La caída del 'caballo' me dejó varado para algo. No me costó averiguarlo, pero tardé algo en fijar su fundamento exacto. Me reconfortaba, sin embargo, saber que aquello iba a iluminar, seguro, el camino provechoso al que asisto.
Y es ahora, tres meses y pico después del siniestro y ocho o nueve más tarde de otras cosas, cuando este silencio del Sábado Santo me honra con la dicha ansiada. La Semana Santa ha sido prodigiosa, muy esclarecedora.
A la espera de la Resurrección, ésta es mucho más que una conmemoración anual. Es salvación real y directa, la gracia de una bendición que permea de continuo en mi enriquecida espiritualidad como el agua que cae ahora.
Sólo me siento capaz de romper mi silencio de este Sábado Santo para dejar por escrito mi eterna gratitud por todo lo ocurrido. Y lo hago mientras La 2 me recuerda la epopeya de Egeria, aquella viajera hispanorromana del siglo IV.
Su peregrinación sentó cátedra para el futuro de este tipo de viajes espirituales. El mío en curso no puede permitirse kilómetro de desplazamiento alguno. Pero me está llevando tan lejos o más. Semper itinere. Semper tecum.
Cristo vive. La piedra está corrida. Resucitar con Él es mucho más que lo presuntuosas que, tras leerme, puedas encontrar mis palabras. Nada más apartado de la realidad. Humilde y sincero me confieso: es ahora cuando vivo.