sábado, 2 de mayo de 2009

Sobre dos ruedas


Entre aquella vieja mobylette de los primeros años ochenta -la de las ruedas blancas con la banda de rodadura negra y aquella bolsa sobre el depósito- y mi recuperado uso actual
-necesidad obliga- a bordo de la kymco de hoy en día, salto de los 49 a los 125 cc y poco más al fin y al cabo, el gran vacío motero de más de veinte años al que ha asistido mi vida jamás me apartó del gusto por las dos ruedas. Con todo, me doy cuenta que ya estoy mayor para disfrutar de la masiva afluencia que este fin de semana recibe la ciudad. Qué le vamos a hacer.
El Mundial de Motociclismo ha llegado a nuestra tierra y tiene a los aficionados pendientes del duelo entre Jorge Lorenzo y Dani Pedrosa, ganándole ambos la partida a los Stoner y Rossi. Es mucho Jerez y quienes defienden la rojigualda por esos podiums de Dios se parten la cara de modo especial cuando pisan nuestro Circuito de Velocidad. Pero el ambiente está en todos sitios. La Avenida de Arcos, por ejemplo. Llevo dos días sin moverme con tranquilidad. Qué le vamos a hacer.
Menos mal que Pedro Pacheco ya no está por donde solía, porque ya me hubiera llamado cateto. Y eso sin saber que, realmente, me gustan las motos. Que se quede donde esté. Que quiero mantener mi derecho a resoplar un fin de semana al año aunque me gusten las motos. Un fin de semana al año. Es el momento en el que es posible ir en paralelo con mi moto junto a máquinas imposibles. Y la imagen no puede ser más patética.
Esta tarde había decidido quedarme en casa. Tardecita de pijama, zapatillas, tele y mi portátil, solecito por la ventana y el zum zum de las motos por la Avenida llegado hasta el salón de mi casa con la cercanía con la que la potencia de sus motores lo permiten. Era lo que iba a hacer. Pero La Voz me reclama y heme aquí, preparándome para montar en mi moto y confundirme -es un decir- con esa legión de visitantes que están con nosotros este fin de semana.
Me pasarán a medio metro a una velocidad de miedo. Y los niños con las banderitas y las gorras de las marcas que se la juegan en el trazado las agitarán a mi paso. O eso creeré hasta que al girar la cabeza observe a esos dos que se han picado entre ellos. Ufff. A ver si alcanzo la redacción. Lo peor será la vuelta, cuando ya de noche mi Avenida de Arcos se haya convertido en sabe Dios qué infierno. Y, pese a todo, jamás me sentiré mejor que sobre dos ruedas. Aunque mucho mejor el resto del año. Lo aseguro.

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