocultan las entrañas de todo el que pasa ante ella.

Y érase el cura que quería volar y murió loco. Y la famosa passarola confundida con el mismísimo Espíritu Santo mientras protagonizaba su única estampa en el firmamento. Y un músico con su clavicordio. Y aquellas calles de la Lisboa receptora, por el estuario del Tajo, de las gracias coloniales. Y lo mismo beatas que buscavidas.

Todo esto, leído además en pareja, reporta viva voz la excelencia de un gozo incomparable que jamás entenderán quienes, por no atreverse a entregarse a la lectura, seguirán buscando quizá sin éxito en otras actividades sin tal fuste ni la capacidad de evasión de páginas como éstas. Feliz Día del Libro. Atrévete, no te arrepentirás.

domingo, 1 de abril de 2018

Piedra corrida, sudario en el suelo

Huyendo de tinieblas vengo siendo eterno converso. Por ello, esta noche de piedra corrida y sudario por el suelo, quiero hacer de mi palabra el lucernario que achique sombras que aún quedaran.

Y, al precio de la prosa reflexiva, naveguen las verdades del naufragio. No haya rastro alguno que señale las marcas del salitre y la marea, elegías certeras del cruento combate de la edad.

Las llamas crepiten la derrota, en el cubo de cinc de tal reducto, de las tablas que incandescen la memoria de los clavos y martillos que violaron la limpia nobleza del madero que esta noche arde.

Albricias de una gloria que adolece de pasiones que dobleguen sin demora creyéndose caminos que a otro tocan y que osan calibrar sin calzarse botas de la talla de aquél a quien invocan.

Pero el que resucita tapa bocas sin altanería farisea. El que alza su planta del sepulcro silencia la patraña y la falacia. Quien abandona la muerte goza y da gozo al inerte del alma que clama vida eterna.

jueves, 29 de marzo de 2018

Pasen los negros nubarrones

Que el Altísimo nos cubrirá con su sombra, parafraseo desde los evangelios, es la mejor interpretación para los negros nubarrones que asoman en la aplicación de mi móvil para esta inmediata madrugada.

Con la fe de la que afortunadamente dispongo y la actitud de espíritu con la que llego a esta Semana Santa, lo primero es algo innegable. Lo segundo, por contra, es algo que todos esperamos no ocurra. Sea lo que Dios quiera.

Pero los riesgos no son malos. Ponen en guardia. Los que apuntan lluvia, por ejemplo, nos hacen prevenidos. Ya se bromea, o quizá no lo sea, con que según qué cofradía habitualmente medrosa tuviera decidido no salir.

Advertir riesgo es siempre causa del training necesario para ser mejores en aquello sobre lo que seamos llamados a prestar mayor atención. Y me preparo para revestir el alma del hábito de la templanza y el compromiso.

Que los negros nubarrones pasen de largo y se nos permita transitar por la vida con el ánimo de esa felicidad compartida que nos lleve hasta el cielo prometido, aquél que tú y yo soñamos un día y construimos a diario.

sábado, 24 de marzo de 2018

Sujétame

Hay manos que empujan al vacío y otras que se apresuran a agarrar a quien zozobra. Manos que se elevan presumiendo méritos o que bajan sutiles a lugares más discretos. Unas que aplauden victoriosas y otras que apenas pueden tapar ojos llenos de lágrimas.

La misma Virgen enseña la mano izquierda sujetando la sábana de la mortaja cuando, realmente, es ésta otra la que de verdad sujeta con la firmeza necesaria el cuerpo muerto de Cristo. Pero la imprescindible apenas asoma su eficacia, sus arrestos.

Como la vida misma, el Domingo de Ramos pone ante nuestros ojos una enseñanza sustancial con la que afrontar los conflictos que la existencia nos presenta: la virtud que se enseña complacido es, quizá, la menos benigna. Atento al apoyo discreto pero veraz.

A unas horas de vestir la túnica nazarena medito ante la foto. No es más que un detalle que llama mi atención ahora más que en pleno encuentro con Ella este Viernes de Dolores. Pero lo cierto es que nunca es tarde para fijar objetivos y admitir certezas.

Sujétame, Señora, como a Él. Agarra todas mis debilidades. No dejes que caiga en el vacío. Delega en quien ya sabes, que sus manos son tan mías... Permíteme sentir seguro, ahora y en la hora de seguir adelante en la procesión de la vida. Amén.

lunes, 19 de marzo de 2018

Hace tiempo

Hace tiempo que no me siento contigo en aquella playa en la que la marea era amable, sobria pero apacible. Allá donde las reflexiones fueron alguna vez serenas, sensatas y sanamente comprometidas.

Hace tiempo... sí. Y es tiempo que no arde en el ardid de una fuga hacia adelante, de ésas con las que llegaramos a creer que las cosas tomaron el rumbo de un adiós irrevocable. No arde, es ignífugo, como el amor verdadero.

Hace tiempo, y tiempo es lo que faltó en su día para hacerme entender entre un laboreo incesante que también entendí que era estar contigo. Nadie lo hacía. Yo debía hacerlo. Aunque me separara de ti y tus quehaceres.

Hace tiempo que la hora de la espera de un conato de verdad fuera respuesta al vacío inmenso que dejan tus silencios. O los míos. O los de todos cuantos sabemos que esto no conduce a ninguna parte, que la vida sigue.

Hace tiempo que el tiempo no importa. Que las cosas que no quisiste escuchar siguen bramando sinceridad. Que lo ignorado no esclarece entuertos del sentimiento. Que lo que había de pasar no depende de porqués.

Hace tiempo. Sí que hace tiempo que debí, debiste, debió, debimos, debisteis y debieron. Sujetos es lo que sobra para las acciones que nunca llegaron. Y lo que importa y se aplaza ad eternum es lo que quema en el alma.

Hace tiempo que el padre que tuve, y que tengo, calma. Que el padre que fui, y que soy, clama. Que el padre que serás, y cuya condición no calculas, calla mientras sigo sentando mis ganas de vivir sobre la arena.

Hace tiempo de un tiempo para la conciencia sobre un tú y yo que no sobra, sobre un yo y tú que nos falta, sobre un ellos que nos resbale por las enaguas de la turbidez y la bruma. Hace tiempo. Mucho tiempo.

sábado, 17 de marzo de 2018

Prisión permanente revisada

No debo comenzar a escribir con un "no encuentro palabras". Es declaración de incapacidad improcedente cuando sólo me impulsa, de un tiempo a esta parte, la necesidad de comunicar convicciones claras.

Pero sigo sin localizar el verbo adecuado tras el debate parlamentario para la derogación de la prisión permanente revisable. Pese a que entiendo la actitud de personas de compromiso firme con la reinserción.

Tengo amigos que trabajan más allá de las rejas como responsables o colaboradores de la Pastoral Penitenciaria. Y la esperanza preside esa labor que, de otro modo, no tendría sentido. Estoy convencido de ello.

Pero lo revisable debiera ser garantía de análisis sensato y, por ello, causa objetiva de consideraciones optimistas para todos: los reclusos, los que creen en la conversión y quienes en la calle temieran reincidencias.

Por lo demás, no utilizaré el nombre de ese ángel tocayo mío almeriense ni tampoco el de otras tantas víctimas de lo más descarnado y ruín del género humano. Que mi conmoción no me lleve a ello, por Dios.

Pero tampoco me callaré ante quienes, desde atril parlamentario y en representación de los ciudadanos, puedan llegar a ser tan grandes hijos de puta. Con el debido respeto para las señoras que se dedican a ello.

martes, 13 de marzo de 2018

Al día siguiente no murió nadie

Saramago reafirma mi talante descuidado ante el final de la vida. Convertir su acción, o esa hipótesis de inacción absurda e intermitente, en un juego casi simpático, de los que hacen pensar en el óbito con más curiosidad que miedo, subraya lo que desde hace tiempo reflexiono al respecto.

Pudiera parecer el desparpajo provocador en el que uno ha caído desde cierta actitud adoptada ante la vida de un tiempo a esta parte. Pero no lo crea el lector que gusta de escudriñar en mis entrelíneas. Lo cierto es que hace tiempo que pienso en el deceso propio sin estremecimientos ni recelos.

Tampoco caiga en el error de interpretar fatalismo alguno en mis palabras. Nunca más lejos de la realidad, sobre todo cuando uno alcanza la serenidad de semejante madurez tan llena de sobresalientes efectos terapéuticos. Y lo pasado, pasado. Pesimismo al hoyo y el vivo al bollo.

Ha sido leer 'Las intermitencias de la muerte' y encontrar mi talante en el espejo que deja, negro sobre blanco, el prohombre de las letras lusas. Juguetea con actitudes tradicionales que han de sobreponerse a la sorpresa de una muerte que dejara de matar inesperadamente.

En un país sin nombre ocurre lo nunca visto: la muerte suspende su trabajo letal, la gente deja de morir. Y entonces la euforia por las consecuencias. E, inmediatamente después, la desesperación y el caos, las conciencias corrompidas y la mafia. Y ello también por sus consecuencias.

Convencidos que vejez o enfermedad eternas no son causa de alegría, sonreímos para sorpresa propia por la vuelta al tajo de la afilada guadaña y su operaria. En el otoño de su vida, maneja el autor sus emociones y parece preparar su marcha cinco años después de escribir esta novela.

sábado, 10 de marzo de 2018

Sólo es agua

Félix pugna con Emma. Y a fuerza de no querer ser menos que su antecesora, que ya me procuró un par de mojadas en la moto esta semana, llegó poniéndome 'pipando', que dice el castizo, nada más asomar ayer.

La mañana de este sabadito de pijama, escritura y cristal chorreando los efectos de la borrasca me tiene, sin embargo, complacido contemplando su asedio desde el burladero cómodo del solaz.

Sólo un grupo de profesionales en whasapp así como fotos y vídeos llenando muros en redes me sacan del calor de hogar para apuntarme situaciones y tenerme advertido de presumibles consecuencias.

Pero ya desde mi madriguera me tiene rumiando la primera de ellas: sólo es agua. No ninguneo pero sí mecanizo ese mantra que, bajo la manta de agua, necesito repetir en la moto para cultivar el aguante.

No llegará el agua a río, he creído. Pero eso ha sido hasta que he visto esta foto de Larga y algún vídeo de Villamarta. Lástima que no se lleve también ciertos humores con más efectividad que el propio asueto que disfruto.

La ciudad apura la colilla del baile inhalando las fragancias del Festival de Jerez y soñando bulerías que compensen tanta soleá en la calle. Y yo mi necesaria desconexión al son de estas palmas de nubes y viento.