Amanecer en Benidorm, desayunar en la también alicantina Elche, estirar las piernas en la murciana Puerto Lumbreras y la almeriense Vélez Rubio, almorzar en la granadina Baza y merendar en la malagueña Campillos hizo que la llegada anoche a Jerez, tan frito de papeles a esas alturas del desplazamiento previsto, me impidiera que disfrutaras, querido amigo, del post de hoy viernes colgado como suelo apenas en los primeros minutos de la jornada que se pone en marcha recién cruzado el umbral de la medianoche.
Ya tuve escapada cultural cuando el décimo aniversario de la declaración de Patrimonio de la Humanidad nos llevó hace un mes a Úbeda y Baeza. Así que faltaba la locura que significa ir con familia numerosa a completar el recorrido por los parques temáticos del país. Y sólo faltaba, en efecto, Terra Mítica. Es un turismo de puro ocio, de diversión al aparatoso estilo físico que las circunstancias requieren. Y, claro está, la vuelta no deja luego lugar más que para la recuperación. Otros males ya tuvieron allí su mejor terapia.
La liberación que las vacaciones aportan encuentran, en marcos como ése y entre los tuyos, extrañas maneras que, sin embargo, conducen eficazmente a la desintoxicación del estrés que el duro año laboral ha generado. Vaya un ejemplo: subes a la más cruda de las atracciones que puedas imaginar, te atan y reatan evidenciando que si no lo hicieran caerías al vacío de modo inmisericorde y comienzan a sacudirte con movimientos incalificables, loopings imposibles y vueltas cabeza abajo que -oh milagro!- causan efectos benéficos.
Son las cosas que, hacer lo que no se te ocurriría a lo largo del curso (como a mí en esta foto, aunque no se me reconozca), se generan para confirmar que lo que necesitamos es que nos cambien el plan de vida. Al menos unos días al año. Ya de vuelta, uno entiende que regresados a lo cotidiano toca recuperar, del modo que tengamos a nuestra mano, la sensación del vértigo de lo aparentemente imposible cuando la rutina vuelva a abrumar. Y, por supuesto, dar gracias a Dios por permitir experiencias semejantes.
Amaral – Montaña Rusa
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