No los he contado. Lo aseguro aunque a la tontorrona sinrazón del que escribe le cabe ir en la moto no solo cuantificando los que se encuentra al paso sino quizá haciendo rodeos por otras calles cercanas para verificar si la sensación que tengo se sustenta en algún fundamento digno de ser tenido en cuenta. No ha sido así, sin embargo. Pero tengo la certeza de que la crisis ha empujado a más personas a dedicarse al temporero comercio de las castañas asadas.
Lugares en los que nunca los vi son ahora nuevos focos de esa cálida humareda llena del rico aroma de nuestra infancia. Estoy convencido de ello y lo convertiría en reportaje periodístico de fin de semana. Dicho queda para quien quiera apuntarse el tanto. Sea quien coja este testigo aquél que se ocupe del contaje que crea conveniente para dar firmeza empírica a lo que yo dejo en el terreno de la convicción intuitiva por más que le encuentre sentido.
Se da, además, la circunstancia añadida de una atención mayor (efecto también de la crisis) por aquellas cosas sencillas que un día nos parecieron agradable aliciente de salidas otoñales poco pretenciosas. Y ello conduce a prestar más mi mirada a estos esforzados del carrito, el tubo cilíndrico con hueco para el hogar, la olla en su parte superior y los cartuchitos de papel de periódico. Hasta mi hijo el pequeño parece haberlos descubierto con gusto.
Un euro, ocho castañas. Placer barato para tiempos de crisis. Un euro, ocho castañas. Negocio al que sólo el volumen de venta trae cuenta a estos 'emprendedores' a los que la necesidad les haya empujado a ocupar la esquina sabiendo de los cortos márgenes que el esfuerzo reporta. Cosas de otros tiempos que volvemos a disfrutar. Como esto que, con el cartuchito en las manos, te invito a que escuches procedente de revistas de la postguerra.
Olvido Rodriguez y Carmen Lamas – Las Castañas - Canción
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