Palabras mayores. Eso es, en el Camino, toparse con una de estas referencias de la fe que trajo al Apóstol a España. Y como lo que lo hizo venir a estos pagos fue lo que fue, primero evangelizar y luego la fe de sus discípulos tras su martirio, parece que ello haya de ser reconocido.
En la ruta de cada cual hacia Compostela se cruzan, per secula seculorum, motivaciones ciertas y desmotivaciones sólo superables paso a paso, creencias y ateismos, profundidades y tibiezas, confesionalidades manifiestas y también esas respetuosas actitudes sin fe de fondo.
La universalidad espiritual de este viaje, al ser de cuanto peregrino se procura un camino pleno de verdad, es una legítima heredad cuajada con el paso del tiempo. Y ello, sin que la Iglesia consiga monopolizarlo, es riqueza que ésta también abraza recibiendo a todo hijo de Dios.
Pero el Camino es largo. Si se pone en marcha pronto desde luego, pero además si hacemos de él esa experiencia iniciática que no termina en el Obradoiro. Y, en esa condición de aliento y recordatorio cristiano, son preámbulo de la Catedral de Santiago ermitas, oratorios y cruceros.
Éstos últimos, pétreos monumentos al signo de la Cruz, conectan de modo muy especial con los trasiegos medievales que advirtieron en el origen de las peregrinaciones, incluso como indicaciones en los cruces de camino, de la inspiración primigenia de todas y cada una de las rutas.
De nuestro Camino Francés de hace dos años nos quedan en la memoria, con viveza evocadora, todos los que, entre el de Santo Toribio a la entrada de San Justo de la Vega o la mítica Cruz del Ferro y el preciosista de San Francisco en el mismo Santiago, nos invitaron al detenimiento y la oración.
El reencuentro con ellos en nuestro Camino Portugués ya nos hizo acudir al primero que, en el día de espera y preparación de Tuy, encontramos en la Plaza de la Armada Española. Y lo cierto es que no se buscan. Salen al encuentro con Cristo y María en reconocibles trazas románicas.
Llegando a la preciosa ciudad de Pontevedra, el Lugar de Santa Marina tiene frente a frente, allá por Vilaboa, ermita y crucero. Oración, sello y foto deja y se lleva el peregrino. También un último consejo de ese señor que, desde el lugar del desayuno, no dejó de aparecernos por doquier.
Tomaba café quien luego fue asomando durante kilómetros. Misteriosos encuentros de quien tanto sabía del Camino y, por mucho que avanzábamos, nos abordaba siempre en sentido contrario. Santa Marina acogió su último consejo: "Girad al bosque de la izquierda, os dejará en puertas de Pontevedra".
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