La caja de titanio ha quedado alojada en algún lugar bajo la clavícula. El dispositivo de su interior ya lanza impulsos vitalizantes, a través de los cables insertados por el interior de la vena cava superior, al setentón corazón de Pepe. Casi no se cree que alguien que tanto vigor ha desplegado siempre como mi suegro, proactivo mayor que nunca ha querido parecerlo, haya visto descender peligrosamente su ritmo cardíaco de ese modo.
Pero, si Dios así lo quiere, ya está todo felizmente arreglado. Ojalá fuera tan fácil generar similares estímulos permanentes y garantes de buen funcionamiento para todo aquello que se nos viene abajo en medio de la impotencia de quienes sufren las consecuencias. Qué bien le vendría un marcapasos a la economía española, por ejemplo, cuando el Fondo Monetario Internacional ya alarga su previsión de crisis hasta 2018.
Yo, que hubiera jurado que en verano del 14 todo tendrá otro color mejor, me sigo aferrando a la teoría de los siete años. La numerología, quizá pendiente de poner coto a males que ya pasan de castaño oscuro, señala en esa cifra una necesaria convicción de cambio de ciclo. Ahora, tras predicciones como la del FMI, uno siente la perentoria urgencia de acelerar la recuperación, que se cree riqueza y brote el empleo estable necesario.
Pepe, mi suegro, va ya como una moto. Afortunadamente. Y si Rajoy desde su gobierno del país y Merkel como jerarca europea y Rubalcaba desde una posición al frente de una oposición que fuera colaboracionista ante la gravedad del momento que vivimos y el empresariado desde su aportación... no fueran capaces finalmente de hacer lo propio con la situación económica voy a tener que ir pensando en tecnología cardiológica.
Corazón es, al fin y al cabo, lo que, entre otras cosas, hay que poner si se quiere salir finalmente del hoyo.
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