domingo, 15 de agosto de 2010

Alas para descubrir la provincia

Fotos de Javier Fernández

La rúbrica de Juan Luis Belizón, el presidente del Real Aeroclub de Jerez, certifica, como punto y final de la experiencia, el bautizo de redactor y fotógrafo a la conclusión de un vuelo que, desde este pasado viernes, los suma a las más de 15.000 personas de toda la provincia que han encontrado ya la posibilidad de cumplir este sueño de la mano de un convenio que se mantiene por esta entidad privada con la Diputación Provincial desde el año 1991.
'Volando Cádiz' es el nombre de esta propuesta que permite cumplir el objetivo del fomento del deporte aéreo, propio del Aeroclub, así como el del descubrimiento de los rincones más bellos de la provincia desde ángulos espectaculares. «El vuelo con motor ofrece una oportunidad única de conocer nuestro magnífico paisaje, desde la perspectiva más bonita, desde el aire», confirma Belizón desde el asiento de piloto y cuando estamos a punto de emular a Ícaro.
Superar el miedo
En el conjunto aeroportuario jerezano, situado entre el hangar de Salvamento Marítimo y la torre de control, se encuentra un pequeño edificio blanco que, guardando los recuerdos de las dependencias de la extinta Ala 22, la popular Base Militar de la Parra, recibe a los inquietos viajeros-aventureros. «Esa chica, por ejemplo, es una amiga mía que viene a superar su miedo a volar», explica el presidente del Aeroclub añadiendo un objetivo con trazas terapéuticas.
Dos aviones modelo Cessna 172 Skihawk II, unos monomotores con las suficientes horas de vuelo que el Aeroclub mima con todo detalle, son los aparatos con los que se permite cumplir este deseo de volar. «Son, a nuestro entender, el mejor exponente de aviación general y deportiva, y uno de los más utilizados en el mundo», dice Belizón con verdadero y contagioso entusiasmo. Son de fabricación francesa bajo patente norteamericana. Uno de ellos nos espera.
«A volar se aprende volando», asegura el piloto. «El mundo se divide en dos, los que han volado en avioneta y los que no». Asegura el presidente del Aeroclub sobre quienes han acudido a la llamada del aire que «son personas que bajan del aparato con otra cara de la que llevaban cuando subieron». No parece que se refiera al posible mareo resultante, aunque está por descubrir.
Tres rutas que en realidad son cuatro
Las rutas dispuestas, dosis de 40 minutos con las que satisfacer el gusanillo aéreo de cada cual así como de admirar estampas increíbles, proponen, al precio de 120 euros para tres personas, tres itinerarios de gran interés: la Bahía, sobrevolando Jerez, El Puerto de Santa María, Cádiz, San Fernando y Puerto Real; la Campiña, por Arcos, Villamartín y Espera; y la desembocadura del Guadalquivir, con llegada a Bonanza y paso por Sanlúcar de Barrameda y Chipiona.
Lo cierto es que una de ellas puede convertirse, con más tiempo y dinero invertidos, en una cuarta ruta que, cuajada de añadidos atractivos, permite, «cuando las condiciones meteorológicas lo permiten», sobrevolar Arcos, Bornos, Villamartín, Algodonales, Zahara de la Sierra, Grazalema, Villaluenga del Rosario, Benaocaz, Ubrique, El Bosque y regreso al Aeropuerto de Jerez. El viento, la visibilidad o la densidad del tráfico aéreo pueden condicionarlas.
Además de 'Volando Cádiz', el programa convenido con la Diputación Provincial, el Real Aeroclub de Jerez contempla otros como 'Desde el cielo', que denomina a lo que podemos entender como bautizo aéreo. «El aficionado a la aviación sabe que no hay dos vuelos iguales, los cambios de luz a lo largo del día, la distinta meteorología y el colorido de las nubes, la influencia de las estaciones en el aspecto de los campos... ¡Un espectáculo distinto desde una perspectiva distinta!», recrea Belizón.
El protocolo de vuelo 
La experiencia, sin embargo, comienza antes de que se note que se ha dejado de pisar tierra firme. El piloto hace cómplice a sus acompañantes de todo un protocolo digno de la mayor atención. «Se trata de un chequeo de los elementos móviles, cumbustible y aceite», explica. A la retirada de unos anclajes y cuñas fijados a las ruedas, se suma la verificación de la movilidad de los alerones, una cata de carburante (gasolina de 100 octanos) y la revisión de los niveles de lubricante.
Luego llega la comunicación con la torre de control. «Ponte los cascos y atiende», dice antes de que se escuchara la retahíla de 'tangos', 'charlies' y 'bravos' propia de un diálogo que ayuda a entender la labor del controlador aéreo. Aunque todo parezca bastante ininteligible para aquellos que no van sino a bautizarse en el aire. «La torre de control coordina todos los movimientos del aeropuerto y permiten un tráfico ordenado y que no haya ningún tipo de incidente», explica.
Salvado todo ello, y con la avioneta rodando ya por la pista, sólo queda disfrutar de la navegación aérea en este cuatro plazas. Las rutas aguardan y las experiencias vividas en estos vuelos por miles de personas durante toda una década avalan las virtudes de un descubrimiento único: Volar sólo por el puro placer de hacerlo.
(La Voz, 15-Agosto-2010)

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