jueves, 30 de agosto de 2018

La palabra del peregrino

"O Porriño es pequeñino!", dice la señora que nos ofrece agua extrañada que no vayamos cantando siendo de Jerez. Este Camino Portugués nos brinda poblaciones con singularidades que enamoran. En ésta de nuestro primer final de etapa sí que nos sorprende que, con 18.000 habitantes, no haya solución mejor para la línea férrea que un paso a nivel en pleno centro, no muy lejos de la ermita del Santo Cristo en la escalinata de cuya plaza reposa Carmen.

Interactuar con los lugareños es siempre un ejercicio de intercambio entre las dos grandes familias de la ruta jacobea: los que vamos de paso en condición peregrina y quienes se quedan en cada enclave labrando las tierras, atendiendo al ganado o realizando sus labores cotidianas acostumbrados ya al paso de tanto caminante. Es una de las riquezas que nos hacen afirmar que nuestro Camino nunca ha de llegar a la dimensión de grupo amplio por riesgo de endogamia.

Un peregrino que se ha estrenado este verano afirma con convicción las virtudes de su camino en comunidad, voto de silencio incluido. Me ha dado apuro decirle que el silencio en la experiencia jacobea es una apuesta por la amputación de los efectos que el intercambio permitió durante siglos en este marco. Desde un mero "bon camiño!" (difícil encontrar un "ultreia", menos aún respondido en ruta por un "et suseia") hasta abrirse en canal con el desconocido, todo cabe.

El silencio es agradecido cuando llega el descanso en el albergue. Ahí sí, pero sólo a la hora de dormir. La palabra del peregrino es una bendición a la que nunca debe responder nuestro rechazo. Por eso, antes cabe preguntar siempre qué tal ha ido la jornada, cómo están esos pies cuyas ampollas saltan a la vista, qué vicisitudes se dieron antes de alcanzar la morada que nos une o incluso compartir con ellos algo de la comida que hayamos previsto para la cena.

O Porriño nos abre las puertas de su 'Camino Portugués', un albergue de los que podemos denominar modernos, bien equipado aunque sin perder el sentido de lo que es. En sus amplias habitaciones con literas se impone el susurro cuando no el silencio a lo largo de todo el día. Y desde luego esto último es de obligado cumplimiento cuando llega la hora de pernoctar. El aire acondicionado y las cortinillas que individualizan el espacio en cada cama hacen el resto.

Y el pueblo, con sabor en los pocos ingredientes que merece la pena visitar, no sabe de silencio en sus calles cuando el paseo vespertino tras la ducha reparadora nos pone al alcance los mencionados asunto ferroviario y ermita del Santo Cristo. Ante ésta última, asoma por primera vez un nombre propio que se hará presente en otros elementos urbanos: el del arquitecto Antonio Palacios. Firma en esa plaza una espléndida fuente artística de piedra en 1907.

La sede del Concello de O Porriño es el edificio más llamativo que encontramos en su centro. De estilo regionalista tiene el Ayuntamiento su casa, realizada allá por los años 20. También salió del talento creativo del mencionado arquitecto sin el que, visto lo visto, la localidad habría perdido mucho. Aún queda, más allá, la iglesia de Santa María de la Concepción. A veces, tras un largo día, agradece el peregrino poder disfrutar más relajadamente de menos atractivos visitables.

Y el silencio, llegados al albergue, envuelve al fin la necesidad de descanso. Ahí sí. La noche en una de estas instalaciones suele tener reglas, muy definidas en el caso de éste que también obliga, por ejemplo, a dejar fuera botas y calzado del camino. Pero siempre habrá excepciones cuyo incumplimiento de la norma merezca la consideración del 'legislador' a fin que todo tenga su sitio y no haya que declarar clandestinos efluvios roncadores ni de otra índole.

Murmulla levísimamente el aire acondicionado a Dios gracia, tanto porque apenas se escuche como por aliviarnos del fortísimo calor gallego con el que se ha despachado el primer día de Camino. Se oscurece la estancia, nos aislamos con una cortinilla en cada litera y entramos pronto en sueño rem, que es cuando el cerebro se energiza y se sueña con lo vivido en un día verdaderamente bonito desde el Miño por la ribera del Louro. 


Plaza del Santo Cristo, en O Porriño


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