domingo, 12 de abril de 2009

Llagas aliviadas bajo el refulgente hábito blanco


El Silencio blanco de siempre fue la cofradía que llenó de refulgencias luminosas la madrugada de Viernes Santo. Tan tradicional que apenas si se permitió novedad alguna. De puntillas, pues, como fue un año más su tránsito por las calles de su recorrido, pasó por Jerez. Pero, semejante procesionar, no pasó inadvertido por ello en la noche de los acallamientos generales. Sería por tratarse de la claridad enmedio de los negros presagios de una hermandad que siempre pone Esperanza junto al Señor de la Vía-Crucis.
El verde bajo los pies del Divino Nazareno Franciscano, como gustan muchos hermanos de conocer al Señor con la cruz a cuestas, no dejó de ser un signo de es maridaje. Éste año el firme sobre el que la imagen paseó esa estampa que le otorgaron las gubias de Chaveli ha sido de césped artificial. Nada, en cualquier caso, que notaran especialmente las personas que le salieron al paso a lo largo de su trayecto de ida a la Catedral o regreso a la iglesia conventual de San Francisco. Y, en cambio, sus ventajas tendría.
El paso que realizara José Ovando pudo hacer su última salida antes de ir a restauración. Sobre este canasto barroco apareció la imagen de Jesús de la Vía-Crucis revestido de su túnica con bordados de estilo persa que hiciera Carrasquilla. Levantado, abrazando la cruz gallardamente y mostrando su extraordinaria belleza ofreció la unción con la que expresa el fondo devocional que sustenta su presencia entre los jerezanos. Ramón Chaveli contó con la inspiración suficiente para dejar esta joya en Jerez
La cofradía seráfica volvió a ser propuesta sugerente, penitencia cabal y espléndida referencia de vocación trascendente camino de la Catedral. La junta de Francisco Barra cumplió el propósito de poner en la calle una corporación de reminiscencias clásicas que, como augurio de resurrección, fue luz en la noche jerezana. Su más clásico marco de Esteve u Honda la hicieron evocadora -de noches como la famosa de la niebla hace unas décadas- y el tránsito posterior por Bizcocheros y Antona de Dios emblema cofradiero.
Enmedio de la amanecida del Viernes Santo recibiría San Francisco a su cofradía. Para entonces la cera de los nazarenos ya estaba chorreada, como símbolo del desgaste provocado en los hermanos de las Cinco Llagas por una penitencia que, como buena piedra de molina, molturaría con sufrimiento pero sacaría fruto a los participantes en la estación de penitencia. (La Voz, Domingo de Resurrección, 12-04-09)

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