jueves, 12 de septiembre de 2013

Se ha ido casi sin darme cuenta

Doce años después ha llegado el primer 11 de septiembre que se me ha pasado sin acordarme de aquel desastre hasta casi que la noche me ha traído al día después. Fue una tarde difícil aquella que ya nos acercaba al otoño de 2001 y ahora sólo podría recurrir a los tópicos tan en boca de casi todos desde entonces. Desde el estrafalario relato de quien avisara de las increíbles imágenes que la tele mostraba hasta las especulaciones sobre el sentido de aquello.

Ahora que ha pasado un año más el 11-S, ahora que todo aquello debiera quedar en la memoria como algo de imposible repetición, ahora que tenemos que haber aprendido algo de todo aquello... llega la hora de contemplar que no hay primavera árabe que alumbre tranquilidad internacional por la vía del acercamiento a sistemas lo más parecidos a la democracia. Y si aquello (los aviones estrellados y la monstruosa matanza), sin justificación alguna, fuera reacción contra algún error intervencionista generador de antiamericanismo (o antioccidentalismo en general) quizá debamos estar muy finos doce años después.

Parece que la amenaza de una intervención en Siria, reedición de aquellas otras en otros países de Oriente Próximo y Medio, ralentiza empeños iniciales y promueve una reflexionada intención por arreglar las cosas de otro modo. La idea llega desde Rusia y Obama la acoge con cierta expectación (con las reacciones en contra que tiene en casa ya le vale). Y el factotum sirio parece dispuesto a demostrar que no hay barbarie química que haya hecho allí la puñeta a civiles de todas las edades. La cuestión es que seamos capaces de no tener inercias inmediatas bajo clishes predecibles desde anteriores operaciones militares.

Ver ahora, en la foto, esa tea en que se convirtieron las Torres Gemelas es comprender que hay cosas que no pueden hacerse por la tremenda, entender que no solo los arbitrajes mundiales de las grandes potencias han de ser replanteados a sabiendas de los riesgos que nos lleguen hasta el corazón de nuestro bienestar. No. Hay que pensarlo fríamente, contar hasta diez como diría el castizo, y no actuar a las primeras de cambio por las presumibles víctimas susceptibles de caer en esos países fruto de fuego hipotéticamente amigo. No en balde, ser amigos es otra cosa. Y ya cabe que el orden mundial empiece a funcionar de otro modo.


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