La Policía Nacional anunció ayer la detención de dos personas pilladas en el laborioso ejercicio de llevarse el dinero ajeno de un cajero de Cádiz. La estrategia de marras es un alarde de ingenio que, con todo, parece no solo cada vez más perseguido sino más fácil de descubrir. O al menos eso quiero pensar pese a que son ese tipo de prácticas que me hacen cada vez más temeroso al acercarme al banco.
Unos billetes, una tijera pequeña, un instrumento metálico en forma de pinza y otros objetos han sido el fruto del cacheo de los dos rumanos puestos a disposición judicial. El caso es que, por medio del denominado lazo libanés, el dispositivo colocado dentro de la ranura del cajero automático captura la tarjeta cuando es introducida por el legítimo usuario, que no podrá sacar dinero ni recuperarla.
Luego puede aparecer un hipotético cliente del banco a la espera de que termines la operación y tal vez dispuesto a ayudarte al verte en el atolladero. Pedirte que teclees para ver si se puede completar la operación que pretendes será, si caes en la trampa, un modo como otro cualquiera de desplumarte conocedor ya de la clave. Él sabrá luego, cuando te haya resultado imposible, recuperar en tu ausencia la tarjeta y perpetrar el robo.
Admíteme unos consejillos: cubre el teclado cuando teclees la clave secreta, impide ayudas de desconocidos, no introduzcas tu tarjeta en el cajero si observas algún elemento extraño en él, cambia la contraseña con frecuencia y si queda retenida corre para ponerte en contacto con tu banco. Si el problema es la precariedad de la cantidad disponible en tu cuenta no tengo mucho que decirte, salvo el manido 'mal de muchos...'
Searching for Reason – Mal De Muchos, Consuelo De Tontos
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