Si es preciso eliminar todo rastro de duda, la limpieza ha de ser profunda. No se trata de poner en tela de juicio a nadie sobre quien nada haya dicho la Justicia. Pero mucho me temo que la credibilidad de futuro le puede salir cara al Partido Popular.
Mañana martes tiene convocada Mariano Rajoy una reunión del comité ejecutivo nacional de la que ya hay quien espera alguna que otra pista sobre qué se quiere hacer con esta formación que, allá en 1989, nacía heredera de la antigua Alianza Popular.
Una vuelta de tuerca modernizó aquella derecha que, con otras siglas, podía resultar a alguien sospechosa aún de disponer de algún barniz más propio del régimen liquidado a finales de los setenta que de la España que estrenaba Democracia.
Lo que entonces tocó para consolidar una opción necesaria y a la que, seguramente, algunos nombres propios relevantes le resultaban una losa debe volver a ocurrir. Aunque se cometa la injusticia de cortar por lo sano en su refundación.
Ésa parece, aprovechando la oportunidad del pase a la oposición, la operación precisa para ser de nuevo, alguna vez, cuando la alternancia (ya no bipartidista) le reabra las puertas de la Moncloa y las urnas le devuelvan ocasiones de gobierno en España.
Si debe o no cambiar sus siglas y si debe dejar volar la gaviota, o adoptar otros signos identificativos para así evitar recordatorio alguno de las corrupciones que ahora sacan a Rajoy del sillón presidencial, es algo que debe comenzar a reflexionarse este martes.
Lo cierto es que no debe dudarse que se les espera en el escenario de la política nacional, autonómica y local. El suyo es hueco para el que el espectro no dispone en estos momentos de alternativa. Ciudadanos es otra cosa, aunque ahora gane parte de su electorado.
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