Lo cierto es que, cuando escucho a un político, se me cubre la credulidad de antaño de un velo áspero y tupido que rasca, lo sé, pero previene. Pobre de él/ella. Eso me digo a veces.
Unos son más creíbles. Otros pueden contar con cierto afecto por mi parte. Y los hay que me parecen detestables desde mi limitado criterio. Todos son lo mejor que pueden.
Y he de asegurar que ponerme ahora con ello no es, palabra de Gaby, más que sumar mis propios desatinos a aquellos que escucho estos días junto a no pocos aciertos.
¿Se cree eso que está afirmando ahora? Me pregunto. ¿Cree que aquello que está prometiendo convence más allá de ese círculo cercano que sonríe, asiente o incluso aplaude?
He visto grandes triunfos, enormes batacazos, vidas fundidas en empeños pequeñitos convertidos en repechos irremediablemente expuestos. Y también quien supo quedarse.
Los miro con más compresión de la que parezcan destilar estas palabras. Los escucho convencido de mi propio pensamiento al respecto. Los contemplo con cachaza.
Pero son necesarios. Cuando dicen que la Democracia sólo es el menos malo de los sistemas se olvida añadir que ellos y ellas también han de ser aceptados tal como llegan.
Sea lo que sea aquello que las urnas hayan dicho al llegar la noche del 28M, seguirán ahí. Y, en lo personal, no son necesariamente mejores los ganadores que los perdedores.
A todos aliento ahora. Palmadas en la espalda por docquier. Pero a ninguno arriendo las ganancias. Ni siquiera a los que esa noche digan más justificadamente: "Hemos ganado".