Hace diecisiete años que asistí en vivo, por primera vez a un parto. Hubo una ocasión cuatro años antes pero alguien decidió que tardaría, que podía irme tranquilo a dormir y a la mañana siguiente a trabajar. Y también pudo repetirse la experiencia hace ahora casi diez años, pero la necesidad de una cesárea lo impidió. Era él, pues, el señalado para enseñarme, con su esfuerzo por salir del seno materno cómo se lucha por ganar la vida.
Se llama Sergio, hoy es su cumpleaños y representa el carácter de los Álvarez saliendo a flote en medio de los requerimientos del difícil mundo que le ha tocado vivir y, desde luego, gracias a una madurez que ni él mismo se ha dado cuenta aún que tiene. Su especial condición, tan cuajada de aquellos compromisos que nos unen, le acerca a mí mal que nos pese que toque que arda Troya si en algo no estamos de acuerdo. Habrá que bregar con ello.
Adoro su estimulante complicidad, su curiosidad por aquellos temas que nos unen en intereses comunes y mucho más variados de lo que alguno pueda llegar a pensar, su seriedad y autoexigencia cuando se le requiere en términos de adulto adelantado. Tanto que una vez mantuvimos una conversación sobre los palos que da la vida, sobre las dificultades de ser padre, sobre las decepciones que uno atesora cuando se acerca ya a los cincuenta.
Por su culpa me aficioné a las peores locuras que un parque temático propone, y la foto se corresponde con las postrimerías de uno de los ejemplos más recientes. Por mi culpa es, a cambio, capaz de entender como nadie esas otras montañas rusas que el mundo nos va poniendo por delante. Aún le falta un año para ser mayor de edad pero ya merece que yo me quite el sombrero a la hora de felicitarle su cumpleaños. A recuperarse y a pasarlo bien!
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