sábado, 3 de agosto de 2013
Paciendo en mis pastos preferidos
Acabo de hacer el apasionante periplo trashumante de un buen puñado de meses. Y lo he hecho en solo unos minutos. Mil y pico de ovejas pirenaicas han ido buscando el pasto allá donde desde hace siglos se lo han venido proporcionado las vías pecuarias habituales. He conocido cómo acompañarlas en función de qué tipo de alimento les ofrezca la tierra en cada momento, he pasado la noche al raso tal y como veía hacerlo a un simpático tipo de Castejón del Sos risueño y feliz por aquello a lo que se dedica, he visto a una cuadrilla de polacos esquilar a todo el rebaño con destreza asombrosa. He cambiado de vida en un plis plas, aunque sólo por un instante.
La tele, ésa que promete cutres 'salvaciones', también brinda estas posibilidades. Y, ahora que puedo disponer de algún tiempo más que durante el resto del año para chequear lo que la caja tonta tiene para los consumidores de su producto, no dejo de pensar también en el de mi literatura de andar por casa. Ésta que me demanda el espíritu para, porque me ayuda a evadirme de las crudezas del mundo y me estimula en la creación per se, sin mayor intención, sin generarme salario alguno, me coloca en medio de la blogosfera con ánimo de hacer algo propio, interesante porque me sale del alma y no porque quede pendiente de la aprobación de los demás.
Y al concluir el documental me echo a degustar los libres pastos de mi escritura. Dispuesto a juntar letras porque sí. Y a no doblegarme a encargos. Menos aún a exigencias. Es mi espacio. Es mi regocijo. Es mi 'prado'. Es bueno condescender a veces. Pero lo es más evidenciar, pese a lo que deba pesar, que el coto que me permite solazar el espíritu no tiene ningún otro objetivo superior. Y así lo viví en estos momentos, 'sabadeando' la mañana. Si a lo largo del año instante similar de esta jornada semanal puede permitir algún solaz parecido, las vacaciones terminan confundiendo días y horas. Toda una bendición difícil de igualar con casi nada.
Qué sea lo que esté pasando en Jerez durante estos días me importa lo justo en estos instantes. Me da pudor decirlo, pero es así. Es cierto. Prometo firmemente que nada me va a impedir reconocer que en esta sensación de disfrute reside el valor de las vacaciones sentidas con la mayor disposición a la reconstrucción de aquello que el año ha desgastado. El pastor aragonés del documental me ha convencido de una verdad de impresionante valor: pacer no es perder el tiempo. Y a ello me dedico con espléndida aplicación. Incluso cuando de escribir se trata. Que qué es lo que quería contar con esta entrada en mi blog? Pues apenas nada. Creedme.
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