Foto de Esteban. |
Las promesas de vida eterna, sean las religiosas que hablan de la resurrección de la carne o las escritas en las lápidas asegurando memoria perpetua, cobran una especial dimensión a inicios de cada noviembre. El cementerio jerezano, con el aparcamiento colapsado y sus paseos entre bloques de nichos y panteones repletos de personas con escaleras, cubos y flores en ristre, fue ayer un ejemplo.
La fiesta de Todos los Santos volvió a ser la fecha elegida por la mayor parte de personas para renovar el tributo a los difuntos. Y nada mejor para ello que llenar el camposanto del vitalista movimiento de los familiares de aquellos cuyos nombres fueron labrados sobre el mármol. La tradición sigue cumpliéndose y, pese a la general falta de constancia a lo largo del año, se verificó en escenas diversas.
La vida sigue, y las muerte también. A mediodía seguía accediendo, entre el gentío de visitantes, algún vehículo fúnebre con estos dolientes más nuevos alrededor. Otros muchos hacían cola, dentro y junto al otro acceso, en los puestos de flores que, naturales o de tela, hicieron su agosto en pleno otoño. «Es un momento importante para el negocio», reconocía uno de los floristas.
Un epitafio antológico
Los crisantemos, las azucenas y los claveles hicieron el corto camino hacia el enterramiento correspondiente para lucir junto al contenido de las lápidas convertidas en escaparate del finado. «Pepe, te espero. No tardes», reza en un nicho del cementerio jerezano. No es fácil encontrar epitafios tan ocurrentes pero cuando se descubren ponen al descubierto a quienes suman la curiosidad al sentido recuerdo.
Más común es localizar ornamentos singulares junto a las cruces y los ángeles que pueblan el camposanto. La escolta de columnas salomónicas coronadas por grandes centros florales en un par de panteones cercanos –«es la zona de los gitanos», apuntan– son muestras de ello. El sentido ancestral de un respetuoso culto a la muerte cunde con mayor profusión en una etnia de tradiciones sagradas.
Sillas de playa desplegadas ante el túmulo presentaban a toda la familia, desde el veterano patriarca hasta los dicharacheros nietos, dispuestos a hacer compañía a su difunto durante todo el día. El caso es que no hacía falta tanta fidelidad a la conmemoración para denotar que hay cosas que no cambian. Y la visita a los difuntos a inicios de cada noviembre es, incuestionablemente, una de ellas.
El obispo oficia hoy
La propia capilla del cementerio se llenó ayer durante la única misa prevista. Bajo su llamativa cúpula, no faltaban las referencias al misterio de la muerte. Pero será hoy, día de los Fieles Difuntos, cuando se amplíen a dos estas celebraciones. A las nueve y media de la mañana, primero, y a las once, después, buscan atender a las personas de fe católica o a cuantas quieran sumarse a las celebraciones.
El obispo presidirá la segunda de estas citas litúrgicas. Monseñor José Mazuelos prevé hacerse presente para asistir a quienes tienen la necesidad de anclar en la Eucaristía la memoria de sus difuntos. No faltan otras confesiones con espacio propio en el camposanto. El protestante, con una veintena de tumbas, no presentaba ayer especial actividad. Y el musulmán, con acceso distinto, estaba cerrado.
Por lo demás, la jornada de ayer discurrió con normalidad y la correspondiente atención municipal para unas instalaciones equipadas para favorecer la presencia de personas con movilidad reducida por medio de vehículos especiales. La Policía Local, por su parte, se las apañaba con el voluminoso tráfico generado en los alrededores del cementerio y cuatro vigilantes atendían la seguridad interior.
También los columbarios
Hoy miércoles, por ser el día de los Fieles Difuntos, proseguirán las visitas al lugar aunque, quizá, en menos medida por tratarse de un día laborable. Pero se producirán también de modo extraordinario, como ayer se verificaron igualmente en otro lugares de la ciudad en los que, incinerados, los jerezanos que fenecieron también reciben las visitas de sus seres queridos.
Los columbarios de San Juan de Letrán y San Juan de Ávila fueron un ejemplo de estos otros encuentros. Más íntimos, menos visibles, pero tan sentidos como los recibidos en el cementerio.
(La Voz, 2-Noviembre-2011)
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