Lo llamé para que me contara lo que pasó. La intuición de que no me intoxicaría pese a ser parte afectada me invitaba a ello tanto como claro tenía yo, y bien que lo siento, que otras fuentes jamás me aclararían lo que de verdad pasó el Martes Santo en la cabecera de la cofradía de la Defensión, cuando la calle sabía de tan ejemplares penitencias moradas.
Los micros se abrieron y recogieron su apuro porque el asunto siguiera dando que hablar. Fui yo quien tuvo que señalar el asunto del consejero que dijo lo que dijo al diputado de cruz para que avanzara. De no ser así los oyentes no hubieran entendido jamás aquello del Ángelus aplicado a la resolución del conflicto o su llamada a Natera para decir aquello de pelillos a la mar.
Yo creía conocer a Guillermo Vallejo, el hermano mayor de la Hermandad de Capuchinos. Pero es cierto que, salvo algún saludo cruzado en algún acto, nunca había tenido la ocasión de una conversación que, realmente, me evidenciara sus muchos valores. Por ello el miércoles fue una gozada compartir un rato con él. Es uno de esos hombres que aún se visten por los pies.
En un mundo como el nuestro tan cuajado de faltas de hombría capaces de un comportamiento deplorable así como de la posterior incapacidad de pedir perdón por ello es una alegría toparse con actitudes como las de Guillermo. Y conste que pensaba poner otro nombre propio en el título de esta columna pero, en su honor, he preferido aferrarme a lo positivo del asunto.
Necesitamos un pleno de hermanos mayores -y lo digo ya por enésima vez- con miembros capaces de levantarse en un pleno y decir lo que es preciso para que el Consejo entienda cuál es su papel enmedio de las cofradías. Y la talla de Guillermo puede hacer pasar de puntillas los talantes más aprovechables que podemos encontrar entre nuestros dirigentes. Una lástima.
Las hermandades ya tienen dirección de cofradía, muy buenas muchas de ellas, como para que alguien ajeno, por muy consejero que sea, les diga lo que tienen que hacer. Peor aún si las maneras no sin lo que cabe esperar no ya de un cristiano sino de una buena persona. Y lo peor, creo, es que un puñado de personas sean capaces de hacer piña con alguien así.
El Consejo debe respuestas a ésta y otras actitudes. Pese a la exquisitez y elegancia personal de Guillermo.
(La Voz, 04-05-09)
Los micros se abrieron y recogieron su apuro porque el asunto siguiera dando que hablar. Fui yo quien tuvo que señalar el asunto del consejero que dijo lo que dijo al diputado de cruz para que avanzara. De no ser así los oyentes no hubieran entendido jamás aquello del Ángelus aplicado a la resolución del conflicto o su llamada a Natera para decir aquello de pelillos a la mar.
Yo creía conocer a Guillermo Vallejo, el hermano mayor de la Hermandad de Capuchinos. Pero es cierto que, salvo algún saludo cruzado en algún acto, nunca había tenido la ocasión de una conversación que, realmente, me evidenciara sus muchos valores. Por ello el miércoles fue una gozada compartir un rato con él. Es uno de esos hombres que aún se visten por los pies.
En un mundo como el nuestro tan cuajado de faltas de hombría capaces de un comportamiento deplorable así como de la posterior incapacidad de pedir perdón por ello es una alegría toparse con actitudes como las de Guillermo. Y conste que pensaba poner otro nombre propio en el título de esta columna pero, en su honor, he preferido aferrarme a lo positivo del asunto.
Necesitamos un pleno de hermanos mayores -y lo digo ya por enésima vez- con miembros capaces de levantarse en un pleno y decir lo que es preciso para que el Consejo entienda cuál es su papel enmedio de las cofradías. Y la talla de Guillermo puede hacer pasar de puntillas los talantes más aprovechables que podemos encontrar entre nuestros dirigentes. Una lástima.
Las hermandades ya tienen dirección de cofradía, muy buenas muchas de ellas, como para que alguien ajeno, por muy consejero que sea, les diga lo que tienen que hacer. Peor aún si las maneras no sin lo que cabe esperar no ya de un cristiano sino de una buena persona. Y lo peor, creo, es que un puñado de personas sean capaces de hacer piña con alguien así.
El Consejo debe respuestas a ésta y otras actitudes. Pese a la exquisitez y elegancia personal de Guillermo.
(La Voz, 04-05-09)
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