jueves, 28 de mayo de 2009

Amanece la Rómería


Pom, pom pom pom. Pom pom pom. Pom pom pom. Pipiiii piripipipi piripipiiiii... Vaya. Hay que levantarse. El pitero ya está dando morcillas. Y, ahora, habrá que despegarse los párpados, abrir la cremallera de la tienda y comenzar el día a cuatro patas. Necesarias, claro, para salir al exterior, mal asearse y prepararse para un nuevo día. Pero, qué cosa más rara: ¡Duermo sobre blando! ¿Qué han hecho este año en el firme del Coto?
Cuando uno asiste a este extraño despertar sin haber abierto, aún, los ojos y mientras el 'piripipi' persiste como pito requisitorio se corre el riesgo de creerse ya en marcha, Camino del Rocío. Pero aquello no era más que la alarma del móvil sonando en mi mesilla de noche como toque de alba presuroso. Aventurando inmediatas glorias, sí. Pero no más que en la memoria de lo que el subconsciente ya tiene registrado tras tantos años.
El traje corto colgado, el sombrero de ala ancha sobre la cómoda y la medalla en el cabecero me dicen que no andaba loco en esta mañana de la partida desde Cristina. Y, de pronto, la llamada de Fefo Benítez que, como no se fiaba de mí, se aseguraba de que estaba en plantas me colocaba en la realidad del miércoles más deseado por los rocieros jerezanos a lo largo de todo el año. Llegó el momento. Otro año más nos vamos.
La mañana en la que amanece la Romería de Pentecostés en Santo Domingo es siempre tan jubilosa como inopidanadamente presurosa. Por ello no había pasado tiempo alguno entre aquello y el sonido metálico de las chapas que rematan, como banda de rodadura, las ruedas que la Hermandad de Jerez le ha puesto este año a la carreta del simpecado para salir de Jerez y que no volveremos a verle hasta la Presentación del sábado en la Aldea.
Y entre el café del Bar Cristina y el primer oloroso junto a San Juan Grande tampoco ha pasado tiempo alguno. ¡Qué arte tiene El Rocío! Y qué pocas explicaciones hacen falta para entender las claves de semejante manifestación de genuino casticismo. Y ello llega entre la Salve a la Virgen de Lourdes y las preces con los enfermos del que jamás dejará de ser conocido como el Sanatorio. Entre rezo y rezo, una copita.
Me dice Marco Gómez que lo bonito es que todo se repita. A mí lo que me parece es que cada año sabe a nuevo el ratito de El Barroso, entre Ángelus y vasito de fino servido por una conocida bodega en esas bandejas de madera con los huecos necesarios para que no se derrame más vino del que se beba. Por eso, por no desperdiciar ni gota, hubiera venido bien el invento de unos huecos así para sujetar a los que ya se tuercen de tanta fiesta.
Amanece la Romería en la medida en que nos acercamos a esa primera noche, la de Marismillas, de la que ya les diré algo mañana. Escribiendo, como lo hago, al aguardo de cruzar el Guadalquivir, desde Bajo de Guía, no me queda tiempo más que para paladear cuanto en la batea del coche, pescante improvisado que ya adquiere tono de rengue en movimiento desde hace un par de años, acabamos de disfrutar. Preguntadle a Nuria o a 'El Alpiste'.
Jolín, qué Rocío me queda por delante.

(La Voz, 28-05-09)

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