No son las fechas aquellas septembrinas en las que hace más de treinta años ya andaba yo, tijeras en ristre, entre los liños de La Concha ni ahora hay apenas jóvenes ajenos al campo ganando un dinerillo extra en aquellas tareas de vendimia. Algunos ya quisieran. De hecho, entre la menor producción de uva y la mecanización creciente en las viñas, todo se acaba en un plis plas. La semana que hoy comienza parece, de hecho, la última de esta campaña.
El viejo grito del manijero, conocedor pese a todo de las diferencias entre los jornaleros sanluqueños o lebrijanos de entonces y los jovencillos hijos de empleados de las bodegas integrados en esas cuadrillas, nos ponía firmes a todos por igual. La distinción, si la había, quedaba en los picotazos en las manos que menudeaban mucho más entre los más faltos de destreza o en el desfonde físico que sufríamos junto a ellos pese a la juventud.
Todo ha cambiado y no diría yo que para peor si la situación del sector no fuera de lamentable pérdida de su liderazgo en la economía local jerezana y en la de otras poblaciones del Marco. La elaboración de vino ya no crea empleo, aunque nada realmente lo hace. Ello le ha hecho perder relevancia y que, consecuentemente, la fiesta que fue la vendimia siempre se escape ahora inadvertidamente a la generalidad de la ciudad. Una lástima.
Así, si ahora ya vamos camino de concluir una nueva vendimia y casi ni nos hemos enterado es porque nos importan unas narices aquello que fue durante siglos un pilar de nuestras vidas. Ahora tiene lugar en agosto, dura mucho menos tiempo, es patrimonio de las máquinas y se corta por la noche. Tempus fugit. La evolución nos trae cosas nuevas y la involución nos lleva a malvivir sin otras. Nada que objetar. Salvo nuestro desapego a aquello que nos caracterizó.
Acetre – Vendimia
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