No son más que ejemplos de aquello que ocurre en esas marianísimas fechas especialmente concentradas, junto a cada 15 de agosto, en meses tan dedicados también a la Virgen como lo son los de mayo o septiembre. A pocos molesta, en el fondo, que los días grandes del pueblo lleguen con esa vitola.
Mal lo suele llevar la aparición, siempre extraña seguramente por muy desaconsejada de antemano para los pocos a los que pueda pasarles por la mente, de algún regidor hiperlaicista capaz de pensar en aparcar a la Virgen para pasar a una celebración menos comprometida confesionalmente.
La razón por la que esto no choca con ningún precepto que la sociedad laica considere imprescindible para seguir siéndolo es digno de un análisis que podría resumirse en la innegable implantación del referente de esos hondos sentimientos con los que se crece sea cual fuere la fe de cada cual.
La protección maternal que siguen inspirando las patronas de nuestras ciudades y pueblos viene a convertirse en el misterio renovado de una presencia de lo trascendente que a todos alcanza. De uno u otro modo. Basta con asomarse hoy a las calles recorridas por la Virgen para comprobarlo.
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