Tanto la edad que uno ya tiene, y que año tras año va haciendo que se pierdan las ilusiones juveniles, como que es innegable la falta de cumplimiento de cuantas expectativas pusimos un día en una Andalucía autónoma, para desmemoria de políticos y hastío de ciudadanos con demasiada memoria. Ambos ingredientes de ese cóctel actual que lleva por nombre 'desencanto' son indicadores imprescindibles en los que verificar que el 28 de febrero apenas significa nada.
Veintinueve años después de que fuera constituida la Comunidad Autónoma Andaluza no encuentro validación convincente de aquellos empeños bienintencionados ni en la existencia de una autogestión que, de verdad, nos hayan conducido a mucho ni en un progreso que nos haya sacado, de verdad, del vagón de cola en el que hemos quedado estancados y espero que no para siempre ni en un horizonte que dibuje, desgraciadamente, mejores trazas de cara al futuro.
Que para este viaje, quizá, no nos hicieron falta semejantes alforjas es una afirmación que se convierte en tentadora propuesta para las pancartas que, hoy, festejen aquello que sólo crédulos e irreflexivos pueden considerar celebrable. Pero como, además, ni siquiera habrá tracas que manifiesten alegría alguna en la llegada de un nuevo aniversario de aquel 28-F de 1980 todo puede encontrar, y será lo mejor, ese silencio conmemorativo que es el mejor cómplice del despropósito en el que convertimos aquellas ilusiones andalucistas.
Si Blas Infante levantara la cabeza y contemplara las cifras del paro en nuestra tierra o el caos que es el Servicio Andaluz de Salud o el desbarajuste de una educación sin norte o la desvertebración de una región en la que, en el fondo, tienen tan poco que ver como entonces Almería y Sevilla... Si el padre de la que llaman patria andaluza comprobara el destino de aquel camino iniciado entonces y lo que hicieron de ella los Borbolla y los Rojas Marcos, los Chaves y los Pacheco, los Zarrías y los Arenas, los Arredonda y los Valderas y los Puche... Los que tuvieron el poder del Gobierno, de forma cansinamente ininterrumpida por cierto, lo llevan peor en ese balance. Pero tampoco aprueban, para mi gusto, los que en la oposición se las vieron con un papel que no supieron acometer. Y tampoco se quedan cortos quienes, considerándose legítimos herederos del andalucismo de siglas, no hicieron sino pelearse entre ellos para encabezar ese partido tercerón y aún capaz de parir otras formaciones que lo dividieron y subdividieron lastimosamente.
Y, con todo, sea Andalucía libre por España y la Humanidad. Sólo falta que los políticos lo sean también por y para una tierra que ya está hasta el gorro de una descentralización que jamás, y cumpliremos pronto tres décadas de aquello, trajo nada que, verdaderamente, mereciera la pena. Feliz Día de Andalucía para todos aquellos que siguen creyendo en esto. Y más aún para los que hace tiempo que dejaron de tener puestas sus esperanzas en semejante empeño y que, por supuesto, tienen el mismo derecho a gozar de esa felicidad.
Veintinueve años después de que fuera constituida la Comunidad Autónoma Andaluza no encuentro validación convincente de aquellos empeños bienintencionados ni en la existencia de una autogestión que, de verdad, nos hayan conducido a mucho ni en un progreso que nos haya sacado, de verdad, del vagón de cola en el que hemos quedado estancados y espero que no para siempre ni en un horizonte que dibuje, desgraciadamente, mejores trazas de cara al futuro.
Que para este viaje, quizá, no nos hicieron falta semejantes alforjas es una afirmación que se convierte en tentadora propuesta para las pancartas que, hoy, festejen aquello que sólo crédulos e irreflexivos pueden considerar celebrable. Pero como, además, ni siquiera habrá tracas que manifiesten alegría alguna en la llegada de un nuevo aniversario de aquel 28-F de 1980 todo puede encontrar, y será lo mejor, ese silencio conmemorativo que es el mejor cómplice del despropósito en el que convertimos aquellas ilusiones andalucistas.
Si Blas Infante levantara la cabeza y contemplara las cifras del paro en nuestra tierra o el caos que es el Servicio Andaluz de Salud o el desbarajuste de una educación sin norte o la desvertebración de una región en la que, en el fondo, tienen tan poco que ver como entonces Almería y Sevilla... Si el padre de la que llaman patria andaluza comprobara el destino de aquel camino iniciado entonces y lo que hicieron de ella los Borbolla y los Rojas Marcos, los Chaves y los Pacheco, los Zarrías y los Arenas, los Arredonda y los Valderas y los Puche... Los que tuvieron el poder del Gobierno, de forma cansinamente ininterrumpida por cierto, lo llevan peor en ese balance. Pero tampoco aprueban, para mi gusto, los que en la oposición se las vieron con un papel que no supieron acometer. Y tampoco se quedan cortos quienes, considerándose legítimos herederos del andalucismo de siglas, no hicieron sino pelearse entre ellos para encabezar ese partido tercerón y aún capaz de parir otras formaciones que lo dividieron y subdividieron lastimosamente.
Y, con todo, sea Andalucía libre por España y la Humanidad. Sólo falta que los políticos lo sean también por y para una tierra que ya está hasta el gorro de una descentralización que jamás, y cumpliremos pronto tres décadas de aquello, trajo nada que, verdaderamente, mereciera la pena. Feliz Día de Andalucía para todos aquellos que siguen creyendo en esto. Y más aún para los que hace tiempo que dejaron de tener puestas sus esperanzas en semejante empeño y que, por supuesto, tienen el mismo derecho a gozar de esa felicidad.