viernes, 10 de abril de 2009

A lomos del sobrio fervor carmelitano


Longinos regresó. Aquél jinete del caballo tordo de Barbero, el de nuestra infancia y juventud, de porte más jerezano que el de Ramos Corona ayer sustituido, cabalgó a lo largo de la tarde y noche del Jueves Santo. Y lo hizo como gesto de la actual junta de gobierno y para satisfacer el gusto de aquellos que no se sentían identificados con el équido nuevo. Un detalle. Pero también una vuelta a una imagen en el recuerdo. Ése también es logro de cada Semana Santa que, al menos en lo emocional, propone siempre la evocación de estampas e instantes que nuestro corazón de niño se quedaron para siempre.
La Hermandad de la Sagrada Lanzada recorrió su itinerario dejando poso de admiración en las aceras porque no es fácil tener y mantener cuanto los cofrades carmelitanos atesoran. Y, además, porque la impronta general -ésa que no tiene porqué conseguir el patrimonio material- advertía de algo grande, aquello a lo que -fuera lo que fuera- tan sobrio como elegante cortejo de nazarenos revestidos de marrón antecedía. El hábito nazareno -cola, cinturón de cuero, escapulario y sandalias- es mucho en la cofradía. Ayer pudo corroborarse que el estreno de hace un año fue importante en la imagen de un nuevo Jueves Santo.
Otra cosa será lo que dé de sí el paso atrás en la concepción del conjunto del misterio. Recuperar imágenes del pasado no siempre es garantía de éxito. La supresión de las imágenes de Ramos Corona -el nuevo Longinos con su caballo diferente y las Marías- frena un intenta y guarece algún empeño nuevo aún por descubrir. Compás de espera, pues, a las plantas de la imagen bendita del Santísimo Cristo de la Lanzada quien, con la herida abierta de su costado vio cambiar al autor de la afrenta sobre el precioso canasto barroco de Guzmán Bejarano. Sobre su tapa, clavel rojo por por tapiz, la escena cobró movimiento.
Y los incomparables sones que aportaba, un año más, la Unión Musical Astigitana se convirtieron en base extraordinaria, pese al poco tiempo que lleva el paso de la Lanzada con marchas tras su paso. Escuchar la composición 'Cristo de Lanzada', obra de Márquez Galindo que no son pocos los que la consideramos una de las mejores piezas procesionales concebidas para la Semana Santa de Jerez, es siempre una delicia. Pero disfrutarla tras el conjunto que la inspira, una vez recién abandonada la vocación de cofradía de silencio que mantenía, es algo prodigioso.
Aún hay quien no se acostumbra a ver una banda completa de música tras un paso de misterio. Todas y cada una de las marchas que interpretó la formación de Écija ofrecieron el mismo gusto musical y exigencia de repertorio a la que nos tienen acostumbrados las hermandades jerezanas que alguna vez la llevaron tras sus pasos -en su día la Vera-Cruz y, desde hace tres años, el Consuelo, tras el que ya la vimos el día anterior-. Y no es casualidad que semejante nivel de selección en las cofradías afectadas coincida con una banda tan capaz de dar respuesta a esas cotas de calidad. Excepcional sonido brindaron también sus músicos anoche.
El estreno de Tete Atalaya al llamador del paso también llamó la atención del mucho público que las calles de Jerez contemplaron este Jueves Santo. Y tampoco las obras de Jesús Rosado aportadas este año a la Hermandad de la Sagrada Lanzada, el guión corporativo y los paños de las bocinas, decepcionaron, todo lo contrario.
(La Voz, Viernes Santo, 10-04-09)

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