La leonesa se veía rara recibiendo el homenaje. Su sencillez, abrazada con vocación más que efecto de limitación alguna, está siempre tan a flor de piel que sus reacciones ante el público reconocimiento resultaban extrañas. Pero fue un placer verla en sintonía con esas nuevas generaciones de periodistas -ellas especialmente- a las que ha sabido ganarse con el paso de los años. Se llama Esperanza Pérez Lescún y ya hacía radio cuando los padres de muchos de los presentes en el Cortijo Montana esta tarde no eran más que novios.
Estrena jubilación plena, que es aclaración necesaria si consideramos que se ha llevado un tiempo disfrutando una de esas otras parciales que le han hecho trabajar cinco horas a la semana. Creo. Y ha sido ejemplar hasta el último momento de su vida laboral. Ella, que podía haberse propuesto cualquier cosa en esto de la dedicación a los medios de comunicación, se quedó, para siempre, asida a una bolsa con los pertrechos para cubrir ruedas de prensa. Cada mañana, desde hace décadas, se la ha colgado al hombro olvidando toda ambición posible. Yo, como casi todo Jerez, conocí su voz sin cara antes de que ese rostro amable pero con una imborrable adustez castellana diera voz a los sentimientos de admiración que siempre se tercian al verla desenvolverse. Y hace veinte años, cuando llegaba a Radio Popular de Jerez en aquellos tiempos de la Cruz Vieja, la encontré como referencia de una profesionalidad más dada a contar las cosas con efectividad y ganas de satisfacer al oyente que a los brillos inútiles de los que eran más partidarios algunos de sus compañeros de entonces. Así, cuando Pepa Pacheco -la nueva presidenta de la Asociación de la Prensa- dirigía la ceremonia enmedio de la convivencia organizada por Cristóbal Cantos, todo adquiría el tono que la Lescún ha dado a su vida, que no ha sido precisamente fácil. El libro firmado por todos los compañeros, la foto de la nieta enmarcada que su propia hija le entregaba, la orquídea en su maceta, los atavíos veraniegos... daban cordialidad al acontecimiento convirtiéndose, algunos al menos, en regalos imposibles acogidos con gracia por la homenajeada.
Ya lo ven, Esperanza jubilada. Bien merecido que lo tiene. Enhorabuena.
Estrena jubilación plena, que es aclaración necesaria si consideramos que se ha llevado un tiempo disfrutando una de esas otras parciales que le han hecho trabajar cinco horas a la semana. Creo. Y ha sido ejemplar hasta el último momento de su vida laboral. Ella, que podía haberse propuesto cualquier cosa en esto de la dedicación a los medios de comunicación, se quedó, para siempre, asida a una bolsa con los pertrechos para cubrir ruedas de prensa. Cada mañana, desde hace décadas, se la ha colgado al hombro olvidando toda ambición posible. Yo, como casi todo Jerez, conocí su voz sin cara antes de que ese rostro amable pero con una imborrable adustez castellana diera voz a los sentimientos de admiración que siempre se tercian al verla desenvolverse. Y hace veinte años, cuando llegaba a Radio Popular de Jerez en aquellos tiempos de la Cruz Vieja, la encontré como referencia de una profesionalidad más dada a contar las cosas con efectividad y ganas de satisfacer al oyente que a los brillos inútiles de los que eran más partidarios algunos de sus compañeros de entonces. Así, cuando Pepa Pacheco -la nueva presidenta de la Asociación de la Prensa- dirigía la ceremonia enmedio de la convivencia organizada por Cristóbal Cantos, todo adquiría el tono que la Lescún ha dado a su vida, que no ha sido precisamente fácil. El libro firmado por todos los compañeros, la foto de la nieta enmarcada que su propia hija le entregaba, la orquídea en su maceta, los atavíos veraniegos... daban cordialidad al acontecimiento convirtiéndose, algunos al menos, en regalos imposibles acogidos con gracia por la homenajeada.
Ya lo ven, Esperanza jubilada. Bien merecido que lo tiene. Enhorabuena.
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