No hay Camino de Santiago sin distancia, sin un tiempo lo más perdurable posible en el que abrir puertas a la reflexión, al intercambio, a la transformación personal. Y mi opinión, como siempre personal e intransferible, es que hasta cuando, con San Agustín, estamos de acuerdo en que la medida del amor es el amor sin medida estamos realizando un ejercicio de toma de referencias mensurables y no una mera abstracción que no conduce a ningún sitio.
A la salida de O Porriño, la segunda jornada de nuestra opción por la ruta portuguesa nos detiene, no lejos de Mos, en un pequeñito oratorio en Veigadaña junto al que un miliario vuelve a señalarnos que estamos pisando la histórica Vía Romana XIX. Ya dije sobre ella que coloca al peregrino sobre los pasos de aquel imperio de la Antigüedad Clásica que ayudó posteriormente a vertebrar las comunicaciones en buena parte de Europa y, desde luego, de España.
Los actuales mojones del camino son herederos de aquellos miliarios romanos que, al señalar esta vía concreta, podríamos reconocer más fieles a las piedras verticales con las que las legiones iban marcando viales en el territorio conquistado que los que se revisten de marcado carácter jacobeo, adaptación memorial de aquellos pero adoptando concha y flecha amarilla. Éstos del camino luso pueden llegar a pasar desapercibidos en el reino del granito ennegrecido.
Originales o no, que al final eso es lo de menos, los miliarios tienen su originalidad verdadera, entre toda herramienta métrica que se precie, en haberse convertido con el paso de los siglos en soporte del sentimiento con el que se llena la mochila camino del encuentro con el Apóstol. Las piedras acumuladas sobre ellos pueden ser tachadas de moda o de ganas de dejar poso en la historia pero creo que, sobre todo, los hace apropiadas aras de ofrendas.
Vilariño das Poldras, a unos 50 kilómetros de llegar a Orense por el Camino Sanabrés, y Redondela, en éste portugués que cruzamos, custodian sendos miliarios originales, joyas arqueológicas que se dan la mano con algunas prerromanas del entorno que nos trasladan a la cultura castrense. El Castro de Monte Aloia, a las afueras de Tuy, es un ejemplo y descubrirlo sobre el Alto dos Cubos toda una aventura que nos acerca a la resistencia contra el Imperio.
Un poco más adelante de Veigadaña y ese miliario de la Via Romana XIX en la foto, habremos de toparnos con el denominado Miliario de Redondela, antes de llegar a esta población de pernocta al final de esta segunda jornada. Original y atribuido a Trajano, se conoce también como el Miliario de Santiguiño de Antas y, en la Edad Media, como O Marco o Anta de Maniola por el nombre del valle que allí comienza. Se le atribuyen extraordinarios poderes fecundantes.
Mucho más que señalar calzadas, mucho más que establecer medidas, mucho más que un trozo de ese granito que uno ve unido con generosidad a la vida del hombre, a lo largo y ancho de este Camino Portugués, usado incluso de estaca para sujetar las muchas vides que se cultivan por la zona. Aliento de leyendas y oración, de convicción sobre capacidades propias tanto por lo ya recorrido hasta encontrarnos uno de ellos como por lo capaces de completarlo que nos veremos.
A veces corremos riesgo de ligereza cuando distinguimos taxativamente entre cantidad y calidad. En efecto. El espíritu lo impregna todo, hasta las piedras sin necesidad que éstas compongan templo alguno. El Camino es templo y vida, marco de encuentro con Dios o cuanto ignoto sea aquello que creamos nos hace dar un paso por delante del otro. Porque la experiencia jacobea es descubrimiento al fin y al cabo. Y a veces se nos escapa. A veces.
Miliario en Veigadaña |
No hay comentarios:
Publicar un comentario