Cuando nada parece ser lo que es es cuando, seguramente, más cerca estaremos de lo que siempre fuimos. Creedme. Atrás quedaron aquellos baños históricos del 18 de julio (cuando se recibía la paga) y los días de Santiago y el de la Asunción con los que nuestros padres ponían de modo puntual una pica sobre la arena.
Ya para la última de estas fechas se había agotado aquella percepción extra que, conmemorara lo que conmemorara, para todos era el respiro necesario para coger la sandía bajo el brazo y el 'comes' o la 'emilita' y encontrarnos con la playa. Exceptuaremos, claro está, a los bienventurados comprovincianos costeros, que tan cerca la tienen.
Hoy es uno de esos domingos veraniegos que evocan otros tiempos. Pese a que las costumbres hayan cambiado, a que ya no se busca tanto el agua del mar como los rayos del sol, a que el ipad o el android o la tableta o qué sé yo haya sustituido al radiocassette de toda la vida. Y la presencia en Rota, tan menudeada a lo largo del estío, cobra la mayor de sus dimensiones.
La acupuntura sufrida por la arena a diario encuentra el séptimo de la semana sesión intensiva y las sombrillas terminan dejando señalada en el suelo la verdad de una jornada en la que aprovechar, como unos descosidos, como siempre, una jornada a la que exprimir. Luego llegará la carretera, echada la noche incluso, para que todos nos amontonemos sobre el asfalto de vuelta.
Que el regalito musical con el que hoy aparezco en mi blog ayude al espíritu pretendido. Tiempo de asueto que pese a sus molestias siempre se disfruta como Dios manda, el verano sigue encontrando en el domingo la referencia para muchos. Si me lee en la playa le pido dos cosas: que disculpe mi costumbrismo literario de hoy y que mire a su alrededor. Me dará la razón.
La Oreja de Van Gogh – La Playa
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